He perdido ya la cuenta de las veces que me he pronunciado a favor del cine español, ya que en nuestro país se hacen muy buenas películas que en no pocas ocasiones pasan desapercibidas para el gran público por un motivo u otro --las pobres campañas de marketing y los prejuicios hacia las películas nacionales suelen ser los más habituales--. Sin embargo, en España también se hacen películas más olvidables, desde títulos más o menos flojos hasta auténticas tomaduras de pelo.
También son no pocas las ocasiones en las que una película que a priori creíamos que no iba a gustarnos acaba por encantarnos, pero el milagro no siempre se produce y si una cinta parece mala, puede sencillamente que es porque lo sea. El caso de ‘Viral’, primer largometraje dirigido por Lucas Figueroa tras un exitoso paso por el mundo del cortometraje --consiguió batir el récord en su momento del corto más premiado con ‘Porque hay cosas que nunca se olvidan’ (2008)--, se ajusta bastante bien a ese segundo caso, ya que es cierto que no estamos ante un desastre total, pero sí ante una película prescindible y especialmente horrible durante su arranque y, sobre todo, en su calamitoso desenlace.
’Viral’, a caballo entre la comedia romántica y el terror
En ‘Viral’ conviven dos películas con unas diferencias irreconciliables entre ellas. La primera es una comedia romántica que nos habla de un pringado que participa en un concurso para poder ayudar a su padre, pero que también está enamorado de una de las cajeras de la Fnac y hace lo que buenamente pueda por ligársela. La segunda es un relato de terror en el que el mismo pringado de antes descubre la existencia de un fantasma en la tienda en la que ha de pasar una semana encerrado si no quiere perder un dinero que le hace mucha falta. Figueroa se muestra incapaz de conseguir que ambas realidades cuajen --lo más parecido es cuando el personaje de Aura Garrido gasta una broma al protagonista-- y también de conseguir una mínima consistencia, pues la faceta cómica es lo único que funciona hasta cierto punto en ‘Viral’.
Eso sí, me gustaría hacer una distinción muy importante entre los tres actos de ‘Viral’, ya que es una película que empieza fatal y acaba aún peor, pero en la extensa parte intermedia consigue estar muy por encima del resto --lo cual tampoco es decir mucho--. Si os parece, empecemos por ahí, ya que es donde la dicotomía de la que os hablaba antes se muestra en todo su esplendor. Por una parte, tenemos una historia de miedo basada en la nada, es decir, apariciones fantasmales fuera de pantalla o fugaces y confiándolo todo a que el uso de efectos sonoros con un volumen muy elevado sirva para crear algo parecido a una atmósfera terrorífica. En este punto, es la única arma de la puesta en escena de Figueroa que destaque. Una pena.
Pasando ya a sus posibilidades como comedia romántica, tengo que reconocer que me reí en varias ocasiones, a veces por aciertos del guión del propio Figueroa y otras porque Juan Blanco y Aura Garrido, los dos grandes protagonistas de la función --sobre todo él--, consiguen transmitir una inesperada naturalidad que hace que estemos dispuestos a pasar por alto no pocos de los incesantes errores de los que adolece ‘Viral’. Es algo que me sorprendió bastante, ya que son muchas las ocasiones en las que me he pronunciado en contra de Garrido y a Blanco únicamente lo tenía fichado por su olvidable trabajo en la lamentable ‘Afterparty’ (Miguel Larraya, 2013). Una pequeña alegría.
Con todo, esas virtudes de ‘Viral’ ni siquiera sirven para encontrar un delicado equilibrio durante el segundo acto y el auténtico bochorno vivido durante el arranque, pero es que la cosa alcanza cimas delirantes de pura absurdez durante la resolución. Centrándonos en el inicio, me dio hasta vergüenza ajena el pobre trabajo desplegado por Figueroa para intentar manipularnos emocionalmente, por no hablar de la patética actuación del habitualmente eficiente Enrique Villén, el mareante trabajo de cámara durante el plano secuencia que acompaña a los créditos iniciales o detalles bastante pochos como la fugaz aparición de Dafne Fernández para aparecer en ropa interior o el poco afortunado acento utilizado por Miguel Ángel Muñoz. Sobre el desenlace prefiero no entrar a hablar de lleno del mismo, pero es que estamos ante una sucesión de eventos sin pies ni cabeza que incluso consiguen dejar en ridículo a Pedro Casablanc, solvente actor con una carrera eminentemente televisiva que aquí se muestra incapaz de poner cordura ante tal locura.
Es una lástima que Lucas Figueroa no haya apostado abiertamente por abordar ‘Viral’ como una peculiar comedia romántica, ya que esa faceta de la película donde realmente encontramos ciertos elementos redentores para una obra que fracasa con estrépito siempre que quiere que el, por llamarlo de alguna manera, lado más terrorífico pasa al primer plano. El buen hacer de sus dos protagonistas también impide que el descalabro sea aún mayor, pero el desenlace es tan insultante, ridículo y sin sentido que lo que podría haber sido una cinta mediocre acaba siendo una mala película que simplemente debería caer en el olvido lo antes posible.
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