El genial e imprescindible director de 'El espíritu de la colmena' y 'El sur' entrega una película enigmática pero conmovedora
Comentar arte en todas sus extensiones a veces tiene un componente de dejar el puzzle medianamente hecho. No del todo, porque tampoco hay que revelarle todo al público. Pero sí que es cierto que la crítica cultural, en su papel de acercar a autor y espectador extendiendo las conversaciones que se extraen de la obra, acaba despojando de misterio aquello que se busca comentar y, en consecuencia, se le quita cierta maravilla.
Hay por supuesto regocijo en entender imágenes, en procesarlas dentro de un cuadro general, extraer de ella sensaciones o incluso vivencias que no esperabas. A veces las mejores obras son precisamente aquellas donde no puedes parar de recordar esas imágenes, esos momentos, pero siempre se corre el riesgo de quitarles fuerza a través del comentario rotundo. Es algo de lo que nos advierte Víctor Erice en una película que va a ser necesariamente analizada hasta el más mínimo detalle.
Abrirse al misterio
Es inevitable, claro. 'Cerrar los ojos' es el esperado regreso comercial del director vasco en forma de largometraje. Su última obra en este formato, el exquisito documental 'El sol del membrillo', data de 1992, y antes de ese tuvimos dos películas que entran perfectamente en la conversación de mejor película española jamás hecha. Desde entonces, Erice se ha centrado en la realización de cortos o videoarte que han tenido difusión limitada. Pero eso no quiere decir que haya dejado de estar conectado con el cine en ningún momento.
Su nueva película precisamente trata de desentrañar la relación inexplicable pero poderosa que tenemos con la imagen, empleando el cine como arma para llegar al alma y al recuerdo. El cómo lo hace se distancia parcialmente del estilo que caracteriza sus otros dos largos de ficción, aunque hay algo inconfundiblemente Erice en cada instante de exploración en un viaje más lineal que de costumbre.
La película está marcada por la desaparición de Julio Arenas, un actor célebre interpretado por José Coronado. El misterio a su alrededor sigue siendo obsesión veinte años después de esfumarse repentinamente durante un rodaje, y un programa de televisión e investigación quiere resolver el enigma pidiendo la colaboración de su íntimo amigo y último director que trabajó con él, Miguel Garay (un Manolo Solo extraordinario y digno de Goya).
Garay tiene que reabrir el baúl de los recuerdos después de aceptar voluntariamente el ostracismo tras su fallida carrera cinematográfica y la desaparición de su amigo. El proceso, que le lleva casi a ser el protagonista de una terrenal película detectivesca, se vuelve un intento de desentrañar la culpa y el dolor de los recuerdos a través de interacciones con gente de su pasado. Esa primera parte se siente extraordinariamente personal, por cómo Erice explora la vejez o la soledad en esas íntimas conversaciones, además de por cómo empieza con fragmentos de una película ficticia donde intenta recrear aquel fallido intento de adaptar al cine 'El embrujo de Shanghái'.
Es en esta parte de la película donde Erice asienta una de sus tesis principales en torno al cine. Mediante la realización de este programa de investigación que se vuelve una parodia con toda la intención, o con esa conversación con el personaje de Ana Torrent (cuya aparición se siente cargada de sentimiento, aunque sea casi una ilusión por la conexión de actriz y director en 'El espíritu de la colmena') en pleno Museo del Prado, nos lleva a plantearnos la imagen como elemento al que hay desproveer de misterio en la actualidad. Algo muy contrapuesto a un inicio donde se expresa la necesidad imperiosa de mirar de una manera especial.
El desarrollo posterior es el intento de Erice por recuperar esa mística de lo que vemos y oímos, de cómo esos pequeños trozos se vuelven nuestra mejor compañía incluso de manera inconsciente, a veces incluso sin tener claro su verdadero significado. La película se vuelve más elusiva, más líquida, conforme progresa con esa estructura literaria. Lo que puede jugar en contra del ritmo de una película que en su primer tramo esta enlazando acontecimientos, pero a cambio puede entregar momentos mágicos como ese momento donde el personaje de Solo interpreta con la guitarra una canción de 'Río Bravo'.
Es un atrevimiento hacer una película así, cargada de vulnerabilidad y de mística, cuando va a ser diseccionada intensamente y contrapuesta con la maestría rotunda de películas como 'El sur'. Es cierto que 'Cerrar los ojos' es más imperfecta que aquellas dos obras, empezando por una fotografía digital con la que Erice no parece sentirse cómodo para crear imágenes (de ahí que estéticamente sean más logrados los tramos de película ficticia en 16mm) y por una extensión de metraje de casi tres horas, muy opuesta a las amables duraciones de hora y media de las otras películas.
Aun así, Erice se las apaña para que siga habiendo momentos, para que siga habiendo espacio para la humanidad además de para la reflexión en cada interacción que vemos, sea dialogada o no. Es una película poco ensimismada, lo cuál era un riesgo dada la naturaleza cinematográfica de la historia. Erice sale de ese agujero con la serenidad y la paciencia de un maestro veterano, que entrega obras falibles con una actitud expresada en la propia película: "Sin miedo ni esperanza". 'Cerrar los ojos' es una cinta dignísima para una filmografía imprescindible que podría acabarse aquí y se podría decir que no tiene mácula.
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