Jonás Trueba lleva desde el principio de su carrera recurriendo a herramientas heredadas de los maestros europeos en busca de una caligrafía narrativa que busca en todo momento la verosimilitud y la observación honesta de lo aparentemente banal. Como Jacques Rivette trabaja a fondo los textos con sus actores, favoreciendo la naturalidad. El resultado son películas en las que, bajo el camuflaje de retratos de la cotidianeidad siempre sucede algo, porque en la observación de alguien tumbado en un sofá comiendo fruta hay algo de verdad activa.
Pocas épocas y lugares más adecuados para ese estilo de contar cosas que Madrid en agosto. Entre las obligatorias dosis de ocio aplastante como un yugo que comparte cualquier gran ciudad en verano, y la excepcionalidad que dan las fiestas en los barrios del centro de esa época, hay un equilibrio muy singular entre lo especial y lo mundano. Por eso el ojo de Trueba y su forma de conducir a los actores, que se ven forzados a asomarse a la naturalidad absoluta, encuentra en esta época un escenario perfecto.
La virgen de agosto cuenta la historia de Eva (Itsaso Arana), una treintañera que escoge la primera quincena de agosto para ir a vivir a una casa prestada y dejarse hechizar por una ciudad que celebra con jolgorio pagano las fiestas de los barrios que vieron nacer Madrid. Sale, se encuentra con amigos en museos y con un ex en la cola del cine, habla con desconocidos, sigue a gente que le genera curiosidad y contempla la vida desplegarse desde el balcón de su casa.
Su contagiosa curiosidad casi infantil y su falta absoluta de perspectivas inmediatas, casi una forma de plantearse la vida que solo se puede ensayar en verano, la convierten en un personaje muy especial gracias a la imprevisibilidad de sus acciones. Toma decisiones sobre la marcha, traba amistad solo con quien le interesa y experimenta con cosas (la sanadora a domicilio, la conversación con el grupo que acaba de actuar en la calle) que serían impensables en otro momento del año y en otras circunstancias.
'La virgen de agosto': Siempre es verano
No solo es la forma que tiene de rodar Trueba (presente en otras estupendas películas como 'Los ilusos'), siempre a ras de suelo y atento a captar los momentos de cotidianidad de conversaciones hiperrealistas. También son los actores los que dan vida única a esta crónica de la nada, muchos de ellos (Isabelle Stoffel, Vito Sanz) habituales del director, y entre los que brilla con especial fuerza Itsaso Arana, también guionista del film y en perfecta sintonía con lo que quiere contar el director.
Gracias a la interpretación de Arana podemos entender, sin que se cuente de forma explícita, las dudas y los pesares de una mujer que tiene muchas cosas de las que enorgullecerse y muchas de las que arrepentirse, como cualquiera a esa edad. Es ella la que hace que escenas como la de la conversación en el Puente de los Suicidas y las secuencias que le siguen sean especialmente emotivas y creíbles, aún coqueteando con cierta arbitrariedad.
Los mejores momentos de 'La virgen de agosto' son aquellos en los que la película se hace consciente de sí misma y del desafío narrativo que ha afrontado. Cuando algunas de las personas (reales) que asisten a las verbenas miran a la cámara, pero no interrumpen la ficción, los actores y Trueba se dan cuenta del "error", pero todo fluye. Es entonces cuando la película es más consciente de su excepcionalidad: se reconforta en su retrato de la cotidianeidad absoluta y el magnético encanto de lo normal.
Hay una mística especial en las grandes ciudades en los meses de verano: los urbanitas de toda la vida se mezclan con quienes no pueden o no quieren salir de las moles de cemento y los turistas que están de paso. Se favorecen los paseos sin rumbo y las conversaciones sin objeto. Y cualquiera que sepa leer entre las fascinantes líneas que marca el asfalto a cuarenta grados a la sombra encontrará en ‘La virgen de agosto’ personajes memorables y una atmósfera en la que sentirse especialmente cómodo.
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