Concluimos hoy el especial a Walter Hill con su última película, ‘Una bala en la cabeza’ (‘Bullet to the Head’, 2012), producción que empezó a filmarse con Wayner Kramer como director, y Sylvester Stallone y Thomas Jane como pareja protagonista. Kramer y Stallone no se entendieron con el tono del film y el primero abandonó el rodaje, siendo sustituido por Walter Hill más Joel Silver en la producción. Éste despidió a Jane porque quería un actor oriental como comparsa del protagonista.
Adaptación del cómic de Alexis Nolent y Colin Wilson ‘Du plomb dans la tête’ que se convierte en el tercer libreto de Alessandro Camon. No obstante, con Hill a bordo, éste y Stallone adaptaron el material a sus determinados estilos encontrando un lugar de acuerdo. ‘Una bala en la cabeza’ es prácticamente lo que se espera de un cineasta como Hill, pero un poco más simple, y un poco más de lo que una película protagonizada por Stallone suele ofrecer. Con contundencia y sin andarse por las ramas.
A la vieja usanza
Por supuesto ‘Una bala en la cabeza’ es otro caso de anacronismo en el actual panorama cinematográfico, al menos en lo que respecta al género de acción o thrillers, ahora más preocupados por ofrecer cabriolas visuales aparatosas —con los juguetitos de Marvel a la cabeza— totalmente alejadas de cualquier acción o violencia física. En ese aspecto el trabajo de Hill recupera la esencia de los films de los años 70/80, y afortunadamente no estamos ante una película hecha con un ordenador y muñequitos.
Cuarenta años después de debutar en el cine, Hill sigue fiel a sus principios, su cine es visceral, sangriento, hecho desde las entrañas, sin eufemismos blandos. ‘Una bala en la cabeza’ viene a confirmar su excelente forma para las secuencias de acción, directas, contundentes donde curiosamente lo peor es la sangre digital que salpica por momentos. Una especia de buddy movie, como alguno de los trabajos más famosos de Hill, y en el que Sylvester Stallone se entrega a un muy rico ejercicio de repaso de alguno de los títulos que protagonizó, sobre todo comedias.
El film une a un asesino a sueldo de Nueva Orleáns y un policía de Washington que unen fuerzas para averiguar quién ha asesinado a sus respectivos compañeros, descubriendo una red de corrupción que implica a personas importantes. Nada nuevo bajo el sol, pero efectivo y director, sin medias tintas ni perder el tiempo. Lo primero que llama la atención, en un sentido negativo, es la pobreza del personaje al que interpreta Sung Kang, falto de carisma, personalidad y carencia absoluta de feeling con su pareja.
Violencia contundente
Al contrario Stallone se lo come literalmente con un personaje-resumen de su propia imagen cinematográfica y en el que por primera vez saca un gran provecho de su voz. El limitado actor no necesita esta vez nada más que su sola presencia y esa voz rasgada y cascada por el paso de los años para transmitir cierto carisma. La voz en off, herencia directa del más puro Noir, queda aquí como un guante a la historia, la cual no guarda demasiadas sorpresas. La gracia está en la puesta en escena de Hill, un puñetazo sobre la mesa demostrando que no es un director fácil de domar. Sabe de sobra que los golpes duelen y las balas matan, el heredero más directo de Peckinpah es ahora un rebelde en un Hollywood cableado y con pantalla verde.
Así pues son varias las secuencias en las que la buena violencia, la desagradable, hace acto de presencia con mucha más efectividad que en cualquier otro producto similar coetáneo. El primer enfrentamiento con Jason Momoa —verdadera bestia parda que cumple muy bien como oponente “moderno” de Stallone—, el increíble instante en la sauna, o cómo no, ese enfrentamiento final de nuevo con Momoa, hachas en mano. En un mundo tecnológico como el de hoy, ver una pelea a la antigua usanza es como viajar en el tiempo.
Por supuesto el film flaquea en su excesivo esquematismo, que por momentos no hay que confundir con la capacidad innata de Hill para la síntesis, o lo tópico de algunos personajes, como el de la hija del personaje de Stallone, por no hablar de lo previsible de la trama, pero es un apasionante viaje por el clasicismo del propio Hill. Escenas como la del interrogatorio a un penoso Christian Slater, los diálogos concisos y directos que ayudan a perfilar personajes, y sobre todo esa violencia descarnada como hacía tiempo que no se veía, justifican de sobra el visionado de un film que demuestra que en el mundo gana el más fuerte.
Toda una sorpresa que brilla con la suficiente intensidad mostrando a un Hill que no se deja domar. El precio seguro que es alto, pero me imagino que no estoy solo al expresar mi deseo de volver a disfrutar del Hill más contundente y salvaje en el futuro.
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