Que ‘Vicky Cristina Barcelona’ se haya llevado el Globo de Oro a la mejor película comedia o musical resulta cuando menos, sorprendente. Ya no me refiero a que películas como ‘Escondidos en Brujas’ lo merecen muchísimo más que ésta, sino a que la categoría de “comedia” suena a cachondeo. Y todo por la necesidad de querer etiquetarlo todo. La penúltima película de Woody Allen se encuentra más dentro del drama que de cualquier otro género. Tema aparte es lo que haya querido ver la prensa extranjera en Hollywood, influenciados sobre todo por el personaje al que da vida una pletórica Penélope Cruz, cuyas incursiones en la trama pueden llegar a provocar la carcajada, pero parten de situaciones totalmente dramáticas (más de lo que parece a simple vista). De ahí a decir que ‘Vicky Cristina Barcelona’ es una comedia hay un trecho verdaderamente largo.
El tono es el de una comedia, pero lamentablemente el film se queda a medio camino de todo, algo de lo que se ha sorprendido prácticamente todo el mundo. Que Allen, con tanto buen cine a sus espaldas, nos haya regalado una película como ésta, puede parecer un claro síntoma de cansancio del gran director, o simplemente demuestra que los genios también se equivocan. Pero no nos pongamos condescendientes. ‘Vicky Cristina Barcelona’ no hay por dónde cogerla.
‘Vicky Cristina Barcelona’ cuenta la historia de Vicky y Cristina, dos jóvenes norteamericanas pasando el verano en España, no hace falta decir en qué ciudad. Vicky es una mujer muy cerebral, prometida y realiza una tesis sobre identidad catalana (¿la película necesitaba un presupuesto decente y al guionista no se le ocurrió otra chorrada mejor?). Cristina es más pasional y una aventurera en el amor. Ambas vivirán una curiosa relación con Juan Antonio, un pintor de éxito que hará a las dos chicas una oferta que no podrán rechazar.
Esta vez Allen deja de lado a sus personajes obsesivos, de profundo calado bergmaniano, y en esta parte del film (desde el principio hasta la irrupción de un personaje que cambiará el curso de la historia), Allen se inspira claramente en el bello film de François Truffaut, ‘Las dos inglesas y el amor’, una de las películas más emotivas del director francés, y que ha servido de inspiración a gente como Martin Scorsese (concretamente en ‘La edad de la inocencia’). La situación es prácticamente idéntica, cambiando evidentemente el lugar (aquélla acontecía en París) y la nacionalidad de los personajes. Hasta el uso de la voz en off tiene la misma intención. Pero si en el film francés, ésta era un perfecto complemento a modo de narrador externo a los hechos (interpretado por el propio director), con connotaciones literarias, en el film de Allen, la voz molesta más que ayuda o viste. No sólo subraya en algún momento lo que ya estamos viendo en imágenes, sino que en otras nos narra algo que la imagen es incapaz de transmitir y por lo tanto no vemos. Esta alarmante falta de claridad de intenciones se extiende a los demás elementos del film, probablemente el más desequilibrado y tambaleante de toda la carrera de Allen.
La inteligente y original propuesta que Juan Antonio hace a las dos americanas presenta el primer conflicto de los personajes, al menos en teoría. Pero nada de eso, todo transcurre con la más absoluta tranquilidad y sin complicarse demasiado. Los personajes tienen reacciones que entran en la más absurda de las lógicas (nada que ver con los habituales personajes de Allen),y mientras tanto, el director neoyorkino se limita a ofrecernos un catálogo de Barcelona, como si no la conociésemos más que él (que demostrado queda con esta película que no la conoce en absoluto). Sus exteriores se limitan a lugares famosos; no es como cuando filma en Nueva York, que cualquier calle le vale para vestir al film con la atmósfera adecuada. Pero aquí no, y, o bien ha sido por su ignorancia con respecto a la ciudad, o porque simplemente Barcelona, por muy bonita que sea, no tiene el impresionante encanto que tiene Nueva York. De todos modos, éste es uno de los aspectos que menos importa en la película.
Cuando la ex-mujer del pintor hace acto de presencia, el film cambia de tono. Se vuelve casi una tragicomedia en la que nada de lo expuesto queda resuelto con convicción (lamentable el episodio de la pistola). Al menos podemos disfrutar de la brillante interpretación de Penélope Cruz, cuya actuación tapa los agujeros de un guión indigno de Allen. Es genial verla controlando a la perfección un personaje que sufre de desequilibrio emocional, no resultando histriónica en ningún momento, y ganándole la partida a unas perdidas Rebecca Hall y Scarlett Johansson. La primera da vida al personaje más típico dentro del universo Allen, y la segunda hace simplemente el tonto (no, no he encontrado otra forma de decirlo, limitado que es uno). Codeándose con todas Javier Bardem, con un personaje interesante, pero que termina convirtiéndose en algo muy, muy simple. A Patricia Clarkson y Kevin Dunn no merece la pena ni mentarlos, sus buenos nombres quedan manchados por lo puramente anecdótico.
Al final la perplejidad se apodera del espectador, por decirlo suavemente. No me atreveré a decir que es la peor película de Woody Allen (servidor no puede con ‘Toma el dinero y corre’, por ejemplo), pero desde luego es la peor que ha realizado en los últimos años. La experiencia de rodar en nuestro país no creo que le haya satisfecho del todo (había tres proyectos para rodar aquí, y ya nada se sabe de eso). Ahora toca esperar ‘Whatever Works’, que ya tiene terminada, y con la que ha vuelto a su admirada Nueva York. Esperemos que el Greenwich Village le devuelva el talento por el que es conocido, y que en ‘Vicky Cristina Barcelona’ no asoma por ningún lado.