Primero de los cuatro posts que quedan para terminar este ciclo vampírico que me he permitido el lujo de realizar por aquello de acordarnos de vampiros verdaderos únicos e intransferibles, antes de que las nenazas que brillan a la luz del sol se apoderen de las pocas neuronas que quedan en el planeta. Empezamos con la que, a mi juicio, se trata de la mejor película de vampiros que parió el cine moderno —si es que tal acepción puede darse—, la verdadera ópera prima de Kathryn Bigelow, directora de intensa mirada fílmica, que ha entendido el mundo masculino mucho mejor que otros compañeros de profesión siendo hombres. ‘Los viajeros de la noche’ (‘Near Dark’, 1987) compitió aquel año con ‘Jóvenes ocultos’ (‘The Lost Boys’, Joel Schumacher, 1987) por recuperar el cine de vampiros, en una década en la que el cine destinado a un público juvenil marcaba las pautas a seguir.
Films como el mencionado, o la excelente ‘Noche de miedo’ (‘Fright Night’, Tom Holland, 1985), sobresalían dentro del género fantástico, de entre toda la retahíla de productos que inundaban las salas de cine. La sombra de Steven Spielberg, uno de los realizadores más “copiados” en aquellos años, planeaba sobre muchos de esos films, pero en el caso del trabajo de Bigelow, la cosa apunta otras maneras. A pesar de que su reparto está lleno de actores jóevenes en su mayoría, ‘Los viajeros de la noche’ parece pasar olímpicamente de las pautas marcadas en este tipo de cine, y propone una historia llena de suciedad, violencia, muerte y desolación. Una película por la que su directora recibió el apodo de “Sam Peckinpah femenina”, algo exagerado sin duda, pero no del todo descabellado.
Kathryn Bigelow ha pasado a la historia del Cine por ser la primera mujer en ganar un Oscar a la mejor dirección, por su magistral ‘The Hurt Locker’ (‘En tierra hostil’), premio que salvo excepciones da un cierto status. Pero en su debut en solitario —recordemos que su anterior film, ‘The Loveless’ (1982), está codirigido con Monty Montgomery—, Bigelow tuvo las cosas verdaderamente difíciles. El productor Edward S. Feldman advirtió a la realizadora que si después de unos días de filmación, ella no tenía las cosas claras al respecto de lo que estaba haciendo, sería reemplazada, cosa que evidentemente no ocurrió. El conflicto venía del hecho de que Bigelow y Eric Red —interesante escritor y director con películas tan recomedables como ‘Cohen y Tate’ (‘Cohen and Tate’, 1988)— pensaban en principio en hacer un western, pero el género cinematográfico por excelencia no despertaba el interés del público como antaño, y a no ser que te llamases Clint Eastwood cualquier proyecto de esa índole era susceptible de ser un fracaso.
Como el género de terror estaba dando sus buenos frutos en esa década, Red y Bigelow optaron por una mixtura de géneros, y sin renunciar al western, realizaron una muy interesante y fascinante mezcla entre el mencionado género y el cine de vampiros. Aquellas películas de la Hammer o la Universal habían sentado las bases de un tipo de cine que sufrió importantes cambios en la década de los 80 gracias a trabajos como el de Tom Holland o el que nos ocupa, que si bien no triunfó en las carteleras —debido muy probablemente a tener que competir con el mucho más promocionado film de Schumacher ya citado, y también por ser la última producción de DeLaurentiis Entertainment Group— propuso cambios y giros en el universo vampírico que hoy día están plenamente asentados. John Carpenter seguiría desarrollando ese tratamiento —siempre con el gran Terence Fisher en mente—, y mientras productos actuales como la serie de televisión ‘True Blood’ los explotan al máximo, en otros como la saga vampírica de nenazas los prostituyen vilmente sin ningún tipo de rubor.
‘Los viajeros de la noche’ es una historia sobre la adicción como en las mejores películas de su directora, y también una historia de amor a primera vista o primer mordisco, nunca mejor dicho. Un por aquel entonces desconocido Adrian Pasdar —ahora lo es más gracias a la serie ‘Héroes‘— da vida a Caleb Conton, un paleto tonto y simple, que conoce a una misteriosa chica llamada Mae —una sensual Jenny Wright, que después no se prodigó demasiado— con la que tiene un encuentro brevemente apasionado que termina con un mordisco en el cuello. De regreso a casa, y sin saber por qué, Caleb empieza a sentirse mal, y en un abrir y cerrar de ojos es secuestrado por una peculiar familia de vampiros que se ven obligados a a cogerlo entre ellos debido a que Mae lo ha transformado. A partir de ahí, Bigelow y Red juegan todo el rato con los tópicos o clichés del western y cómo no, del mundo de los vampiros.
Argumentalmente los referente al western más directos de ‘Los viajeros de la noche’ son ‘Centauros del desierto’ (‘The Searchers’, John Ford, 1956) —cambiamos indios por vampiros y al personaje de Natalie Wood por el de Jenny Wright— y ese carácter grupal de sus personajes centrales, que remite directamente a Howard Hawks y que empareja a Bigelow con John Carpenter. Es precisamente esto una de las constantes en el cine de la realizadora; para ella el grupo es algo espiritual, subversivo, con un punto de sagrado, pero cuya supervivencia no depende tanto del grupo en sí, de su unión, sino de uno de sus componentes, fiel al cojunto y libre al mismo tiempo, como por encima del bien y del mal. El personaje de Jenny Wright es la única razón de Caleb para quedarse entre sus nuevos amigos y también la única por la que lo arriesgará todo para traerla hacia la luz, teniendo que romperse ese grupo tan cariñosamente retratado.
Lance Henriksen, Jenette Goldstein y Bill Paxton venían de trabajar juntos en la magistral ‘Aliens, el regreso’ (‘Aliens’, James Cameron, 1986) en la que también estaba muy marcado ese carácter grupal, y los actores demuestran tener una compenetración fuera de lo común, transmitiendo ese aire de familia unida que jamás será vencida, pero en la que no todo es un camino de rosas por muy unido que se esté. Entre todos ellos resalta con mucha diferencia el personaje de Severen, al que da vida un Bill Paxton totalmente entregado, lleno de carisma y cachondeo. Sus continuas bromas y la aceptación de su condición de inmortal desde una perspectiva totalmente amoral le convierten en alguien atrayente, fascinante, pero también muy peligroso. Su sed de sangre no es tanto la necesidad de alimentarse como la necesidad de aferrarse a la vida que ya no tiene, y de abrazar en cierto modo, esa eterna muerte que es su vida en realidad.
A pesar de algunos tics típicamente ochenteros —esa música de Tangerine Dream—, ‘Los viajeros de la noche’ resiste muy bien el paso del tiempo, y desvela a Bigelow como una perfecta narradora cinematográfica, o sea, como una experta en el uso de la imagen. Basten señalar todas las secuencia de acción del film, acertadamente coreografiadas y planificadas, y en las que no hay ningún tipo de concesión. El secuestro de Caleb, la matanza en el bar —absoluto delirio lleno de violencia—, o el tiroteo en un motel —con un detalle visual fascinante: las balas no hacen daño a los protagonistas, pero los agujeros dejados por las mismas en ventanas y paredes dejan pasar la mortal luz del sol— son poderosos instantes. La palabra “vampiro” no se pronunica durante todo el metraje y los colmillos brillan por su ausencia, del mismo modo que no hay indios ni praderas que cabalgar, pero uno huele el polvo, aprecia el carácter nómada de la familia de vampiros/rechazados sociales, se siente fascinanción por la noche e incluso se teme el amanecer, que puede traer tanto la muerte como un nuevo despertar.