Cuando mi primo me preguntó por mi película de asesinos favorita, cuando lo hizo con curiosidad y prestando atención, le dije que ‘Zodiac’ (id, 2007) era todavía la mejor que había visto, y eso que estaba basada, aunque lateralmente, en una película de Corea y en un hecho real, la historia de ese asesino que atemorizó los Estados Unidos y cuyo crimen permanece dudoso pese a ser más o menos resuelto. Los dieciséis años están llenos de sofocos, y aunque yo vi la película de David Fincher, una obra maestra indiscutible y su llegada a la madurez absoluta y milimétrica, rendido aún teniendo solamente dieciocho, eso me costó algún que otro palo, esa clásica protesta de estar ante una película que presume de ser aburrida y que no se disculpa por ello.
Así que preparé a mi primo para la mejor película sobre un asesino en serie, no me valía entonces ni el ‘Henry: Retrato de un asesino’ (Henry, 1989) de John McNaughton ni cualquier otra, pero, ante todo, una película fundamentalmente frustrante, pues el asesino, le advertí, desaparece a la mitad de metraje, decisión que me parece sumamente brillante. En todo caso, la pizza parecía un manjar cuanto menos irónico para ver 152 minutos de un relato que había visto ya otras tres veces y cuyas raíces setenteras desvelan al espectador de un modo insólito.
Es curioso que esta película de David Fincher haya generado tantas protestas. A mi siempre me pareció razonablemente corta. Una película total sería una película en la que la languidez del protagonista, ese dibujante de tiras cómicas llamado, sin apenas metáfora, Robert Graysmith (Jake Gyllenhaal), devorara grandes segmentos de la misma. Vemos su languidez, claro, pero también vemos languidecer su família, su apartamento, y nunca perderemos el vigor que le guía. Me parece un mérito enorme del guión de James Vanderblit. Un mérito enorme, preciso teniendo en cuenta la cantidad de información a la que tenemos que asistir.: un recuento burocrático del fracaso de coordinación de varios departamentos de investigación (los del condado, los federales, los policías de la ciudad de San Francisco).
Con este asesino banal, Zodiac, descubre mi primo, pueden pasar los años y el asesino ser capturado y ser descubierto en un aeropuerto para frustración de todos. Depende de él que sea o no sea demasiado tarde. Pero el asesino, permaneciendo no ya impune sino envejecido, alejado de toda épica calculadora, se toma su propia jubilación, como si el pasado mítico fuera para los medios. El estilo de Fincher evoca a veces conscientemente algunas imágenes familiares, aquellas de ‘Todos los hombres del presidente’ (All the president’s men, 1972) cuyo guión escrito por William Goldman se esforzaba también por dar una cantidad asombrosa de información sin perder de vista una narración fluida.
Hay algo todavía escalofriante en el epílogo de la película, que transcurre en un aeropuerto decorado por el best-seller de Graysmith. También es cierto que el clímax, minutos antes, transcurre en una tienda pequeña y anodina. Gyllenhaal encarna al héroe fincheriano a baja escala y Zodiac parece una respuesta razonada al John Doe de ‘Seven’ (id, 1995). Doe era un psicópata fincheriano con razón moral, capaz de usar la alta cultura (desde los siete pecados cristianos para recalar en obras como la Divina Comedia o el Paraíso Perdido) para ejercitar su discurso sobre la decadencia de occidente. No había inocentes, ni siquiera él: su obra maestra está al final.
En cambio, Zodiac es un gran relato periodístico. El decadente reportero que encarna Robert Downey Jr. lo ejemplica. El frustrado y honesto policía de Mark Ruffalo también. En ambos casos, la vida se interpone. Los caprichos, si queréis decirlo de esta manera más sencilla. Pero el policía tiene una família a la que mantener. El libro de Graysmith será su legado: la obsesión, la investigación. Esta película no es sobre un asesino, es sobre la posibilidad de capturarlo en un marco social concreto, es sobre lo que significa investigar, es el relato de una obsesión.
Lo perturbador de esta película está en el descubrimiento banal de varios fracasos policiales y organizativos. Los asesinatos, rodados sin contemplaciones, perturbaron a mi primo, claro. Pero la conclusión de la película, ese largo acto en el que descubrimos que el todo era atender a todas y cada una de las pistas, a lo exhausto del fracaso, del ensayo-error. Ese tercer de acto de miradas encajadas y de simpleza identificadora, décadas después, lo dejó todavía más exhausto. El mal es banal, como nos aseguraba Hannah Arendt, pero también pueden serlo los errores humanos que lo permitan sobrevivir. Basta un descuido. Pueden leer también la crítica de mi compañero Alberto Abuín.
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