'Who's that knocking at my door', el debut de Martin Scorsese

Permitiéndome la caprichosa licencia de una elipsis filmográfica, doy un salto desde el último trabajo de Martin Scorsese, con la música de fondo de los Rolling Stones a una de las primeras escenas de 'Who's that knocking at my door', en la que un grupo de jóvenes están envueltos en una reyerta callejera, a ritmo del rock and roll. En esta elipsis pasamos de 'Shine a Light', la última obra de Scorsese recién estrenada hasta el año 1969, cuando un joven y talentoso estudiante de cine logra finalizar su primer largometraje, presentando así las credenciales del prestigioso y aclamado director que es hoy día.

En esa época, Scorsese era un joven cineasta con tres cortometrajes a sus espaldas. Meros ejercicios en sus estudios de cine en la New York University, que intentaba plasmar sus influencias personales (del religioso seno de una familia italoamericana en un suburbio neoyorkino), cinematográficas(gran admiración a los clásicos) y artísticas (compartiendo estudios con otros prometedores talentos cinematográficos) con un nuevo concepto de cine, tintado de moderno, pero que germinaba como una crucial etapa, que no perdía de vista al reciente cine europeo. Todo ello está presente en este primer largometraje, cuyo origen fue algo distinto y cuya finalización sufrió importantes cambios y dificultades.

Cuenta la historia de J.R. (encarnado por el debutante Harvey Keitel), un joven italoamericano, que junto a sus amigos deambulan por las calles. Paralelamente vamos conociendo como el protagonista va estableciendo una relación con una chica, de origen distinto, que vive independiente y posee una distinta moral. Él se siente muy atraído pero rehuye el sexo, al que sólo concibe dentro de un posible matrimonio, hasta que ella le cuenta que fue violada lo que echa al traste su concepción de ella. En líneas básicas esta es la línea argumental final, pero no fue así concebida en un principio.

La naturaleza fragmentada de 'Who's that knocking at my door' tiene su esencia precisamente en la transformación que sufrió la película. Primero fue un largometraje de 65 minutos, sufragado con unos miles de dólares prestados por amigos y familiares cuyo resultado fue 'Bring on the dancing girls', una historia que retrataba a unos jóvenes italoamericanos en las calles de Little Italy y su discurrir nocturno, asolados por las dudas sobre la moral religiosa a la par que descubren su apetito sexual. Tras un primer visionado, Haig Manoogian, que hacía las veces de mentor (y que fue uno de sus profesores), quedó horrorizado sin ver salida al resultado obtenido. Logró nueva financiación para una segunda versión, con más minutos de metraje y reescribiendo de nuevo la historia. Scorsese se puso manos a la obra para darle más páginas de guión a la relación entre el protagonista J.R. y la chica que conoce.

Esta segunda fase fue rodada en 16 mm, frente a los minutos ya rodados en 35 mm dan una idea del puzzle con el que se estaba trabajando. Finalmente en 1967 se exhibe en el Chicago Film Festival bajo el título de ‘I call first’ sin lograr especial relevancia. Aquello quedó estancado y Scorsese, ávido por ampliar horizontes marcha a Europa atraído por el mundo de la publicidad. Hasta que recibe la llamada de nueva financiación para lograr distribuir la película, a condición de incluir una escena de sexo. Sin muchos tapujos se puso manos a la obra y grabó una pieza que le abriría las puertas de una mayor difusión, a costa de insertar de forma inconexa y gratuita una secuencia que no aportaba nada a la historia (pero que está resuelta con gran virtuosidad). Con este nuevo capítulo volvió a estrenarse en el Chicago Film Festival de 1969 bajo el título definitivo, obteniendo buena acogida, más a su valía como joven promesa que por el resultado. Se estrenó en Nueva York y algo después en Los Ángeles (con otro título: ‘J.R.’).

Este periplo hacen que su debut en un largometraje fuera un tanto especial y, por supuesto, complejo, lo que le exigió sacar de dentro lo mejor de sí mismo. Supuso también el debut de un joven actor, Harvey Keitel, del que sacó una excelente interpretación. La película tiene la esencia de lo que serían algunos de los ingredientes sus futuras películas: la ciudad de Nueva York, la influencia religiosa, la violencia…

La película, a pesar de no ser una obra mayor, sí que tiene elementos técnicos muy destacables como son un manejo virtuoso de la cámara, el uso de imágenes congeladas, un montaje innovador que roza lo experimental, además de una sobresaliente puesta en escena. Todo ello teniendo en cuenta el escaso presupuesto que impidió rodar más escenas en exteriores. La escena más sobresaliente, quizás la más cuidada y que evidencia un notable dominio en la dirección es en la que el protagonista J.R. conoce a la chica (a secas, no tiene nombre alguno en el guión) en la estación del ferry que cruza a Staten Island. Allí se establece un primer contacto, contado con especial cuidado, con unos diálogos magistralmente rodados, en un espacio reducido (ambos sentados en un banco) pero que está resuelto con una enorme variedad de planos y ángulos que acompañan la conversación.

Las influencias que comentaba al principio son obvias. Su origen en una familia emigrante con gran arraigo religioso es tangible en la primera escena, en donde una madre (la propia progenitora de Scorsese) prepara una pizza a sus vástagos en un montaje que alterna las imágenes religiosas. Las influencias cinematográficas son esenciales, la primera conversación con la chica versa sobre John Wayne y el western es sólo un ejemplo.

La importancia de la música en este humilde largometraje está asociado a la modernidad del montaje y, también es buen ejemplo de lo que Scorsese nos iría deparando en el futuro hasta llegar al reciente documental ‘Shine a Light’.

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