Los aficionados al cine de terror siempre estamos dispuestos a darle una oportunidad a un nuevo slasher. A menudo, entre sus codificadísimos registros, sus argumentos manidos y sus personajes descritos con trazo grueso se esconden reflexiones sobre el propio género, o ramalazos de brutalidad, de iconoclastia, de contundencia, que pueden hacer brillar con malsano fulgor a una secuela cualquiera de 'Campamento sangriento'. Eso pasa a veces.
Y a veces no pasa. Por cuestiones en parte presupuestarias y en parte por motivos que no tienen nada que ver con andar cortos de dinero, 'Verano rojo', un largometraje low-cost que calca 'La matanza de Texas' en argumento y en espíritu, se queda algo corto a la hora de romper con los convencionalismos, y una factura técnica superior a la media en estos casos se ve empañada por su exceso de timidez.
'Verano rojo' se financió por crowd-funding y tras un estreno muy limitado en salas llega ahora a formato doméstico. Su responsable es Carles Jofre, recién licenciado de la ESCAC que plantea con su debut en el largometraje una traducción del desgastado horror redneck norteamericano a los soleados parajes de Mallorca: los protagonistas de su película son cuatro jóvenes madrileños en busca de una cala perdida en la isla que se cruzan con una familia de matarifes que les harán la vida imposible.
Nada hay en 'Verano rojo' que no referencie de forma directa a 'La matanza de Texas', a veces de forma excesiva. Están los códigos más o menos inevitables como el del dependiente de la gasolinera que anticipa el peligro, la sempiterna final girl o el encuentro en la carretera (al estilo del personaje del autoestopista en la película de Hooper). Pero la lista completa es interminable y en algunos momentos roza lo clónico: una cena con la familia de matarifes -incluido un anciano-, referencias veladas a la comercialización del canibalismo (directamente desde la infravalorada secuela de Texas) y cómo no, un asesino mudo y enmascarado, aquí con una careta de gorrino.
Zonas desoladas
La originalidad de 'Verano rojo' está en su ubicación: las calurosas y menos turísticas zonas de Mallorca, que bajo el sol abrasador no tienen nada que envidiar al desierto tejano. Algún diálogo en balear y algún interior inequívocamente español también delatan la ambientación, pero al final del día lo que tenemos es una película que calca sin reparos a sus modelos, con cambios tímidos y que salvo el ligerísimo toque folclórico no aportan gran cosa.
'Verano rojo' arranca con ganas y un primer encuentro con la Mallorca profunda arroja alguna imagen perturbadora y memorable, pero ese ímpetu inicial se extingue con rapidez. Posiblemente eso es lo más irritante de la película: cómo mira en la dirección correcta, pero sin demasiado arrojo. Determinados momentos de sordidez extrema (las jaulas para cerdos donde los turistas son encerrados inicialmente, el inequívoco aroma en interiores a gotelé, hule, yeso y neveras Fagor de los setenta...) apuntan a un 'Verano rojo' mucho más radical y agresivo, pero que nunca acaba de llegar.
En su descargo, cabe señalar que 'Verano rojo' es una modesta producción de solo siete mil euros de presupuesto, pero aunque eso sirviera para justificar la ausencia de secuencias de acción trabajadas o el empleo de los únicos actores que se tienen a mano -es decir, unos de calidad solo regular-, hay problemas que no tienen nada que ver con el dinero. Entre ellos, el descaro a la hora de saquear hallazgos ajenos o el estiradísimo metraje, al que le habrían venido bien veinte minutos de tijera.
Y no es una excusa porque los obvios antecedentes de la película, 'La matanza canibal de los garrulos lisérgicos' o 'Jodidos kabrones', parten de ideas muy similares (ubicar los tópicos del slasher en la España profunda) con presupuestos mucho más limitados y, pese a un acabado menos profesional (la fotografía y, sobre todo, la edición de 'Verano rojo' es muy estimable), los resultados son superiores. El motivo, indicado al principio de esta crítica: falta de prejuicios, espíritu iconoclasta y gamberro y genuina adhesión a los principios que sustentaban a 'La matanza de Texas', donde lo de menos era que saliera un matarife con careta.
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