'Entre valles' sorprende con un atrevimiento inusual en su crítica a la burguesía y la solidaridad pero tiene un problema: no tiene claro qué tipo de película quiere ser

En una era de franquicias y películas gigantescas en la que incluso vacas sagradas como Spielberg no están exentas de un fracaso de taquilla, sorprende comprobar que sigue habiendo distribuidoras que, lejos de recoger los bártulos y decir “Pues nada, hasta aquí hemos llegado, montaré la mercería como me dijo mi madre” se arriesgan con productos de nicho tan inclasificables como ‘Entre valles’, un drama rumano que se mofa de la solidaridad burguesa usando el tono y forma de una cinta de terror que nunca termina de ser explotada. Estrenar esta película en el ecosistema actual es el equivalente a hacer un triple mortal pasando por un aro de fuego y cayendo en la boca de un león hambriento: no hacía falta, pero se agradece el riesgo.

Quiero ir al aserradero

El gran problema de ‘Entre valles’ es que no tiene nada claro qué película quiere ser: al principio es una comedia suave sobre una ONG que reparte comida a la Rumanía rural. Después se convierte en una obra de género con señor loco incluido que insiste en ir a un aserradero fantasmal, para finalmente desembocar en un drama intimista: aunque la propuesta es llamativa, termina navegando en una tierra de nadie mucho más impersonal de lo que pretende ser.

Entre los diferentes trajes que se pone la cinta, el más logrado (y, curiosamente, menos pretendido) es el del terror, gracias a unos personajes secundarios que parecen sacados de una película de David Lynch. En realidad, su director, Radu Muntean, encontró el gran hallazgo de la película buscando a locales sin experiencia para los papeles de pueblerinos. Las características físicas, la extrañeza en sus movimientos y su incómoda forma de hablar hacen que no podamos apartar la mirada, entre el espectáculo de freaks y una pretendida comprensión.

Porque ‘Entre valles’ también juega con el espectador y sus prejuicios al mismo tiempo que lo hace con sus protagonistas. Si ellos rompen la hucha de la solidaridad en cuanto pueden usarla para salir de un apuro, nosotros nos vemos en la encrucijada de reconocer que los personajes por los que normalmente sentiríamos compasión pueden llegar a provocarnos otro tipo de sensaciones, desde agobio hasta, por qué no reconocerlo, miedo. La película te confronta ante una realidad incómoda y deja que tú mismo disfrutes de tus propias contradicciones.

Desde Bucarest en todoterreno

Pero, tristemente, el cóctel que nos propone no funciona excepto cuando coquetea con los tópicos clásicos del cine de género. Una persona desaparecida en mitad de la noche, dos desconocidos con mala pinta que tratan de ayudarles, un anciano que insiste en ir a ver a un viejo conocido que lleva años muerto… ‘Entre valles’ tiene todos los ingredientes para hacer terror, pero en su lugar los usa para narrar la hipocresía de un grupo de tres personas supuestamente solidarias que son capaces de vender sus principios para salir de una situación peliaguda. Suena más interesante escrito que el resultado final.

Y es que la cinta cae en el pecado de la rutina. Los personajes entran y salen, se enfadan, caminan, pero nunca hay un peligro real ni un dilema: durante más de la mitad del metraje simplemente… están. Y para una película que trata de tener altos vuelos y exponer tanto la hipocresía de la solidaridad como el descubrimiento de la verdadera ayuda entre vecinos, perder el timón es un error grave, porque su rumbo es errático hasta que llega a unas imágenes tan impactantes como, llegados a ese momento, carentes de contenido.

‘Entre valles’ culmina con un par de escenas tan grotescas como naturales, tan llamativas como rutinarias: el mayor tesoro de una película en la que apenas pasa nada está aquí, en unos momentos finales que, tristemente, solo dan final a uno de los tres protagonistas. Es como si la cinta se cansara de repente de dos de los personajes principales (no la culpo, los espectadores estamos igual) y decidiera dejarles sin un final digno, centrándose tan solo en una de las repartidoras solidarias. ¿Es bonito y está a la altura? Sí. ¿Desaprovecha el potencial de la historia? Pues, para qué negarlo, también.

La irregularidad como norma

Me encantaría ser mucho más entusiasta con ‘Entre valles’ e instaros a ir al cine para evitar por un momento los blockbusters de turno encontrando una joya escondida, pero lo cierto es que probablemente no vais a encontrarla. Se trata de una obra excesivamente irregular que no sabe qué tipo de película quiere ser. Es un drama costumbrista, una parodia burguesa, una cinta de terror, un estudio de personajes. La irregularidad de todos sus elementos y una mezcla mal empastada de los mismos hace que el resultado final se resienta y nada termine de brillar especialmente.

Se notan las intenciones y el atrevimiento de, en lugar de limitarse a contar la historia de tres promotores de ONG perdidos en el bosque, convertirla casi en un episodio de ‘Colgados en Filadelfia’ haciéndoles mostrar una verdadera cara repleta de hipocresía y aristas. Tristemente, se queda en las intenciones y nunca termina de atreverse a rematar. El resultado es una cena fría, una película que siempre promete ser, el episodio de Rasca y Pica donde no terminan de llegar a la fábrica de fuegos artificiales.

Hay cierta belleza y dignidad en el metraje fallido e imperfecto de ‘Entre valles’: sus buenas intenciones resuenan con una dirección que no termina de acertar en el tono exacto que la película pide y con un guion que no termina de llevar al máximo el atrevimiento que tan solo esboza. Al final nos queda una oportunidad perdida entre todoterrenos, barro, aserraderos y señores mayores haciéndose pis encima.

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