'Vestida para matar', magistral De Palma

'Vestida para matar', magistral De Palma
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No me cansaré nunca de repetir que Brian De Palma es uno de los directores contemporáneos más complejos, notables y fascinantes. Tampoco se puede negar que cuando se le va la olla (y esto le ha ocurrido bastantes veces, por desgracia, en su larga trayectoria) da la impresión de ser un cineasta caprichoso, sin rumbo, de decisiones estéticas y narrativas más que cuestionables. No hay término medio con él: o firma una película magistral, o una película absolutamente mediocre y prescindible. Sus títulos interesantes sin más son bastante escasos. Esto, qué duda cabe, acrecienta la vehemencia hacia sus grandes logros, como ‘Vestida para matar’ (‘Dressed to Kill’, 1980), un thriller esencial de los años ochenta que, a día de hoy, parece bastante olvidado y hasta ninguneado por ciertos sectores, y que da muestras palpables de que a un nivel básico de realización de películas (en los movimientos de cámara siempre ejecutados para crear un estado de ánimo muy determinado, en el uso del espacio y el tiempo cinematográficos, en el puro instinto dinámico y cinemático innato en él) hay pocos directores comparables, incluso en las nuevas generaciones.

Pero no solamente eso: su pasión por el suspense (que no debe reducirse, aunque él lo haya propiciado con fuerza, a su admiración sin límites, sobre todo en su juventud, por Alfred Hitchcock), su habitual y luctuosa mezcla de géneros (que le lleva a trasgredir con desvergüenza e ingenio muchas de sus reglas) y su mirada macabra y guiñolesca (que en demasiados realizadores es un divertimento mientras que en De Palma parece una necesidad creativa), han cuajado en un puñadito de obras inolvidables que, a buen seguro, le aseguran una plaza entre lo más interesante del último tercio del siglo XX. Y si su obra maestra definitiva es ‘Atrapado por su pasado’ (‘Carlito’s Way’, 1993), pues en ella depuraba su estilo a la hora de filmar cine negro, en un insuperable equilibrio entre formalismo y drama, quizá la cima de su vertiente más sangrienta y espeluznante sea esta aventura siniestra, de la que deberían aprender todos los que quieran contar una historia de asesinatos y erotismo salvaje, pues el desasosiego y la inquietud que provocan sus imágenes no abandonan al espectador bastante tiempo después de haberlas presenciado.

En cierta forma, no siempre admitida por algunos, ‘Vestida para matar’ anticipa muchos de los thrillers eróticos de los años noventa que tanto dieron que hablar, aunque ninguno se le acerca en salvajismo e intensidad, tan solo la no menos magistral ‘Instinto Básico’ (‘Basic Instinct’, Paul Verhoeven, 1992), que homenajeaba, por cierto, la recordadísima secuencia del ascensor, y a la que se puede considerar una continuación temática y estilística en toda regla. En aquella también se introducían elementos de psicología, del doble como figura mefistofélica y del sexo como puerta a una violencia infernal y a una atmósfera enrarecida. Pero también, a poco que uno se fije, las imágenes de la película de De Palma poseen remiscencias de la zona final de ‘Psicosis’ (‘Psycho’, 1960), de muchas ideas brillantes de ‘De entre los muertos’ (‘Vertigo’, 1958), de los dobles sentidos y la ambigüedad de ‘Sospecha’ (‘Suspicion’, 1941), pero actualizando y pervirtiendo ese mundo “hitchcockiano” para transformarlo en otra cosa, en un mundo plenamente “depalmiano”, que funciona con sus propias normas y leyes, y con una fuerza expresiva que le deja a uno sin aliento.

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La retorcida y penetrante mirada de De Palma

A grandes rasgos, la rocambolesca trama de ‘Vestida para matar’ termina por dar bastante igual, siendo una película construida a base de grandes momentos, sin respiro ninguno, destinados a crear una opresión tremenda en la mente del espectador, traducida luego a un malestar físico incontestable. Pero a pesar de eso, creo que es uno de los mejores guiones escritos por Brian De Palma, y puede que el más completo y elaborado de todos ellos. En comparación, puede revisarse ‘En nombre de Caín’ (‘Raising Cain’, 1992), también escrita en solitario (y escribir en solitario es realmente algo mucho más difícil que escribir en compañía, ni que decir tiene filmar guiones ajenos), y el contraste es notorio. Aquí De Palma se siente más libre que nunca y es capaz de poner sobre el papel una historia y una construcción de personajes que le pertenecen en cada línea y en cada gesto, luego sublimados por una puesta en escena realmente inspirada, que lleva mucho más allá lo creado en el guión, y que es capaz de conceder el máximo protagonismo a la imagen como vehículo de las emociones. Un thriller que exprime todos los códigos genéricos y por el que no pasa el tiempo.

Porque nada en ella está sujeto a una moda, sino que es indagación estética en los recovecos más oscuros y retorcidos de la mente humana. Eso sí, nunca de una manera especulativa o racional, siempre furiosamente audiovisual y dinámica. La búsqueda de un psicópata asesino de mujeres que se viste también de mujer y que las corta con una terrorífica navaja de afeitar podría haber derivado, en manos menos refinadas y decadentes que las de De Palma, en un vulgar espectáculo sangriento y morboso. Pero el talento enorme de este realizador lo convierte en un espectáculo amoral, perturbador, casi inimaginable. Con su imaginación visual, es capaz de transformar cada espejo, cada sombra sinuosa, cada profundidad de campo, en una posibilidad infinita para el horror. Pero no el evidente, sino el que cada cual lleva consigo. Por eso es imposible dejar de admirar que De Palma permita que cada uno de nosotros introduzca en la imagen sus demonios particulares, como si los interiores de esta película fueran espacios propicios para el mal absoluto, o como si no hubiese lugar para la piedad y el sosiego.

Y para lograr todo ello De Palma se vale de una música muy sugerente de Pino Donaggio, de una fotografía sobresaliente del fallecido Ralf D. Bode, de un diseño de producción fantástico de Gary Weist, y sobre todo de un grupo de actores en estado de gracia, como una fugaz pero sorprendente Angie Dickinson (alucinante su escena en la ducha), de un joven Keith Gordon, de una guapísima Nancy Allen (una actriz maravillosa que merecía gozar de un recuerdo más cariñoso por parte de los cinéfilos) y sobre todo de un Michael Caine imperial que sabe jugar como nadie a los dobles sentidos y a una contención que esconde mucho más de lo que muestra, apropiándose de cada secuencia y bordando uno de sus papeles más difíciles y resbaladizos, uno de esos que distinguen a los grandes actores de las leyendas del cine. Visto el final de ‘Vestida para matar’, que no desvelaremos, es una gozada volver a verla acto seguido para encontrar un sentido a las enigmáticas frases y los dobles sentidos de un personaje que era muy fácil que cayera en el ridículo o la incoherencia pero que él sabe llevar a lo sublime

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Conclusión

Película de obligado visionado tanto por los amantes del cine en general como por los degustadores de lo macabro en particular, que sabrán disfrutar desde la primera hasta la última imagen, de todos los sonidos, de una aventura terrorífica que se va enrevesando hasta la locura y en la que nos dejamos enrevesar tan a gusto, mecidos a placer por la perversa imaginación de un hombre de cine que, cuando quiere, es uno de los mayores narradores del mundo.

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