Viejas y nuevas condenas: 'Wall Street' a examen

¿Por qué nos conformamos con críticas malas tan rematadamente mal escritas? Todas son profundamente sentenciosas:

"Personajes planos, dirección pésima y una trama estúpida". Casi un escupitajo en vez de razonamiento prosa.

El caso es que 'Wall Street: El dinero nunca duerme' (Wall Street: Money never sleeps, 2010) no es una película demasiado buena. Los personajes, ciertamente, ofrecen poco (no es que sean planos) y la dirección parece desnivelada. Son enormemente disfrutables la banda sonora repleta de canciones de David Byrne como la labor técnica de Rodrigo Prieto al frente de la fotografía.

Y sin embargo, la película de Oliver Stone, secuela de su 'Wall Street' (id, 1987) me ha parecido una película enormemente interesante. Y bastante provocadora. Hay nobleza en sus errores y voy a intentar explicarme.

Todavía loco, después de todo este tiempo

En realidad, la primera parte era otra confirmación de aquel viejo axioma hitchockiano: un gran villano puede hacer una gran película. Gordon Gekko, con su teléfono móvil y sus trajes italianos, era, en muchos sentidos, un personaje para la intensidad de Michael Douglas. Gekko era, por supuesto, su discurso. La codicia es buena. Greed is good en el sonoro monólogo en inglés. Toda un eslógan para la era Reagan. La película, no obstante, no iba más allá de su villano: los planos frenéticos de Stone, deudores de Martin Scorsese, contaban una fábula moral más bien convencional.

Bud Fox, encarnado por Charlie Sheen, se veía tentado por Gekko y por el enésimo cliché sexista, al que ponía rostro y melena rubia Daryl Hannah

La obsesión habitual de la generación post-Vietnam por el padre y su autoridad, también propia de las películas de Stone, reaparecía. Martin Sheen era la buena conciencia, de clase trabajadora, que recordaba, muy religiosamente, la mala conducta al protagonista que finalmente obraba bien y facilitaba el encarcelamiento de Gekko.

Esta secuela comienza con Gekko saliendo de la cárcel. Tiene una hija llamada Winnie, a quien da vida Carey Mulligan, que tiene una historia de amor con un ambicioso broker que trabaja en una banca de inversión y al que interpreta Shia LaBeouf.

Por supuesto, sus destinos acabarán cruzados en una trama de corrupción.

El peso de la Historia

Tal vez el error más notable de la secuela de Wall Street es también el más entendible. Cuando cualquier artista intenta explicarse un hecho histórico reciente, en este caso la crisis económica de 2008, el didactismo periodístico inunda la mirada.

Hay honrosas excepciones, pero el cine norteamericano no es fecundo en ellas. Así, de lo que se trata es de explicar el hundimiento de Lehman Brothers y la codicia de sus actores. El rol de "ambicioso banquero especulador de Lehmann" lo encarna Josh Brolin.

Es un engorro y es uno difícil de sortear. Pero también pedestre es la excusa que pone en marcha el argumento. Un "banquero cansado", al que da vida Frank Langella, se suicida una vez todo empieza a caer. El novio de la hija de Gekko era, adivinan, su pupilo. Y el papel de Gordon tendrá, como era esperable en el villano, un cierto giro.

Felicidad conyugal

Pero lo que más me gusta de la secuela de Wall Street es su final. Durante un momento, Gekko vuelve a ser el vilano de la primera: el especulador feroz, sin sentimientos, que ha usado a su hija como mera coartada para acceder a su cuenta suiza.

Pero aparecerá, en una escena particularmente inverosímil, para forzar a su hija, embarazada, y a su ya ex novio bróker que se lo piensen dos veces. Y además, les ofrecerá de vuelta el dinero prestado. Al fin y al cabo, razona Gekko, va a ser abuelo.

Bien, todo esto es parcialmente absurdo pero es particularmente interesante. Wall Street es una fábula moral sobre los excesos del capitalismo que sobrevive por su villano. Pero Wall Street: El Dinero nunca duerme es algo más valioso, una fábula sobre como el capitalismo especulativo puede procurarnos un excedente para vivir tranquila y felizmente en una mentira jugosa.

Lo que, si me permiten, es verdaderamente irónico y doloroso. Es, de hecho, la única explicación no didáctica de la crisis que contiene la película, siquiera por su naturaleza tímidamente profética: lo que el sistema hace es reiniciarse.

Con nuevas estampas. Y qué lindos aquellos a los que el sol da de frente.

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