Puede que Bryan Singer esté por encima de la media de los directores que suelen manejar producciones de alta envergadura. Desde su segunda película, la hiperfamosa ‘Sospechosos habituales’, se ha rodeado siempre de un efectivo equipo de colaboradores, y ha sabido como pocos manejar los elementos que tenía a su alcance. Así lo ha demostrado en el film mencionado (aún hoy su mejor trabajo, sobre todo gracias al impecable trabajo de Christopher McQuarrie), en las estupendas entregas de los X-Men (gracias al éxito de la primera, tuvo mayor libertad en la segunda entrega, y se nota), la arriesgada ‘Verano de corrupción’, y cómo no, en la injustamente maltratada ‘Superman Returns’, film más inteligente de lo que parece a simple vista.
Aún así (y obvio por motivos evidentes su fallida ópera prima), Singer no es un gran director cuya obra merezca un análisis profundo. Le falta una mirada personal a todos sus productos, ésa que diferencia a los grandes narradores y creadores de los excelentes artesanos, que es lo que es Singer (salvando las distancias, podríamos decir que Bryan Singer es el Richard Donner del nuevo siglo). Pero cuando lo que está a su alrededor no funciona, Singer se muestra incapaz de controlarlo. ‘Valkiria’ pone al descubierto todas las deficiencias de un director al que le falta la fuerza de un David Fincher, o la pasión de un Shyamalan, por poner dos ejemplos coetáneos.
‘Valkiria’ vuelve a contar con McQuarrie en su guión, en un claro intento de reverdecer los laureles de ‘Sospechosos habituales’. Le acompaña un tal Nathan Alexander, coproductor de la cinta y que debuta en esto de la escritura cinematográfica con el presente film. El intento de asesinato de Adolf Hitler es la trama central de la película. El Coronel Claus von Stauffenberg, que se consideraba a sí mismo un buen alemán y su ideología estaba muy lejos de la de los nazis, lideró una intrincada operación para poder librar al mundo del tirano, y si Alemania era ocupada por los aliados, que éstos se encontraran con una Alemania de verdad, y no con la vergüenza cuyo recuerdo pesa a día de hoy sobre la conciencia del pueblo alemán.
No es la primera vez que Singer bucea en el nazismo. ‘Verano de corrupción’ alberga una secuencia (la del hospital) que es un prodigio de montaje, en la que el impacto sobre el espectador es tan brutal que deja a éste totalmente descolocado y desarmado. También en ‘X-Men’ hay ramalazos de ello. Ahora, en ‘Valkiria’, su intención no es recapacitar sobre el holocausto judío, algo terrible y una mancha imperdonable del ser humano, sino realizar un relato de suspense a través de la historia de un grupo de altos cargos alemanes que se rebelaron contra el sistema, e intentaron, a costa de sus vidas, arriesgarlo todo para matar a Hitler. Bien sabemos, por la Historia, que estos hombres no cumplieron el objetivo, y pagaron caro su error. Independientemente de que conozcamos el resultado final de la operación, y que esto ya desmonta de por sí todo posible suspense, los hechos mostrados por Singer en su película, provocan verdadera vergüenza ajena por lo mal mostrados que están, navegando todo momento por los terrenos del telefilm de sobremesa más descarado.
La desastrosa puesta en escena de Singer malogra las pocas posibilidades de un relato condenado al fracaso desde antes de su inicio. La llamada Operación Valkiria, que se supone un meticuloso plan para acabar con Hitler, no es más que un intento desesperado de un grupo de hombres con las ideas muy claras pero incapaces de llevarlas a cabo. Tal y como lo muestran el film, uno no se extraña ni lo más mínimo que dicha operación fracasara, y aunque esto sea simplemente una reconstrucción de unos hechos históricos, es la demostración palpable de que algo que ha ocurrido en la realidad no tiene porqué ser creíble en una película. Al respecto cabe citar secuencias tan penosas como aquellas en las que todos los conspiradores se reúnen a hurtadillas, y en las que cualquiera puede entrar como Pedro por su casa (la entrada del personaje de Cruise en dichas reuniones podría pertenecer perfectamente a una parodia del estilo ‘Scary Movie’), o la huida en coche después de la explosión. Además, el planteamiento del atentado en sí, tan sólo ocho meses antes de que terminase la Guerra (algo que los altos mandos alemanes preveían de sobra), demuestra la estupidez supina de un grupo de hombres que por ello pueden ser considerados como los más idiotas sobre la faz de la Tierra. Todo ello, ciñéndome siempre a la película, y no a la Historia.
Bryan Singer vuelve a dirigir una película coral, una de las constantes de su cine. Aunque en un principio parezca que Tom Cruise acapare todos los planos posibles, esta vez el actor no hace uno de sus numeritos de lucimiento, y trata de ser un elemento más en un conjunto. La pena es que prácticamente todos los actores están desaprovechados, incluido el propio Cruise, quien no es capaz de transmitir la angustia de su personaje (secuencias como aquella en la que avisa a su mujer, una Carice van Houten deslucida, del peligro que corren, lo indican claramente). Kenneth Branagh (director y actor que necesita urgentemente un éxito taquillero mucho mayor que éste, que todo hay que decirlo, no hay sido excepcional) aparece tan poco, que su breve participación sabe a poco. Bill Nighy y Terence Stamp parece que han prestado sus cuerpos, voces y nombres para que el film luzca mejor; y Tom Wilkinson, que se lleva el personaje más sabroso, cumple con corrección, pero sin pasión.
Una pasión que el film pedía a gritos, y que Singer es incapaz de transmitir al relato. Ya sea por la utilización de planos demasiado cercanos (decisión estética totalmente incomprensible, pues no se acerca ni de lejos al clasicismo, ni aporta sobriedad), o por un ritmo balbuceante que apura sus pasos en un tramo final insípido, aburrido y soporífero. Sólo en el excelente inicio, en el que Singer sí demuestra cierto brío narrativo, y en una determinada secuencia en la que el personaje Cruise saluda mostrando las consecuencias de la nombrada secuencia a un superior, se encierran momentos de buen cine. De nuevo, Singer, condensa en un solo y minúsculo momento, más verdad que en el resto de la película. Una película que no quedará en la memoria ni hará historia, y supone el primer bache preocupante de un realizador que no había evolucionado demasiado, pero iba con paso seguro.