Entre todo el ruido y la mediocridad, y frente al poder de los grandes estudios, dos películas de presupuestos medios de la sección oficial de esta 76ª edición de la Mostra de Venecia se han alzado como ejercicios muy interesantes que buscar en el futuro en nuestras carteleras.
'Ema', o la generación que se abre paso mediante el perreo
Lo primero que sabremos de Ema (incandescente Mariana Di Girolamo), la protagonista de esta película homónima dirigida por Pablo Larraín ('El Club', 'Jackie') es que tiene un lanzallamas. Lo segundo, que ama bailar con toda su alma. Lo tercero, que esta veinteañera es madre, o lo era hasta hace dos días, cuando devolvió sin miramientos al niño que había adoptado junto a su desquiciada pareja, Gastón (Gael García Bernal).
El novio de Ema es un director de coreografías de baile urbano, que ha refinado para poder ser expuesto en museos (hace "mierda para turistas", como le espetan algunos bailarines de la compañía). Le saca doce años y es, por tanto, alguien que, pese a vivir en su mundo, no llega a entenderla del todo.
La tensión de la protagonista con el entorno de los adultos, con la sociedad en su conjunto, también queda clara cuando la vemos relacionarse con directores de colegio, psicólogos, abogados o bomberos. Pero ella no piensa acatar sus reglas. Esta madre imperfecta, así como la sororidad de gatas-arpías que la acompañan, no pide permiso, y se abre paso no a codazos sino a lametones y perreos. Y cuidado porque quema.
Ya en sus películas anteriores Larraín dio muestras de interesarse por los proyectos que fusionan tesis con formato. En este caso, el chileno se adentra en los modos estilísticos del videoclip urbano de medio-alto presupuesto (pensamos en Hawaii Films o en Canada) para, según el cineasta, retratar el pulso rupturista de una generación, representado en el reguetón como música y estilo de vida.
Una forma fluida y salvaje de vivir que provoca rechazo y temor entre la pequeña burguesía, siempre denunciando la toxicidad, el machismo y el mal gusto de sus ritmos, pero que, como iremos descubriendo, no es un modelo peor que la alternativa desquiciada que ellos proponen (además, el reggaeton al menos "sabe rico").
Lógicamente, por todo esto, la experiencia de la película es la de estar ante un álbum visual, una narración hiperbólica y fascinante (oímos multitud de carcajadas durante su recta final) que se coge de la mano de la música y la danza, y ahí donde las sesiones nocturnas nos pueden llevar en cuestión de minutos de la sumisión al despecho destructivo, estos personajes también se lanzarán a la odisea emocional, física, verbal y cinematográfica. Una cosa nos queda muy clara: a ella le gusta la gasolina.
En el corazón de 'Ema' descansa una paradoja: pese a que Larraín aplaude el empuje de las reggaetoneras, la película trata su cultura de forma antropológica y distanciada. Al final, la banda sonora conductora (fabulosa electrónica pseudointelectual de Nicolas Jaar) que preña y da forma al film, también forma parte de ese colectivo de "turistas" de lo callejero. Detalles menores para una de las experiencias más divertidas de esta Mostra.
'Martin Eden', o la tragedia del individuo en el siglo XX
Y de aquí pasamos a la Italia de 'Martin Eden'. No la de los años 20, o los 40, o los 60. Son todas las décadas a la vez, pues la película, activamente anacrónica en su selección de distintas escenografías y variadas imágenes de archivo, sucede en una suerte de espíritu común destilado de la Nápoles del siglo XX.
Martin es una víctima doble, de su clase social y de la diosa Fortuna, que le hizo conocer a una mujer aristócrata que le inspirará para buscar la gloria literaria, cosa que, pese a sus titánicos esfuerzos, se le irá quedando más y más lejos por las condiciones materiales de su existencia.
Cual necio que va poco a poco saliendo de la caverna de Platón, sufriremos como espectadores todas las etapas intelectuales de Martín, a la vez una crítica de las diferentes luchas obreras, hasta el punto en que el hermoso joven enfermará de cultura y, al fabricar un credo personal a partir de una lectura fascista de la teoría de la evolución de Herbert Spencer, se volverá el mayor libertario y reaccionario, en contra de su pueblo y sus raíces.
Un retrato doloroso inspirado en el libro homónimo de Jack London y que también presentaba, a su vez, inspiración autobiográfica. No sabemos todavía si Pietro Marcello es un superdotado alumno de Bellocchio (y también un poco, por extensión, de todo el cine histórico-humanista) o si simplemente es un franquiciado de este espíritu cinematográfico tan del gusto de la crítica.
En cualquier caso, el collage de sus imágenes es arrebatadoramente bello (escenas de guerra coloreadas, vídeos que simulan fotos fijas de los barrios bajos, rostros de los supervivientes de una época e incluso melodías electrónicas) y los subtextos políticos saben vehicularse en sottovoce en la multitud de sus dimensiones, del amor imposible a la circularidad temporal pasando por la singularidad humana.
'Martin Eden' parece una obra total, rebosante de cine, y que bien merece un segundo visionado. Algo que no podemos decir de prácticamente todo el resto de películas vistas durante este festival.
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