No es 'Cuentos de Tokyo', ni falta que le hace: su restauración en 4K nos permite ver con claridad que siempre fue una excelente película por sí misma
En 1942, Yasujiro Ozú rodó su cuarta película con sonido, 'Hubo un padre', que más adelante fue censurada por los vencedores de la II Guerra Mundial cortando todo tipo de momentos patrióticos. Ozú se pasó cinco años sin rodar (no era la prioridad en aquel momento, desde luego) y, cuando volvió a ponerse tras las cámaras, lo hizo con una cinta aparentemente suave y adorable sobre la relación entre un niño y una señora con instinto maternal exacerbado, pero que realmente esconde la rabia y desesperación post-bélicas más estoicas de la historia del cine.
Hubo una guerra
No hace falta que nadie especifique una sola palabra sobre la guerra, que aparezca un cañón, una pistola mate a un soldado o alguien llore a los caídos: cada plano de 'Historias de un vecindario' es puro conflicto bélico, un Japón lamiéndose las heridas y aceptando con normalidad las cicatrices que aún pueden abrirse en cualquier momento. Desde la falta de comida (esa ilusión por comer chocolate) hasta la normalidad con la que se acepta la orfandad, esta película, calificada injustamente como "un Ozú menor", es el duro retrato de un país destruido que se esconde tras el algodón de azúcar del cariño.
75 años después de su estreno, tenemos la suerte de poder ver en 4K y en pantalla grande una pieza clave de la filmografía del director que se suele pasar por alto en favor de otras maravillas como 'Cuentos de Tokyo' o 'Primavera tardía'. Pero esta ternura dura y estoica nos hace ver una cara de Ozú que permanece inédita en el resto de su cine: la de aquel que no quiere dejar de ser fiel a su propio estilo, pero al mismo tiempo es incapaz de mirar hacia otro lado al ver cómo su país ha sucumbido.
De hecho, el plano más conocido de la película es el de una manta secándose al sol después de que el niño se mee en ella sin querer. El problema es que la manta en cuestión se asemeja, quizá de manera abstracta (y, por qué no decirlo, poniendo de nuestra parte) a la bandera de Estados Unidos. Es la rabia contenida de un Ozú que solo permite abrir una ventana al optimismo en sus momentos finales, donde la protagonista lanza una arenga sobre el futuro y la unión del pueblo. Es un grito desesperado tras perder todos sus motivos para seguir adelante. Habla, sin poder evitarlo, de la guerra. Pero sin nombrarla, porque, al fin y al cabo, no es necesario: sobrevuela el metraje continuamente.
Puñetazo gentil
Si Berlanga lanzaba puñetazos al Régimen en el plano final de su primera película, 'Esa pareja feliz', cuando Fernando Fernán Gómez y Elvira Quintilla bajaban por una calle madrileña donde la pobreza era notoria, Ozú hace lo propio en los últimos momentos de 'Historia de un vecindario'. Es aquí cuando la perspectiva de la barriada cambia y vemos, aparentemente sin motivo, a unos niños ganduleando cerca de la estatua del samurái Saigo Takamori en el parque de Ueno. No es casualidad.
Tras la II Guerra Mundial, el bando Aliado -y particularmente MacArthur- trató de impedir otra insurrección bajando la propaganda en la sociedad japonesa al mínimo posible, desde el cine hasta los monumentos. De hecho, trató de derribar la estatua de Saigo del parque, pero el pueblo se manifestó en contra hasta el punto en que tuvo que echarse atrás. Por eso, que Ozú muestre el monumento es algo más que simple contexto visual. Por mal que vayan las cosas ahora, el pueblo japonés sigue unido, parece querer decir a los ocupantes, que, al igual que la guerra, forman parte de una capa superior e invisible a lo largo del metraje.
Pero, aunque su valor como documento histórico sea quizá su aspecto más conocido y reseñable, 'Historia de un vecindario' es mucho más. Es la dureza del carácter forjado a lo largo de los años, el amor que no sabías que podías dar, el instinto maternal sofocado por la frialdad de los tiempos, el dolor de la pérdida de aquello que dabas por hecho. Es el retrato de una persona que, cuando menos lo esperaba, fue feliz durante un pequeño espacio de tiempo. Es la sonrisa inevitable al sacarse una foto. Es la felicidad plena y el dolor que acaba por conllevar tarde o temprano. El final feliz más triste posible.
Eso sí, 'Historia de un vecindario' no es una película redonda. Cae en una historia excesivamente sencilla que no acaba nunca de dar en el clavo hasta el tercer acto, pero al mismo tiempo es una pieza clave normalmente olvidada en la filmografía de un director que ahora tenéis la oportunidad de descubrir (o redescubrir) en pantalla grande, coincidiendo con el 60 aniversario de su muerte y el 120 de su nacimiento. Merece la pena acercarse a la vida de esta madre a la fuerza, este hijo dubitativo, estos movimientos de hombros sinuosos y este amor condenado a no serlo. Ozú siempre es el mejor regalo de Navidad.
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