La mejor escuela de cine que existe y existirá jamás no tiene aulas, libros de texto o exámenes periódicos con los que poner a prueba al alumnado; ni tan siquiera requiere de una matriculación previa para poder cursar los estudios. La mejor escuela de cine es el propio cine, ya sea deglutiendo la infinidad de largometrajes de ficción ejemplares a nuestra disposición, que exprimir con una mirada analítica, o piezas como la que nos ocupa, perteneciente al campo del documental meta.
A medio camino entre el autorretrato con triste esencia de obituario y la impagable lección cinematográfica, ‘Varda por Agnès’ nos ofrece una dilatada clase magistral cercana a las dos horas de duración, impartida por una profesora de auténtico lujo como es la pionera de la Nouvelle Vague, y que sabrá satisfacer y enriquecer la curiosidad tanto del cinéfilo devoto de la obra de Varda, como del neófito con ansia por absorber conocimiento sobre el medio.
Pero, como todo largo, ‘Varda por Agnès’ no puede ser juzgado únicamente teniendo en cuenta su contenido, y acierta más en su voluntad pedagógica que como obra cinematográfica; viéndose articulado su contenido a través de una forma generalmente plana y poco inspirada, y de una narrativa dividida en dos bloques bien diferenciados que viran de la fascinación al tedio una vez superado el ecuador del filme.
Dos mitades, dos lecciones
La primera mitad de esta última obra de Agnès Varda se antoja un verdadero oasis en el que saciar nuestra sed de conocimientos fílmicos. Recorriendo los clásicos de la ganadora del Óscar honorífico 2018 —desde ‘Cleo de 5 a 7’ hasta ‘Sin techo ni ley’, pasando por ‘La felicidad’—, la cineasta nos abre su cerebro y las claves de su proceso creativo, explorando temas tan variados como la puesta en escena, el tratamiento del color o la dirección de actores durante un metraje que vale su peso en oro.
A pesar de esto, resulta ligeramente decepcionante que, salvo en pasajes concretos en los que la desbordante creatividad de la franco-belga brilla como de costumbre —sobrecogedor e inmensamente evocador ese plano final—, la tónica predominante en la realización de ‘Varda por Agnès’ no difiera mucho de la de cualquier conferencia grabada con multicámara que podamos imaginar; un recurso ampliamente funcional, pero que sabe a poco tratándose de una cinta centrada —y firmada— en una figura como la de Varda.
No obstante, el aspecto formal no resulta tan limitador ni irritante como lo es el tratamiento de la segunda mitad del documental. Una vez analizada a la conciencia la filmografía de nuestra protagonista, pasa a retratarse su prolífica trayectoria en el ámbito del vídeo arte durante un segmento que crece en densidad y abstracción, y que está dominado por un discurso con exceso intelectual —e, incluso, cierta pedantería— que invita a desconectar y puede hacer especialmente cuesta arriba los últimos compases de ‘Varda por Agnès’.
Si algo logra disminuir el índice de bostezos y mitigar la tentación de mirar el reloj durante este último tramo, esos son los destellos del genio, la gracia y la mordacidad de Varda, presentes tanto en lo estrictamente cinematográfico como en lo personal. Pequeños detalles que, acompañados de reflexiones que ahondan inesperadamente en el existencialismo, endulzan —no sin matices amargos— el poso de una pieza tan esencial como de difícil acceso.
Dice el refranero popular que "la letra con sangre entra", y ‘Varda por Agnès’, como toda buena clase magistral con pretensiones de profundizar en los temas a tratar, no está exenta de esos momentos farragosos que tientan con el abandono. Pero una vez superadas sus escasas dos horas de duración, lo único que podemos hacer es agradecer el haber tenido el privilegio de aprender de la mano de una leyenda que, tristemente, no volverá a ponerse tras las cámaras.
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