'La presa' ('Southern Comfort', 1981) es uno de los films más sólidos de Walter Hill, y aquel que logra un equilibrio extraño y difícil de conseguir entre lo que se supone debe ser un film comercial —siempre sujeto a ciertas concesiones— y el cine personal, o de autor, o como queráis llamarlo, y en el que el director en cuestión se siente más libre filmando lo que a él le apetece de verdad. Lo cierto es que Hill se encontraba en un inmejorable período en su carrera. Tras un par de títulos que se convertirían rápidamente en films de culto, y un western en tiempos de galaxias lejanas, Hill sorprendió a propios y extraños con esta agobiante aventura que recuerda sobremanera a 'Deliverance', el polémico trabajo de John Boorman, debido a coincidencias argumentales más que evidentes. Gustándome el film de Boorman, considero que el de Hill es superior aunque por poco.
El sarcástico título original, que se refiere a la comodidad sureña, es también la marca de un famoso whiskeylicor de bourbon, cuya empresa fabricadora posee los derechos de dicha expresión. Lo cierto es que resulta uno de los títulos más acertados que se han visto, jugueteando en todo momento con la pesadilla que les toca vivir a un grupo de soldados estadounidenses que están de maniobras en los pantanos de Louisiana. Una premisa que puede recordar a la de 'The Warriors, los amos de la noche' ('The Warrios', 1979) por cuanto los protagonistas son un grupo reducido que en terreno hostil intenta salvar la vida y regresar a casa. Al igual que en el film citado, Hill realiza un estudio sobre la violencia con resultados superiores gracias a un guión mejor matizado, y cómo no, a esa capacidad de síntesis que tanto caracteriza su cine.
(From here to the end, Spoilers) 'La presa' está ambientada en 1973 —curioso, el año de producción de 'Deliverance'— y narra la odisea de un grupo de soldados haciendo maniobras en Louisiana. Un pequeño pelotón de ellos debe atravesar a pie 38 km hasta llegar a un punto donde les recogerán sus compañeros. Pero un malentendido con los lugareños dará pie a una pesadilla que no olvidarán jamás, entre otrtas cosas, porque la mayoría de los soldados perderán la vida en el intento de salir de allí. Unas canoas tomadas prestadas y una machada con balas de fogueo serán el encadenante de todo, lo cual le servirá a Hill para realizar un nada desdeñable estudio sobre la violencia y sobre lo fácil que puede estallar un conflicto bélico, además de la psicología que se encierra en un grupo expuesto a un peligro exterior que les acosa y que es prácticamente invisible.
Curiosamente la misma premisa fue explotada por Giler en la magistral 'Aliens, el regreso' ('Aliens', James Cameron, 1986), su historia tiene muchos elementos en común con el film de Hill, que no por casualidad es uno de los productores de la franquicia de Alien. Aquí encontramos a un grupo de soldados experimentados que encuentran en los lugareños cajun de las zonas pantanosas de Louisiana su peor enemigo, un enemigo que salvo veces muy contadas jamás veremos en una actitud hostil, únicamente veremos sus sombras o a algunos de refilón en un ambiente claustrofóbico donde el enemigo juega en casa al ser desconocido por los soldados el entorno y sus secretos. Lo más acertado de la situación es el hecho de que el enemigo surge en el hogar, en los Estados Unidos y no en un planeta lejano o cualquier otra nación. Un juego de superviviencia en el que ganará el más inteligente o el más fuerte. Y al igual que en la guerra de Vietnam —es fácil encontrar una alusión a dicho conflicto en el film—, los soldados huyen de allí despavoridamente, no sin bajas importantes.
Es evidente cierta misoginia en el film, Hill tardaría en introducir personajes femeninos importantes en su cine, ya no sólo porque la historia está potagonizada por hombres, sino por los comentarios despectivos hacia las mujeres, amén de las nombradas prostitutas que suponen la única motivación para algunos de los soldados —"esas mujeres están esperando una unidad de penetración militar" reza el personaje de Keith Carradine en un momento dado— y las pocas que se ven en el tramo final en el poblado cajun, en medio de escenas de una terrible cotidianidad que recogen la vida de los lugareños y que en cierto modo muestran que ese enemigo invisible tan temible tiene una vida al igual que los demás, una vida con mujeres e hijos, con música y celebraciones. Pero tal y como reza el personaje de Brian James —recordemos, al año siguiente uno de los replicantes de 'Blade Runner' (id, Ridley Scott, 1982)— ellos, los soldados, fueron a joder a su hogar. Simplemente se defienden, indicando en el no entendimiento una de las principales razones por las que un conflicto puede estallar.
Hill sigue narrando historias en las que el carácter grupal, cual Howard Hawks, es lo importante, repitiendo la fórmula de sus dos films anteriores. El muestrario global de personajes es de lo más variopinto, y ninguno es un modelo a seguir. Está el chistoso, el violento, el irracional, el pasota, el cobarde, el valiente, el que no sabe mandar y el loco. Demasiados caracteres diferentes en un mismo grupo cercano, que sirve también para hablar de las distintas personalidades que reune un mismo hombre. Aquí no hay ni buenos ni malos, aunque el relato está lleno de muertes, producto de la peligrosa situación en la que se han metido los soldados, y que provocan que salga a relucir tanto lo peor —los instintos asesinos que todos poseemos— como lo mejor, el instinto de supervivencia. Andrew Laszlo en la fotografía y Ry Cooder en la música prestan sus talentos, indiscutibles, a este cuento de terror cotidiano, una aventura sin parangón de conclusión nada complaciente que se permite además hablar sobre la estupidez humana, aquella que nos lleva al peor de nuestros lados.
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