Puede sonar a melodrama de tarde, pero cualquier director un poco avezado sabe qué teclas tocar para que el público se vaya a casa llorado y satisfecho: un animalillo, mucho amor, una despedida lacrimógena y a correr. 'Siempre a tu lado, Hachiko' o 'Liberad a Willy' pueden ser los ejemplos más conocidos de todo un subgénero de bichos y humanos queriéndose bastante, y en 'El zorro' llega a su cénit tratando de solventar una misión imposible: que el público sienta empatía por un nazi colega de un zorrito. ¿Lo consigue? Sí. Pero.
Spoiler: Antonio Banderas no sale
Pocas veces el prólogo de una película es tan importante como en 'El zorro'. Sin esos minutos iniciales en los que vemos una vida partida por la mitad, en un punto y aparte salvaje y sin escrúpulos, jamás podría caernos bien el protagonista de la cinta, un nazi que solo es capaz de sentir amor hacia un animalillo en el que vuelca todos los anhelos y el cariño que se le han negado. Y es que la cinta encuentra la grieta hacia la empatía remarcando que Franz no es nazi por convicción, sino por absoluto desconocimiento. Ha caído en el ejército como quien cae en la casilla de la prisión jugando a la oca, pero no sabe cómo escapar... O si quiere hacerlo.
De un tiempo a esta parte, los nazis han sido necesariamente deshumanizados en el cine y la televisión: son sacos de boxeo para Indiana Jones, encarnaciones del mal absoluto en 'Este mundo no me hará mala persona'... Por más que algunos se empeñen en insistir con un revisionismo absurdo de la historia, hay muy pocas personas dispuestas a empatizar con un nazi puro y duro. Por eso surgió la variante del "nazi bueno", ese que, consciente o inconsciemente de lo que Adolf Hitler estaba haciendo en los campos de concentración, trata de salvar personas, lucha contra la dictadura del Führer o se arrepiente de sus acciones justo a tiempo.
Franz, el protagonista de 'El zorro', es el epítome del "nazi bueno": la guerra es un simple escenario en el que él, simplemente, trata de salir adelante repartiendo mensajes y cuidando a su mascota, un adorable cachorro que, sin duda, se lleva toda la película. Cuando cuesta sentirse cercano al protagonista (pasa a menudo, sobre todo cuando tiene arranques violentos o solitarios), la cinta es lo suficientemente inteligente como para centrarse de nuevo en su relación con el animal que representa todo lo que jamás pudo tener: cuidado, confort y amor incondicional.
Dolor y hechos reales
Personalmente, la mejor parte de 'El zorro' (más allá del propio animal) me parecen un brillante prólogo y un doloroso final, que consiguen su objetivo plenamente: en primer lugar, enganchar a la audiencia explicando la personalidad de Franz y, en segundo, dar algo que recordar al salir de la sala. El problema es que, en cuanto el protagonista se alista en el ejército, la cinta solo consigue salir de los tópicos del drama bélico costumbrista gracias a la propia relación entre el humano y el zorrito, que es a todas luces adorable.
Sin embargo, 'El zorro' no quiere que te vayas de la sala con alegría en el corazón: dentro de su aparente frialdad es una película dura con escenas maestras destinadas a atravesar el corazón del espectador. En algunos momentos, la película es fabulosa en su tristeza y tiene una sutileza efervescente. En otros, suelta puñetazos al alma en donde es imposible no sentirse afectado. Al final logra lo imposible: que no te importe lo más mínimo si Franz es un nazi o no, solo saber si logra encontrar sentido a su mundo, roto en mil pedazos y sin poder volver a formarse.
Adrian Goiginger, el director, trata con más cariño de lo habitual a Franz, su protagonista, porque para él no es un personaje: Franz Streitberger era su bisabuelo, al que ya homenajeó en un corto años antes. Quizá por este aire de proyecto personal, el delineamiento del personaje es al mismo tiempo tridimensional y algo fallido: al limar las aristas y los hechos problemáticos de su pariente, Goiginger termina insistiendo quizá en demasía en la necesidad del público por entender sus acciones. No es mala persona, solo tiene traumas de todo tipo que le llevan a tener una personalidad, digamos, compleja.
Haciendo cosas nazis
Por mucho que los espectadores salgamos emocionados de la película (no negaré que me tuve que secar las lágrimas tras su absolutamente demoledora escena final), no es menos cierto que 'El zorro' no consigue destilar siempre una empatía esencial hacia el personaje, especialmente con todo lo concerniente al personaje de Marie, un falso interés amoroso destinado a un protagonista que no sabe amar. Lo que en sus primeras escenas es un predecible romance acaba convirtiéndose en una excesiva caída a los abismos de Franz en su obsesión por proteger lo único que puede querer y controlar.
'El zorro' transcurre durante la guerra, pero no es una película bélica. En realidad, trata sobre las cargas que dejamos atrás, los traumas de una niñez corrompida por el dolor y la miseria, la línea entre el amor y la obsesión, las despedidas fortuitas, los círculos completos. Bajo la batuta de un Goiginger capaz de encontrar la belleza en el conflicto y la bondad en la miseria, la cinta acaba siendo mucho mejor de lo que cualquiera podría anticipar, sublevándose ante los tópicos del género y luchando por respetar, al mismo tiempo, la memoria de su bisabuelo.
No es perfecta, pero sí consigue hacer un doble mortal con éxito logrando convertie a un nazi en el protagonista de una película sin que, en todo momento, el público espere su momento de realización personal o su arrepentimiento. Franz no sabe por lo que está luchando, no es consciente de la vida que el ejército le está prometiendo ni tan siquiera es dueño de sus propias acciones. Todos sus sentimientos positivos, encapsulados en un pequeño zorro, no pueden evitar saltar por los aires en una época en la que todos los hechos bondadosos tenían, irremediablemente, un reverso oscuro. 'El zorro' es una pequeña maravilla que nos recuerda el poder de la sutileza y los detalles en el cine evitando una autocrítica que no es tan necesaria como sentir el dolor de alguien que tan solo navega por la vida donde le lleve la corriente. Y si toca ser nazi, pues toca ser nazi.
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