Realmente, es tal mi decepción y mi desconcierto tras ver anoche World Trade Center, de Oliver Stone, que no sé por donde empezar a narrar los múltiples motivos.
Antes que nada, para los que no la hayáis visto todavía os recomendaría que no siguierais leyendo este post, en primer lugar porque puede caer algún que otro spoiler (aunque lo que pasa en la historia ya se sabe antes de empezar) y después porque si viéndola sin prejuicios ya resulta insoportable, no quiero pensar como puede resultar teniendo en mente alguna ligera idea negativa.
Tengo que reconocer que la primera media hora de World Trade Center (la misma que entusiasmó en Cannes) es espectacular, reflejando el desconcierto generalizado, y la falta de información y recursos de que disponían las fuerzas del orden, que nunca hubieran podido imaginar que en una ciudad como Nueva York ocurriera una atrocidad así.
Aunque ya empieza a vislumbrarse un aparente distanciamiento progresivo de los hechos, para centrarse en los personajes protagonistas, que quedan enterrados bajo los escombros del edificio.
Y cuando digo aparente distanciamiento, no es por casualidad, ya que en la película se omiten datos tan relevantes como quién realizó el atentado, bajo el pretexto de narrar únicamente lo ocurrido a los policías, pero no faltan las imágenes televisivas de Bush proclamando que nadie podrá con ellos, ni otras frases protagonizadas por un marine (que comentaré más ampliamente), que son de vergüenza ajena. Ya tenemos a los héroes enterrados, sus familias sospechando que no van a volver a verlos, y a partir de aquí, la película se limita a mostrar un tiempo a unos, un tiempo a otros, lo justo para que no te duermas con ninguna de las situaciones, tan repetitivas, y aburridas, que uno llega a sentirse culpable de terminar bostezando ante unos acontecimientos que en realidad fueron tan terribles.
No dudo de la veracidad de todo lo que cuenta Word Trade Center, pero no se puede tener durante casi dos horas a dos tipos enterrados bajo escombros, repitiendo sin cesar “No te duermas” mientras sus familiares se pasan el día comiendo, sin hacer el más mínimo comentario relevante, ni opinar sobre lo que está pasando, ni especular sobre la situación, como si tuvieran unas orejeras de burro, que les impidieran ver a su alrededor.
Para colmo de la credibilidad, las víctimas y sus esposas, que como es lógico piensan los unos en las otras constantemente, y viceversa, comparten a la vez, los mismo recuerdos, con una fotografía bañada en una especie de iluminación blanquecina, digna del peor telefilm de un domingo por la tarde.
Pero por si no hubiera suficiente con la monotonía, la película incluye también algunos momentos bochornosos y ridículos, que incluso llegaron a provocar risas en la sala, lo cual teniendo en cuenta el tema que se estaba tratando, resulta lamentable llevarlo al extremo de parodia absurda al que lo conduce Oliver Stone.
La primera escena para olvidar, es cuando aparece Jesucristo con una botella de agua, entre luces de colores, al más puro estilo Super Star, que para colmo, se repite dos veces, por si alguien no se había avergonzado todavía. Seguramente, en la situación que estaba, el policía vio a Cristo, y lo que hiciera falta, pero ¿Era necesario mostrarlo así? O mejor dicho ¿Era necesario mostrarlo?
Al parecer sí, porque lo que queda más claro conforme va avanzando el film, es que Dios está con los americanos, en todo momento, manifestándose incluso a través de un ex marine, que escucha su llamada en una iglesia, bajo una inmensa cruz (después de ver a Bush por la tele) y corre hacia la peluquería, para raparse la cabeza, que seguro que le resulta de gran utilidad para un rescate.
Este personaje lamentable, resulta el héroe de World Trade Center, ya que es el que consigue encontrar a los policías (gracias al aviso de Dios), saltándose todos las recomendaciones de los equipos de rescate. Para que quede clara su postura, en su primera aparición en pantalla lo vemos proclamando “Señores, estamos en guerra” (o algo parecido) y en la última hablando por un móvil (suponemos que con otros marines guiados también por Dios) para vengar lo sucedido.
¿Era necesario meter a Dios en esto? Porque entiendo que se le nombre para las cuestiones de fe, que las hay en todo momento, ya que ante la desesperación rezan la mayoría de los personajes, pero ¿Para hablar de venganza? Me resulta bastante indignante, sobre todo teniendo en cuenta que Oliver Stone no se ha cansado de repetir que no se ha querido posicionar políticamente.
¡Menos mal! Porque si llega a posicionarse, hubiera salido Bush haciendo la barbacoa final, donde todos aparecen felices, y en la que Nicolas Cage suelta un discurso sobre los hombres malos, y los buenos, que sirve como guinda perfecta para tamaño despropósito.
En los créditos finales, entre otras cosas aparece que el marine en cuestión se fue a la guerra de Irak (lo cual ya había quedado bastante claro), y finalmente dedica la película a todas las víctimas del atentando, pero en ese momento ya es demasiado tarde, porque la mayoría de la gente ha abandonado la sala, después de haber visto una típica americanada, que no hacía ninguna falta que se situara en los atentados del 11 septiembre.
Cuando me enteré que se iba a hacer esta película tan pronto, no me pareció muy correcto, debido a la huella todavía latente que queda de lo que sucedió, y si algo se agradece a Stone, es no haber caído en el morbo, ni haber hurgado en las heridas, con imágenes escabrosas, o chocantes. Para eso ya tuvimos la realidad. Pero para hacer lo que ha hecho, tampoco me parece en absoluto, que haya valido la pena.