Al hablaros de 'Un episodio en la vida de un chatarrero' ('Epizoda u zivotu beraca zeljeza', Danis Tanovic, 2013) os comentaba que la programación de los festivales --al menos los que, como el de Sevilla, seleccionan títulos exigentes, no solo entretenimientos-- suelen poner a prueba la paciencia del espectador, obligándole a cambiar de perspectiva y reflexionar, desentrañar lo que está viendo; por lo general, su público no es el que busca evasión con palomitas --aunque aquí se come bastante durante las proyecciones--. Los lectores más veteranos saben que he acudido a varios festivales, que tengo experiencia, y aun así, pocas películas he visto en mi vida más insufribles que 'Stray Dogs' ('Jiao you', 2013).
Se trata del último trabajo del taiwanés de origen malayo Tsai Ming-Liang y recibió el Gran Premio del Jurado en la Mostra de Venecia. La sinopsis de 'Stray Dogs' que puede leerse en el programa --destinado a pintar todas las películas como imprescindibles-- aclara que la historia tiene lugar en "un Taipei apocalíptico de incierto y apasionante destino". En realidad transcurre en el presente aunque la cámara muestra algunos escenarios que bien podrían servir para algún deprimente relato futurista; calles inhóspitas, edificios en ruinas, apartamentos podridos... Sitios que, tristemente, podemos encontrar en cualquier gran ciudad del llamado mundo civilizado.
Y es que el título, "perros callejeros" o "perros abandonados", además de ser válido literalmente --uno de los personajes lleva comida a un grupo de canes-- se refiere a los seres humanos sobre los que gira este enigmático film. O puede que en cierta manera, a todos los que vivimos estos tiempos extraños, donde el progreso significa que hay gente que necesita tener el último modelo de cualquier cacharro que acaba de salir al mercado, mientras otros, en la misma localidad, se ven obligados a dormir en la calle y trabajar un día entero para poder llevarse algo al estómago. Peculiares vecinos en este absurdo caos inhumano.
El protagonista masculino de 'Stray Dogs' tiene un empleo muy simbólico: sujeta un cartel publicitario. Es un poste humano ahí en medio de la calle. Es una cosa. Un instrumento de un sistema cruel que avanza inexorable. El hombre recibe unos billetes con los que se alimenta él y sus dos críos, compra un poco de alcohol, guarda algo para tiempos peores --todo puede ir a peor--, y a dormir. Mañana será otro día. Igual que el anterior. Los coches seguirán pasando a su lado, a toda velocidad, con otros ciudadanos que van con prisa a cumplir con sus respectivas ocupaciones para ganar el derecho a seguir consumiendo.
'Stray Dogs' habla de esto y de más temas, de todo lo que tiene cabida en una realidad capturada durante dos horas y cuarto. Y lo hace a su manera, que es algo loable, la razón por la que alguien debería dedicarse al cine, entendido como expresión artística. Por eso nunca diría que es una mala película, ni tampoco una obra completamente aburrida, hay evidentes muestras de talento en ella, imágenes muy poderosas, tanto por lo visual como por lo que sugieren, pero el autor --quizá porque ha visto que así tiene éxito en festivales, y recibe elogios y premios-- cree necesario alargar las tomas hasta que resulta insoportable.
Mantiene el plano durante tanto tiempo que se hace imposible seguir mirando con atención. Sin que haya nada en pantalla que lo justifique. Por ejemplo: el protagonista comiendo un trozo de pollo u orinando entre unos arbustos. Son escenas corrientes cuyo contenido se procesa en poco tiempo, y es totalmente aceptable que se deje algo más de lo necesario para transmitir o generar un estado de ánimo, pero llega un punto en que resulta ridículo. Te aburres de mirar siempre lo mismo sin que haya cambios. Y al final sientes que te están tomando el pelo. Que todo es una broma y Ming-Liang se está partiendo de risa imaginando al público tratando de sorportar y entender tan tediosas situaciones.
Es imposible no desconectar cuando tienes que mirar durante cinco minutos un plano en el que no hay novedad, estático. No todo es así, por suerte. Hay escenas como una en la que Lee Kang-sheng canta y rompe a llorar, bajo la lluvia y azotado por el viento, que es muy emocionante. Y resulta estimulante analizar el film para desentrañar los misterios que oculta, como si se tratara de un rompecabezas, y el significado de muchas de las imágenes que nos muestra el cineasta, que parece interesado en hablarnos de mucho más de lo que cabe observar en la pantalla --esa pintura que hipnotiza--. De todos modos le recomendaría, con total humildad, que repasara sus conceptos del arte del montaje. 'Stray Dogs' funcionaría mucho mejor recortando sus exageradamente pesadas secuencias.
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