Ciro Guerra salta al cine internacional. Y en principio, en un proyecto que le encajaba como anillo al dedo. El director de 'El abrazo de la serpiente' o 'Pájaros de guerra', alguien extremadamente preocupado por la destrucción y asedio de los pueblos aborígenes, llevaría a la pantalla una adaptación de 'Esperando a los bárbaros', novela del premio Nobel sudafricano J.M. Coetzee contra los abusos del supremacismo.
Para más honra, el guión de esta película lo firma el mismo escritor. Un plan sin fisuras al que, como hemos visto en otras ocasiones durante estos días en Venecia, algo le ha ocurrido por el camino que ha aplanado las posibilidades del filme.
El relato es un drama épico-histórico al estilo de 'Lawrence de Arabia' (aunque con una escala muchísimo menor) con un protagonista total, el magistrado interpretado por Mark Rylance, que se opone a ese "imperio" en mitad de una tierra misteriosa pero que él mismo representa. La historia se narra desde un territorio indefinido porque este es el relato de cualquier imposición colonial.
Y, aunque los enemigos serán los terribles capitanes de guerra, interpretados por Johnny Depp y Robert Pattinson, es el mismísimo magistrado quien planteará todas las vicisitudes morales que conlleva el dominio de otros pueblos. Por más que intente actuar como autoridad justa, por más que le limpie las heridas a sus gobernados, no podrá evitar hacerles llorar.
¿Quiénes son los auténticos "bárbaros"?
'Waiting for the Barbarians' plantea un viaje interesante: mientras que se habla constantemente de un pueblo "bárbaro" que debe ser subyugado, éste se muestra inteligente y pacífico por una trama y una cámara que evita constantemente profundizar sobre ellos. Sabiendo que al convertirlos en sujetos activos implicaría restarle importancia narrativa a la verdadera fuente de barbaridad, aquellos que se consideran civilizados.
La realidad no se desprende de las palabras o los discursos, sino de la imagen. Un tema curioso en una película cuyo villano (Depp), un experto en interrogatorios que aplica técnicas de coacción para que sus víctimas confiesen mentiras guionizadas, afirma que sólo aplica una elaborada metodología científica para romper los embustes y destilar la verdad.
La sensación del conjunto de la película es de insustancialidad. Para este viaje al desierto no hacían falta tantas alforjas, ni tampoco se consigue proporcionarle una buscada mayor carga de profundidad al relato sólo por el tempo fílmico de Guerra, teóricamente más aborigen, menos colonial y por eso (según deducimos) más lento.
Pero el producto contaría y transmitiría lo mismo con un ritmo más ágil y una mayor espectacularidad, haciéndose más Hollywood, cosa que de seguro haría que la obra y su mensaje convenciese a más espectadores, aunque no necesariamente haría que la película fuese mejor, sólo más entretenida. Por cómo está evolucionando su cine, es posible que el colombiano opte por tomar este camino más pronto que tarde.
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