'Yo capitán' es cine social perfecto, capaz de remover a cualquiera sin necesidad de arengas, paternalismos ni leccioncitas de salvador blanco

Matteo Garrone culmina una película tan compleja como desasosegante, buscando siempre mirar a los ojos del espectador fijamente

Normalmente, el cine ha tratado las historias de inmigrantes ilegales que quieren buscar una vida mejor de manera o bien paternalista, o bien salvaje y violenta, prácticamente sin un término medio. Y en un siglo XXI marcado por los matices y los extremos, es muy de agradecer que existan cineastas como Matteo Garrone, capaces de convertir el drama de dos adolescentes en busca de un futuro en una gran sorpresa constante tanto narrativa como estilísticamente con una de las mejores películas de los últimos tiempos.

Oh, capitán, mi capitán

A 'Yo capitán' no le importa tu punto de vista sobre la inmigración, ni tus opiniones más o menos sosegadas sobre el racismo. Es una película profundamente política, claro, pero no intenta inculcar mediante el discurso directo (ese fallo en el que caen películas bienintencionadas como 'Mediterráneo' o 'En los márgenes') sino poniendo delante de ti una ventana hacia una realidad ficcionada que probablemente intuías pero que preferías desconocer. Y sales cambiado. Aunque sea ligeramente y no quieras reconocerlo, pero cambiado al fin y al cabo.

Garrone firma aquí su mejor obra, una película de dolor, pérdida de esperanza y sueños imposibles con un pequeño componente de misericordiosa fantasía que marca un antes y un después en el cine social sobre la inmigración. La odisea de Seydou y Moussa adquiere tintes homéricos en una historia desbordante de realidad pero también de una narrativa poderosa, con un ritmo fantástico (salvo un frenazo en seco al final del segundo acto) y que culmina con un último viaje a su Ítaca particular con el que es imposible no dejarse contagiar por la propia energía de sus poderosísimas imágenes.

Garrone es muy inteligente y se niega a convertir a los dos chavales en simples mártires unidimensionales lanzados a una caminata de sufrimiento. Al contrario: se toma su tiempo para construirles una personalidad, cerrándoles las puertas de un un drama continuo sin sentido y abriendo las de la esperanza en un tipo de película que normalmente se limita a apilar desgracia sobre desgracia. Y son precisamente esos momentos de descanso, alegría e incluso carcajadas los que permiten -tanto a los espectadores como a los protagonistas- tener fe por un futuro que, en el fondo, todos sabemos que será imposible.

Las garras de Garrone

'Yo capitán' no nace con la intención y la consciencia de ser "una película importante", y eso la libera de la carga de tener que ser siempre moralmente correcta y presentar unos personajes impolutos. A caballo entre la fábula, el drama, el cine social y la épica, la cinta es un continuo mejunje de tensión pura y agonizante, cine de terror (rozando el gore), coming of age aventurero y amistad arrepentida, melancólica y desesperada. La mezcla de géneros sale perfecta y tan solo adolece de un par de situaciones surgidas de manera poco natural, a puro golpe de guion.

El cine puede (y debe) servir como un lugar en el que escapar de todo lo que sucede fuera de los cuatro lados de una pantalla, permitir que huyamos y dudemos de nosotros mismos. Aunque en la vida real tu reacción fuera un "ellos se lo han buscado", a Garrone no le importa. No busca tu opinión ni tu compasión, sino tu involucramiento pasivo: no importa lo que pienses cuando pises la calle, ni tan solo si eres capaz de reconocer que la película te ha removido algo por dentro aún a expensas de ti mismo. Lo que importa es que en ese momento, durante esas dos horas, todo tu mundo sean Seydou, Moussa y un desierto interminable con piratas y monstruos continuos por el camino.

Seydou, el personaje al que sigue la cámara y, por tanto, lleva el relato, no es un narrador fiable. Ni siquiera pretende serlo: a los momentos onírico-fantásticos preciosistas en el desierto se une, poco después, una terrorífica pesadilla sacada del mismo infierno exagerada para la ocasión. 'Yo capitán' no pretende ser un retrato que documente el sufrimiento tangible y real de estos inmigrantes, sino maquillarse con pátinas de realidad para contar un cuento, una huida a corazón abierto, un viaje del héroe desgraciado y repleto de situaciones de vida o muerte del que salir indemne es una simple quimera.

La muerte de la belleza

Nunca has visto una película como 'Yo capitán', que, en lugar de tratar de "abrirte los ojos" mediante frases hechas y bienquedismo de salvador blanco, solo se preocupa por contar una historia de supervivencia y dolor, amor incondicional, malas decisiones, nostalgia del hogar y terror esperando tras cada duna del desierto, cada persona que no puede pagar a los piratas, cada barco a la deriva, cada madre dejada atrás sin mayor explicación.

Garrone ha filmado una de esas pequeñas y extrañas películas definitorias que cambian de manera inexorable la manera que tenemos de acercarnos a un tema social mediante el cine. Y lo ha hecho utilizando una impresionante belleza visual y plástica para mostrar el temible desierto, pocas veces tan amenazante, y la claustrofobia imperante en un barco cuyo destino solo importa a los que están en él montados. Un trabajo maestro tras las cámaras que no debería pasar desapercibido.

'Yo Capitán' no señala a nadie. No busca causas ni soluciones, no trata de arengar ni de reprochar. Tan solo quiere que reaccionemos ante nuestra propia pasividad, que vivamos por un momento el viaje en primera persona, que suframos ante los devenires del destino despojándose de una moralidad que va a la contra de sus intenciones. No trata de ser veraz ni poner delante de nosotros un espejo de la realidad, pero, al hacerlo, consigue removernos al desafiarnos cara a cara. Una experiencia cinematográfica de primer orden que tienes que vivir en tus carnes sí o sí.

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