Mi compañero Sergio hizo hace unas semanas un pequeño repaso a varios títulos de la Cannon, infame productora que gozó de cierta popularidad en los años 80 por sus cintas de acción. Éstas rara vez hacían gala de algún elemento artístico que merezca la pena ser recordado positivamente, algo a lo que ayudó mucho la fama de dar luz verde a cualquiera propuesta que les llegase —y sólo hay que echar un vistazo a su filmografía para ver lo cerca de la realidad que está eso— que se ganaron Menahem Golan y Yoram Globus, los mandamases de esta compañía.
Hacía ya muchos años que no veía una película producida por Golan y Globus —la última fue ‘America 3000’ (id, David Engelbach, 1986), lamentable cinta que algunos únicamente recuerdan por el uso de la palabra plastigocuay en su doblaje al castellano— y no tenía la más mínima intención de que eso cambiara. Sin embargo, mi novia y yo estábamos haciendo zapping y vimos que la información que nos daba el propio canal definía a ‘Yo, el halcón’ (‘Over the Top’, Menahem Golan, 1987) como una película que “combina músculos, acción y toques de drama". Tan singular propuesta nos creó la necesidad de verla y la verdad es que ojalá nunca hubiésemos caído en la tentación.
El toque Cannon
Golan y Globus se habían apuntado un gran triunfo con ‘Cobra, el brazo fuerte de la ley’ (‘Cobra’, George P. Cosmatos, 1986), ya que apenas había costado 25 millones de dólares y recaudó 160 en todo el mundo —y unas cuantas decenas más por el alquiler y venta de la película en VHS—. El problema es que se dejaron cegar por la avaricia, ya que la Cannon no fue la única productora de la película y con ‘Yo, el halcón’ quisieron repetir la jugada. Con el mismo presupuesto y contando de nuevo en el papel principal con Sylvester Stallone, que se embolsó prácticamente la mitad de esos 25 millones, ‘Yo, el halcón’ fue una de las últimas grandes apuestas de Cannon por seguir adelante, pero también un notable fracaso que selló el destino de la compañía por mucho que sus dueños estirasen unos años más su agonía.
No es tan sorprendente que el propio Golan se encargase de la puesta en escena de ‘Yo, el halcón’, ya que contaba con sobrada experiencia en esa materia, poco antes había rodado ‘Delta Force’ (‘The Delta Force’, 1986), uno de los títulos más míticos de la Cannon, y la tónica reinante en la productora era que la figura del director no tenía mayor trascendencia que la de poner la cámara a poder ser en el sitio oportuno, pero sobre todo acabarla lo antes posible. El beneficio económico siempre ha sido lo más importante, pero pocos exponentes hay tan claros de ello como los trabajos de la Cannon.
Eso es algo que también sucede en ‘Yo, el halcón’, ya que no hay ni una ligera chispa de genialidad en su trabajo de dirección. De hecho, la única singularidad, encaminada a dar una mayor veracidad a lo que vemos en pantalla, son esas pequeñas escenas en el tramo final en las que varios personajes, entre ellos el propio Stallone, hablan directamente a cámara para explicar cuáles son sus aspiraciones en caso de ganar el torneo de pulsos. El problema es que son pequeños islotes sin continuidad alguna que la única sensación que dejan es de una tremenda absurdez en su intento de dotar de más trascendencia a un relato ya bastante ridículo de por sí.
El niño repelente y el abuelo odioso
Estoy convencido de que hasta el propio Stallone acabó hasta las narices del nulo talento mostrado por David Mendenhall a la hora de dar vida su hijo en la ficción, siendo esto lo que llevó a confiar en Sage Stallone para cumplir esa tarea en la tampoco especialmente celebrable ‘Rocky V’ (id, John G. Avildsen, 1990). Tampoco le ayuda nada el lamentable libreto de Stirling Silliphant y el propio Stallone, donde el chaval comienza siendo un mocoso odioso para convertirse casi por arte de magia en alguien que profesa una admiración inagotable hacia su padre, algo que alcanza cotas especialmente delirantes en el tramo final de la película.
Sin embargo, la pobre trama familiar de la película, clara inspiración para la muy superior ‘Acero Puro’ (‘Real Steel’, Shawn Levy, 2011), no se limita a un chaval repelente, sino que incluyen un breve presencia de la madre enferma y convierte el abuelo del hijo de Stallone en la ficción en un villano de opereta bastante lamentable. Robert Loggia hace todo lo que puede por dotar de algún tipo de entidad a su personaje, pero los ya de por sí esquemáticos diálogos que dominan la función alcanzan sus cotas más bajas cuando le toca compartir escena con Stallone.
El héroe de los pulsos
Stallone era bien consciente de la creciente popularidad de la que la lucha libre gozaba a mediados de los 80, ya que ofreció la primera gran oportunidad en la gran pantalla a Hulk Hogan en ‘Rocky III’ (id, Sylvester Stallone, 1982), gran figura de ese deporte por aquel entonces que aún iría a más en los años posteriores. Mucho más marginales han sido siempre los torneos de pulsos, pero también más baratos y sencillos de mostrar en la gran pantalla, por lo que eran un campo de batalla ideal para que Stallone pudiera volver a ejercer como Rocky, pero sin la necesidad de manchar su querida franquicia, aunque, justo es reconocerlo, ésta ya estaba en clara decadencia artística —que no comercial— por aquel entonces.
Poco importa que su introducción en la conflictiva trama familiar entre su personaje y su hijo aparezca casi de la nada, un recurso facilón para añadir una falsa sensación de emoción que acaba volviéndose en su contra. Cierto es que se nos introducen los rasgos —el movimiento de su gorra antes de empezar y un giro irreal a mitad de pulso que marca el devenir de los acontecimientos— que definirán el estilo de Stallone en el gran torneo final y también al otro villano principal de la función, pero de nada sirve esto si la tensión se convierte en algo risible, algo que alcanza cotas inenarrables cuando ambas líneas argumentales confluyen para que el hijo del protagonista forje su carácter contra el típico matón de turno.
Los pulsos rápidamente vuelven a perder importancia en beneficio de la trama familiar, a la que incluso se intenta dotar de una artificiosa espectacularidad con la secuencia en la que el protagonista irrumpe contra un edificio con su camión. Tras varias estupideces más —el chaval huyendo como si nada de un equipo de seguridad de élite—, pasamos al gran torneo final, donde la sucesión de pulsos no podría ser más repetitiva y previsible por mucho suspense que quieran crear a su alrededor —una derrota intrascendente para Stallone, las repetidas menciones a los cinco años imbatido del actual campeón, etc.— y el detalle en busca de un mayor realismo que comento más atrás no sólo funciona bastante mal, sino que rompe el pobre ritmo de la película.
Golan y Goblus intentaron salvar los muebles como pudieron, llegando a poner a ‘Yo, el halcón’ al nivel de otros grandes éxitos de Stallone de cara a su posterior exhibición en el mercado doméstico para ver si así podían reponerse de su fracaso, pero el intento fue en vano. No obstante, lo que a nosotros nos interesa es su inexistente calidad artística y su muy dudosa valía como entretenimiento si quieres echarte unas risas a su costa —impagables las reacciones gestuales de Stallone y el resto de actores durante los pulsos—, porque difícilmente conseguirás pasar un buen rato con ‘Yo, el halcón’.
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