'Westworld' sigue con la tónica habitual de esta segunda temporada: tramas que discurren casi paralelas, a veces entrecruzandose, pocos vistazos a las lineas de tiempo de la primera tanda de episodios y revelaciones que empujan hacia adelante y de golpe, sin disimulo, todas las tramas de forma casi simultánea. Sin embargo, aquí se permite el uso de un flashback de forma, sin duda, singular.
Esto es, lo emplea no como es habitual en 'Westworld', lanzando al espectador piezas del puzle que deberá conservar para dsentrañar el significado de episodios (¡o temporadas!) más adelante, sino usando el recurso... como lo usa todo el mundo. Es decir, planteando una pregunta y respondiéndola inmediatamente, sin cambiar de personajes ni escenarios, para que veamos cómo se ha llegado a esa situación.
Es extraño que 'Westworld' proporcione un asidero narrativo tan firme y lógico, pero lo hace porque tiene que ir respondiendo unas cuantas preguntas, y parece no querer jugar tan a fondo la carta del enigma como en la primera temporada. Las tramas están empezando a confluir y fusionarse, como no podía ser de otro modo con la no por esperable menos sorprendente reaparicion de Robert Ford, que casi puede decirse que resetea (psicologicamente) a Bernard, aparte de proporcionarle un detalle muy jugoso sobre su pasado (y que da pistas uno de los flashbacks más enigmáticos de los últimos episodios, la conversación entre Bernard y Dolores)
'Westworld' ha entrado, claramente, en el tramo final de su segunda temporada, y por eso este episodio se dedica a responder cuestiones y a preparar el clímax: veremos como concluye (momentáneamente: aun puede dar de si) el encuentro de Maeve con su hija, que desde la sorpresa inicial de la semana pasada acaba dando pie en una montaña rusa de encuentros y desencuentros.
Maeve se topa así primero con el Hombre de Negro (y un Laurence que ve la luz), luego con los humanos que pretenden (sin éxito) dejar Westworld hecho un solar y, finalmente, con Dolores. Un encuentro entre dos de los personajes de la serie más intrigantes y con más potencial, pero que quizás brillaba más sobre el papel. Y sobre todo, que deja claro con la conexión definitiva de las distintas líneas temporales, que -salvo sorpresas- el Shogun World de las dos últimas semanas ha sido una mera distracción, un bello relleno que al final no ha aportado demasiado al cosmos de la serie.
Un parque para conocernos a todos
Sin ser un mal episodio, a veces esta séptima entrega de la segunda temporada de 'Westworld' peca de discursiva, como no podía ser menos con un Ford tan encantado de conocerse y de escucharse como siempre: éste revela que el parque era, como no podía ser de otro modo, algo más que la lucha por la supervivencia del patriarca Delos, sino un experimento invertido. Los datos que se recogían no eran los de los anfitriones, sino los de los clientes, los auténticos conejillos de indias, en una metáfora del Big Data internautico escalofriante por lo pertinente.
Sin embargo, al final esa intervención de Ford acaba siendo lo más memorable del episodio, debido a los sutiles detalles de significado que introduce en su discurso. Alguno de ellos incluso metanarrativo, como cuando menciona el significado de "tararear una canción que otro compuso", que es justo el jueguecillo que los guionistas de la serie hacen con pianolas y hits pop modernos. De acuerdo: Ford es un pesado, pero sus discursos están tan bien escritos, y Hopkins los descarga con esa mezcla de convicción y aparente ligereza que funcionan a la perfección.
Otro abuso poco habitual en 'Westworld' y en el que aquí cae más de la cuenta es la muerte aparente de varios personajes, tiroteados y luego salvados in extremis para que puedan continuar su periplo. Más allá de la credibilidad, es un desperdicio de las posibilidades dramáticas de dos personajes esenciales como Maeve y el Hombre de Negro, y cuya única contrapartida positiva es sembrar la duda acerca de si el personaje de Ed Harris es o no un anfitrión. Una duda que siempre ha sobrevolado la serie, especialmente si tenemos en cuenta el precedente en formato película.
Podríamos desestimar el capítulo como uno de transición hacia la conclusión de la temporada, pero sería injusto. Si bien las idas y venidas de los humanos y el nivel de las revelaciones no tienen la intensidad y el interés de capítulos precedentes, el nivel general sigue siendo estupendo. Como siempre, los diálogos rebosan detalles sugerentes, como el momento en el que Angela afirma que los anfitriones "somos más que vosotros", un guiño -voluntario o no, qué importa- al "Más humanos que los humanos" de la corporación Tyrell de 'Blade Runner'.
O, sobre todo, la crueldad con la que se describe el comportamiento de los humanos, ya alineados -salvo casos muy específicos- como villanos sádicos, y entre los que no se salva Charlotte, que tortura a Bernard con un ahogamiento virtual supurante de humor malvado. Un posicionamiento firme de la serie en el bando de los anfitriones que nos hace preguntarnos: entre androides genocidas y humanos sin alma... ¿quedará alguien que nos importe en la serie?
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