En la filmografía de Woody Allen, la localización siempre ha tenido un peso particular en el desarrollo de sus historias, hasta el punto de convertirse casi en un personaje importante en muchas de ellas. El director ha usado a menudo diferentes períodos de tiempo de un lugar emblemático en su cine como es Coney Island, en Brooklyn, donde también se desarrolla su película número 45.
Concretamente, tiene lugar en los cincuenta, con lo que ya hay algo ganado con respecto a las últimas obras del cineasta, y es que la ambientación, y el diseño de producción están más trabajados de lo que acostumbra. El momento en el que transcurre ‘Wonder Wheel’ da lugar para que se defina su característica principal, una mezcla de géneros que puede resultar algo imprecisa, puesto que en parte es un drama criminal, en parte una mirada a una familia disfuncional.
'Wonder Wheel': drama humano y teatral
Empieza como una especie de comedia, y realmente hay momentos realmente divertidos durante la mayor parte de metraje, por ejemplo cada vez que el genial personaje de Jim Belushi vocifera y despotrica. Pero la atención se centra principalmente en Kate Winslet en el papel de Ginny. Es casi innecesario confirmar que la actuación de la británica es el punto fuerte del conjunto, llena más la pantalla que la noria que gira alrededor de ella y da nombre al filme.
A través de la historia de Ginny, Allen recorre de nuevo la senda de algunos de sus temas clásicos como la familia, la tristeza de la madurez, las envidias y bajas pasiones… pero lo hace con un toque más ligero del que acostumbra en algunos de otros de sus dramas más serios previos. Su planteamiento de inicio, con un gran Justin Timberlake como narrador, engaña, puesto que hace pensar en un elemento externo al núcleo del film y no es así.
Su personaje se convierte en un desencadenante ambiguo, activo en la trama y finalmente determinante para dar forma al conflicto principal de la obra. Pero la atención se centra en Ginny, sobre la que se descargan los avatares del fracaso matrimonial mientras intenta huir de su destino con desesperación palpable. El director, demostrando lo bien conoce las emociones humanas, usa pasión y decepción para crear un juego perverso con el espectador.
La vuelta del Allen visual
Tal y como Hitchcock lo hacía con el suspense, Allen es capaz de manejar las expectativas confiando en la capacidad del público para adivinar las intenciones de los personajes sin que lo hagan con quiénes interactúan. Pero lo más memorable de ‘Wonder Wheel’ son las pulsiones de su historia filtrándose como narración visual y sensorial de luces telúricas, lúgubres claroscuros sobre sus personajes, y colores irreales que la convierten en el Allen mejor rodado desde ‘Blue Jasmine’ (2013).
Una mirada exuberante y casi pictórica creada por el director de fotografía Vittorio Storaro y el diseñador de producción Santo Loquasto que proporcionan un nivel de interés visual que fascina incluso cuando el interés dramático llega con retraso. Así, las pasiones se reflejan con colores expresionistas: si hay rabia, la cara de Winslet recibe rojos, que se tornan en azules cuando la historia se llena de tristeza, corazones rotos y vidas desperdiciadas.
La cualidad casi teatral de la puesta en escena ayuda a evocar la sensación de sueño febril romántico en el diorama que es la casa de Ginny y Humpty, y también sirve para rebajar el tono grave de sus pasajes más oscuros. ‘Wonder Wheel’ es capaz de hacernos sonreír con la mala baba del autor cuando nos muestra las andanzas de un incorregible niño pirómano, pero es también capaz de helarte la sonrisa en momentos como su final devastador, coronado por un emotivo monólogo de Winslet que muestra la gran comprensión del personaje por su director.
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