En una industria como la cinematográfica, donde la creatividad está cada vez más supeditada a valoraciones de potencial comercial, estimaciones de recaudación y calificaciones por edades que permitan extraer la máxima rentabilidad a un producto, resulta cada vez más complicado —por no decir inaudito— encontrarse con una producción de un gran estudio en la que predomine el riesgo y la libertad de unos creadores esclavos de las finanzas.
Con este panorama, en el que el séptimo arte forma más parte del terreno empresarial que del fílmico, las plataformas de streaming se han convertido en las principales impulsoras de ese “otro cine”; algo que evidenció la ‘Roma’ de Alfonso Cuarón y, más recientemente, una ‘Velvet Buzzsaw’ difícil de imaginar hoy día siendo concebida dentro de una gran compañía tradicional y, mucho menos, proyectada en una sala de cine.
De lo brillante a lo telefilmesco
Porque el desembarco de Dan Gilroy en Netflix después de la insípida y demasiado académica ‘Roman J. Israel, Esq.’ —un jarro de agua fría tras la fabulosa ‘Nightcrawler’— es un auténtico festival de excesos e histrionismo que juguetea con un tratamiento próximo a la serie B para dar forma a una sátira sobre el mundo del arte que se ríe hasta de su sombra —e, incluso, del espectador menos cómplice—.
Con esta carta de presentación, huelga decir que ‘Velvet Buzzsaw’ está destinada a polarizar las opiniones del respetable y que, por supuesto, no está hecha para todo el mundo. De hecho, es muy probable que llegue a resultar indigesta a todo aquél que no termine de entrar en su descarado juego discursivo y que no se sobreponga a un segundo acto que, narrativamente, llega a hacerse especialmente cuesta arriba.
No negaré que tras un magnético primer acto dedicado a presentar a sus peculiares personajes y a retratar el aborrecible y artificial mundo que les rodea, la cinta se convierte en una experiencia que roza lo frustrante; con un guión que avanza a trompicones, sujeta su coherencia interna con pinzas y desubica cuando decide convertirse en un thriller sobrenatural casposo y casi ridículo, tanto en forma como en contenido.
Es en ese momento, en ese gran punto de inflexión, cuando ‘Velvet Buzzsaw’ te abraza con una calidez cómplice o te rechaza por completo de la peor forma posible. Todo depende de si optas por aceptar que el director, en favor de su discurso, convierte su largometraje en una especie de subproducto con aires de grandeza —lo cual, una vez reposada su tesis, cobra sentido—, o si, por el contrario, asimilas que estás ante una pérdida de tiempo que se está cachondeando de ti sin ningún tipo de pudor.
Así, las notables y descontroladas interpretaciones de su reparto —fantásticas Toni Collette, Rene Russo y, por supuesto, un Jake Gyllenhaal que demuestra entenderse a la perfección con Gilroy—, las muertes más demenciales, los momentos más kitsch y una realización que evoluciona —o invouciona— de lo brillante a lo telefilmesco de forma plenamente autoconsciente, pueden convertirse en una virtud o en la mayor de las lacras.
No sería de extrañar que ‘Velvet Buzzsaw’ termine convirtiéndose en el nuevo gran batacazo de Netflix en cuanto a la opinión del público se refiere; todo es una cuestión de paladares que no interfiere lo más mínimo con la sobrada inteligencia del filme. Por suerte, debemos estar satisfechos de que apuestas tan arriesgadas como esta terminen materializándose y llegando al espectador que decida enfrentarse a ellas; porque, como dice uno de los personajes de la película: “¿de qué sirve una obra arte si nadie la ve?”.
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