'War Horse (Caballo de batalla)', salvar al caballo Joey

'War Horse (Caballo de batalla)', salvar al caballo Joey
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Todos nos temíamos que la cuarta entrega de Indiana Jones no iba a ser más que una burda prostitución del personaje con el objetivo de conseguir un sonoro éxito económico. Eso es algo que uno podía esperarse de alguien como George Lucas, pero fue especialmente doloroso que Steven Spielberg aceptase hacerlo. Quizá para conseguir apaciguar un poco los ánimos, Spielberg ha tardado tres años en volver a estrenar una película, pero éste no se ha centrado en ser ‘el esperado regreso del director de (insertad aquí vuestro título favorito dirigido por él)’, sino que lo ha hecho un poco por la puerta de atrás en cuanto a notoriedad para sí mismo con dos cintas que además se han estrenado con pocos meses de diferencia.

La primera de las nuevas obras que nos llegó fue ‘Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio’, donde no tuvo reparos en adaptar un personaje prácticamente desconocido en USA, algo que condenó a la película a una tibia recepción en los cines de aquel país, donde encima se estrenó con un par de meses de retraso, algo un tanto inhabitual, pero con lo que confiaban impulsar sus posibilidades comerciales. Además, su comentada ausencia en la categoría de mejor película animada de los próximos Oscar no ha ayudado a revitalizar su carrera. Sin embargo, la que sí cuenta con una notable presencia entre las nominaciones es ‘War Horse (Caballo de batalla)’, la adaptación de una novela infantil con un argumento no muy prometedor a priori con la que Spielberg remata su regreso al cine. ¿Estamos ante otra propuesta que se queda a medias lo que pretendía como sucedió en su versión de Tintin o qué es exactamente lo que nos ofrece una película que, pese a sus nominaciones, está pasando algo desapercibida?

Albert, el mejor amigo del caballo protagonista, con su madre

Lo primero que hay que delimitar es que en ‘War Horse (Caballo de batalla)’ cohabitan quizá las dos facetas más representativas de Spielberg: El narrador de historias infantiles y el cronista de los horrores de la guerra. Y es que estamos ante una película muy ambiciosa que se ha visto un tanto dañada por contar con una historia de una sencillez tal que podía acabar resultando especialmente estúpida. ¿Acaso la idea de un caballo que quiera tanto a su dueño que está dispuesto a soportar todas las adversidades para intentar reencontrarse con él es algo fascinante a priori? Y es por ahí donde surge la mayor debilidad de la cinta, ya que es un lastre que convierte a los primeros 45 minutos en lo peor de todo, pues Spielberg se ve obligado a confiar en una trama esquemática y sobrecargada de tópicos que dificultan la empatía con la relación de amistad entre el personaje interpretado por Jeremy Irvine y su caballo Joey. Es por ello que a uno le cuesta creer que la película pueda llegar a mejorar tanto como lo hace una vez que sus caminos se separan.

Y es que si el narrador infantil muestra síntomas de debilidad cuando ese es el epicentro de la historia, eso es algo que no pasa más adelante cuando uno de los, por llamarlos de alguna forma, episodios de la función se centra en la relación entre un abuelo y su nieta, siendo aquí donde la implicación emocional del espectador roza lo brillante. Y es que Spielberg, sin renunciar a la sencillez que caracteriza a todas las partes del relato, consigue que el espectador se encariñe con una niña vitalista pese a la ausencia de sus padres y a la evidencia de la inminente llegada de la guerra. Es en microhistorias como ésta donde el realizador de ‘Atrápame si puedes’ aprovecha las virtudes sentimentales (rozando lo sentimentaloide, pero sin caer en ello) del relato, dejando cierta sensación agridulce, ya que es incapaz de asentar unos cimientos fuertes, pero sí de crear un viaje tan fascinante para un caballo protagonista al que no deseamos tanto que se reencuentre con su amigo humano, sino que prosiga su camino lleno de emocionantes aventuras (impagable la escena en tierra de nadie) mostrando su carácter irreductible.

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Además, Spielberg no desaprovecha la oportunidad para conseguir planos de gran belleza, incluso cuando nos presenta una escena poco esperanzadora como la que implica el movimiento de un molino y una acción que sucede de fondo. A ello ayuda el majestuoso trabajo en la fotografía de Janusz Kaminski, que se muestra capaz de mostrar la belleza de los paisajes que pueblan la función y al mismo tiempo resaltando las emociones necesarias según lo que Spielberg quiera transmitirnos. Algo similar sucede con la música de John Williams, la cual incide algo más en la faceta sentimental de la historia, pero no por ello dejando de subrayar (y mejorar) otras situaciones que van sucediéndose. Puede decirse que ‘War Horse (Caballo de batalla)’ es irreprochable a nivel técnico. Espero que se lleve varios Oscar en estas categorías, ya que es donde residen sus opciones reales de premio.

Lo cierto es que la interpretación del debutante (en la gran pantalla) Jeremy Irvine es otro de los puntos que dificultan que el espectador realmente se interese en su reencuentro con Joey. ¿Cuál es el motivo de ello? Pues a queda una cierta sensación de falsedad en lo que intenta transmitir, algo que resulta más evidente por los excesivos lugares comunes que visita la película durante sus primeros minutos. La poco verosímil forma que tienen de despedirse, momento en el que Tom Hiddleston tampoco es que precisamente lo borde, parecía que podía ser la estocada mortal, pero eso es algo que, como ya he comentado, no sucede. Luego la cosa mejora, pero sin ser nada particularmente reseñable.

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Resulta evidente que la película se esfuerza sobremanera en su intento de humanizar al caballo protagonista, pero eso es algo que siempre resulta un tanto impostado. Todo gana enteros cuando la historia se centra en lo que sucede alrededor de Joey y no cuando él (o su dueño) es el protagonista indiscutible. Y es que no es tan inhabitual que el personaje protagonista sea el menos interesante de un relato (o incluso una saga), pero en este caso la desigualdad es tan notoria que llega a resultar molesta. El caballo se limita a ser un caballo capaz de transmitir algo en muy limitadas ocasiones, pero es lo que hay.

El resto del reparto cumple con creces su cometido, ya que incluso Emily Watson, Peter Mullan y David Thewlis realizan un buen trabajo con unos personajes cuya presencia se limita casi en exclusiva al comienzo de la función, es decir, la parte sobrecargada de tópicos. Posteriormente, se van sucediendo apariciones de rostros relativamente famosos (una pena que la aparición de Benedict Cumberbatch sea tan breve) con otros muy poco conocidos (gran trabajo de Celine Buckens como la joven francesa), siendo ellos los que consiguen elevar el interés de la función en sus pequeños dramas particulares, ya que puede que también hagan acto de presencia los peligrosos tópicos, pero su influencia real es mucho menor gracias a su buen hacer.

Joey no es el único caballo con importancia de la película

En definitiva, ‘War Horse (Caballo de batalla)’ es una fábula que sirve a Spielberg para mostrar en una misma película las dos caras que han marcado su carrera: El narrador infantil que se apoya en las emociones más básicas para intentar emocionar al espectador, pero también el cineasta trágico-bélico que mantiene el corazón de sus fans en un puño con situaciones de marcado carácter dramático. El problema es que la unión de ambos mundos no termina de cuajar bien, pero no porque uno de ellos sea un lastre que no ofrezca ningún momento de brillantez, sino porque se ve obligado a recurrir a una serie de tópicos que restan fuerza a varias situaciones (en especial durante su primera hora) y porque no todo lo que cuenta tiene un nivel homogéneo de interés y capacidad de implicar al espectador a lo que hay que sumar la errónea elección del desconocido Jeremy Irvine como amigo leal del caballo protagonista.

No estamos aquí ante otro ejemplo de quedarse a mitad de camino de lo que Spielberg querría, sino ante las limitaciones de una historia que impiden que ‘War Horse (Caballo de batalla)’ sea una película memorable. Y es que la genialidad sí que hace acto de presencia en varias de las microhistorias que se suceden alrededor de la separación del caballo y su dueño, pero no en lo que pretende funcionar a modo de gran hilo conductor de los acontecimientos. Parcialmente brillante y relativamente fallida, depende de que con que prefiramos quedarnos.

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