Regresamos con la segunda parte del especial dedicado al cineasta Walter Hill, y lo hacemos señalando el resurgir fantasma que hubo del género cinematográfico por excelencia, el western, en la primera mitad de los noventa. El éxito popular de películas como ‘Bailando con lobos’ (‘Dances With Wolves’, Kevin Costner, 1990) y ‘Sin perdón’ (‘Unforgiven’, Clint Eastwood, 1992) puso de nuevo a Hollywood mirando hacia el oeste.
Era algo muy lógico y coherente que Walter Hill se subiese al carro, nunca mejor dicho, de esa especie de resurgir. Heredero directo de uno de los grandes del género, Sam Peckinpah, para quien además escribió ‘La huida’ (‘The Getaway’, 1972), y habiendo filmando en su momento un western tan apreciable como ‘Forajidos de leyenda’ (‘The Long Riders’, 1980), el experimentado y atrevido director realizó un triplete de películas en ascendente interés que se estrellaron en la taquilla, enterrando a su director casi en el olvido. ‘Gerónimo’ (‘Geronimo: An American Legend’, 1993) fue la primera de ellas.
Aunque el título de la película da a entender que puede tratarse de un biopic sobre los últimos días del mítico jefe indio antes de terminar con sus huesos en la reserva, lo cierto es que el propio Hill nunca se sintió satisfecho con esa interpretación. Sostenía el director que el film en realidad versa sobre los hombre que persiguieron y cazaron a Gerónimo, quien en realidad y a pesar de la presencia de Wes Studi, muy convincente en la piel del personaje, es casi anecdótico en la trama, un MacGuffin podríamos decir.
Confusión
Filmada en escenarios naturales, con el mítico Monument Valley de fondo, la película se caracteriza sobre todo por una muy buena utilización del scope, formato que el director no utilizaba desde los tiempos de su ópera prima ‘El luchador’ (‘Hard Times’, 1975). Sin embargo la fundamental puesta en escena no pasa de ahí, Hill encuadra muy bien a sus personajes, típicos de su cine, solitarios unidos por una causa común, pero desaprovecha la relación paisaje/historia/personaje, resultando un film desequilibrado, y lo que es peor, aburrido.
El reparto de ‘Gerónimo’ parece de lo más oportunista. Wes Studi y Gene Hackman tuvieron sendos papeles en los westerns citados, y el segundo de ellos a pesar de llenar la pantalla en cada segundo que aparece, su presencia, casi anecdótica , se hace de rogar, supongo que porque por la pantalla desfilan mucho más que él los muy limitados Jason Patric, cuya seriedad no se la cree nadie, y un principiante Matt Damon, muy alejado de la imagen que hoy tenemos de él.
Robert Duvall, que da vida a uno de los perseguidores de Gerónimo, demuestra la misma profesionalidad y buen hacer que Hackman, llenando con su sola presencia cada uno de sus aprovechados planos. El resto no es más que un montón de actores algo perdidos en una película quizá demasiado ambiciosa, que quiere tocar demasiados palos, amén de cierta indefinición de tono. Reconocemos a los personajes de Hill, su romántica y seca soledad, pero el cine de Hill, aquel en el que pone los cojones sobre la mesa —creo que es la mejor forma de definir lo mejor de su filmografía—, no aparece por ningún lado, ni siquiera en la violencia.
Ecos de otros tiempos
Tampoco hay lirismo, aunque algún que otro eco de Ford se aprecia a lo largo del metraje —lógico, es un western hecho por un director que además es un gran cinéfilo—, y sí ciertas gotas de nihilismo. Demasiados estereotipos y personajes que están de paso, mientras la película, que según su director fue recortada por la productora, toma diversas direcciones nunca desarrolladas. Ni siquiera la excelente capacidad de síntesis de Hill, su manejo del tempo, sobre todo interno, de las secuencias, hace aquí acto de presencia como en otras ocasiones.
Queda para el recuerdo la excelente fotografía de Lloyd Ahern y esa confrontación de personajes tan diferentes, habitantes sin rumbo en una época que llega a su fin y el progreso se aparece en forma de sueño sobre un caballo de hierro que se acerca veloz. La necesidad de encontrar un lugar de entendimiento común, de aceptar, aunque sea dando la vida por defender aquello que más se odia, en una sucia taberna empuñando y disparando por última vez un revólver, haciendo lo que es correcto.
Walter Hill volvería con mayor fortuna al género en su siguiente film, y también lo haría sobre una figura mítica del oeste americano.
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