La llamada trilogía sobre la caballería de John Ford está formada por ‘Fort Apache’ (id, 1948), ‘La legión invencible’ (‘She Wore a Yellow Ribbon’, 1949) y ‘Río Grande’ (‘Rio Grande’, 1950). Pero hay un cuarto título que podría ser considerado como una extensión de la misma; ‘Misión de audaces’ (‘The Horse Soldiers’, 1959) está ambientada durante la Guerra Civil, la única vez que Ford —salvando el “instante” dirigido en cierta famosa película de 1964— puso su mirada sobre ese vergonzoso episodio en la historia de los Estados Unidos.
Nunca entendí el desprecio, por así llamarlo, por parte de la crítica, o incluso los espectadores, que sintieron y demostraron ante una cinta que, como dijo un popular escritor de cine de este país, es un film menor dentro de la filmografía de Ford pero una película grande. Nada desacertada forma de definir una película que ofrece una desesperanzadora visión sobre el ser humano en conflicto, y que, a diferencia de la trilogía citada, pone la tilde en el lado humano de sus protagonistas, muy por encima de estamentos militares de dudosa valía. Más clara en intenciones, aún con su juego de máscaras.
Los personajes por encima de la historia
John Wayne, en una de sus muchas colaboraciones con su amigo, da vida al Coronel John Marlowe, del ejército de la Unión, que con su regimiento deberá internarse tras las líneas enemigas para destruir unas líneas de ferrocarril muy importantes para el ejército confederado. Una misión que podría sentenciar el curso de la guerra. La película es una ficción basada en un hecho real, como otros de los detalles mostrados en el film —el niño tamborilero del sur que se escapa de casa para ir a luchar—; una misión, nada audaz, que sirve a Ford para ofrecer una nada épica visión sobre la guerra y el heroísmo. Y eso que hablamos de un director muchas veces tachado, evidentemente por ciegos, por su ideología.
Tal y como expresa Tag Galllagher en el que probablemente sea el mejor libro escrito sobre Ford, “los detractores de su cine desatienden las sutilezas entre los extremos, el doble nivel de los discursos, el obsesivo alegato de su obra a favor de la tolerancia”, y que esa incapacidad para ver verdaderamente al director es debido, en parte, al propio Ford, al que le gustaba ocultarse tras máscaras, rodearse de misterio —véase la famosa entrevista que le hizo Peter Bogdanovich para hacerse una idea—. Precisamente, los personajes de ‘Misión de audaces’ gozan de esa característica.
La misión del título español no tiene demasiada importancia para Ford, de hecho la voladura de la línea de ferrocarril se produce fuera de campo. Al director le interesa mucho más el componente humano, tan característico de su obra, personajes en apariencia de una forma, a los que visten muchos de sus actos, en lo que para Ford solía ser un retrato de la vida cotidiana de cada uno de ellos. Adelanta también lo que se vería posteriormente en películas como ‘Dos cabalgan juntos’ (‘Two Ride Together’, 1961) o ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ (‘The Man Who Shot Liberty Balance’, 1962), los caracteres enfrentados en manos de los dos personajes centrales.
Richard Widmark y James Stewart en la primera y, éste último y John Wayne en la siguiente, son una extensión de los personajes de Wayne y William Holden en ‘Misión de audaces'. El primero, un constructor de líneas ferroviarias en la vida civil —su misión en tiempos de guerra es toda una ironía—, y Holden en el papel de un médico que les acompaña, y cuyo vital interés es evitar que mueran inútilmente más hombres, sean del bando que sean. Con visiones diferentes sobre la guerra, Marlowe mira a su acompañante con recelo, casi con odio, por pertenecer a ese grupo de “profesionales” que una vez mataron a su esposa en busca de un tumor que no existía.
Máscaras que se caen
Así pues, ese juego de máscaras comienza con el propio Marlowe, protagonista central de un relato casi coral, en el que también termina aterrizando el lógico personaje femenino del universo fordiano, Hannar Hunter, interpretada por Constance Towers —cuyos cuatro trabajos cinematográficos más representativos son dos films con Ford y dos con Samuel Fuller, realizados en la misma época—; ella es una mujer del sur que, en cierto instante, descubre los planes de los soldados del norte, y éstos se ven obligados a llevársela con ella. El enfrentamiento Marlowe/Hunter irá más allá de la típica guerra de sexos, al representar dos estilos diferentes de ideologías.
Pero como siempre en el cine de Ford, las diferentes formas de pensar encontrarán un punto de encuentro, de reconciliación, de tolerancia con el prójimo. Así, la citada relación irá in crescendo hasta ese maravilloso final en el que Marlowe arrebata el pañuelo de Hannah —ecos de ‘El hombre tranquilo’ (‘The Quiet Man’, 1952), la historia de amor por excelencia de Ford— y la mira por última vez antes de cruzar un crucial puente que explota tras su cabalgada, en uno de los desenlaces más misteriosos y extraños del cine de Ford, también uno de los más bellos.
Esa cabalgada final está precedida por momentos intensos en un film cuya grandeza hay que buscarla en los detalles. La denuncia a la guerra está en la falta de épica de las marchas, o cargas, militares. Véase al respecto la patética carga confederada contra la Unión, y en la que Ford realiza un muy claro homenaje a D.W. Griffith. O la terrorífica, por lo que propone, marcha de niños cadetes del sur, al son de los tambores, mostrando de nuevo a las mayores víctimas de toda contienda. La decisión de Marlowe en dicho instante evita lo que sería una matanza infantil. Ford mezcla, como muy pocos saben hacer, ya que es bastante difícil, tragedia y comedia.
Hablando de humor, ‘Misión de audaces’ desvela la buena mano que tenía su director para la comedia, género en el que se prodigó muy poco —en una filmografía de más de cien títulos—, de hecho, sus pocas incursiones totales reflejan incomodidad absoluta. Sin embargo, cuando toca tangencialmente el género en muchas de sus películas, demuestra un dominio del gag fuera de lo común. En la película existe uno que es una prueba latente de ello. Aquel en el que un sargento borracho debe comparecer en la tienda de Marlowe. El sargento no hace más que tropezar con la lámpara que cuelga del techo, lo hace varias veces y todo el mundo deduce que es porque está borracho; cuando parece que el gag ha concluido, Ford lo alarga haciendo tropezar a Marlowe con la lámpara cuando éste se levanta. En realidad el objeto está demasiado bajo.
‘Misión de audaces’ está llena de encuadres maravillosos —en la fotografía William H. Clothier en su primera colaboración acreditada con el maestro—, de un lirismo sutil, no tan evidente como otras veces, de grandes momentos duros —todas las muertes—, de vida, al fin y al cabo —con un tratamiento en los secundarios, con sus sueños y desgracias, a veces más interesante que en los principales—. La película fue un sonoro fracaso comercial —otra ironía cuando fue la película con la que se empezó a hacer grandes contratos con las estrellas, porcentajes además de su sueldo—, y la experiencia no fue muy del agrado de Ford, que veía cómo el séptimo arte cambiaba a marchas forzadas por encima de su entendimiento.
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