Cada nueva película de animación Disney, de las originales y exclusivas, acarrea en sus estrenos un recurrente sistema de evaluación popular que las juzga por parámetros diferentes al resto de producciones de otros estudios. Como si fuera un concurso de saltos, cada nueva película pasa por jurado y votación que va analizando sus distintos avances técnicos, humorísticos y socioculturales a lo largo del tiempo.
En cada nueva aportación a la cuota de princesas Disney se han ido refinando sus molduras, sus dogmas, constantemente cuestionados como bueno, malo o regular ejemplo para los niños y niñas que perpetúan la tradición de asistir a cada nuevo esfuerzo del estudio. Si bien perdió la hegemonía a principios del siglo XXI, su manejo del branding supo acompañar a la nueva reina, Pixar, durante los años en los que gestó su regreso.
La vuelta del coloso
El cine de animación en dos dimensiones ya no funcionaba y, metiendo la nariz en el mundo del píxel, película tras película, logró dar un golpe en la mesa con el fenómeno ‘Frozen’ (2013), una vuelta a su esencia de relato fantástico para niños con la capacidad para asombrar renovada. Con 'Vaiana’ ('Moana') regresa a la fórmula de princesa que le consolidó en los noventa, por fin, encontrando una vitaminada combinación de sus señas de identidad de siempre, con una propuesta visual y técnica apabullante.
La nueva aventura del estudio recupera también sus canciones. Después de la onda expansiva del gran tema ‘Let it go’, proponen nuevas propuestas y variaciones de sus usuales acompañamientos musicales con un factor de nostalgia, de valor clásico que sabe a revancha. Quedan lejos los momentos en los que la revolución del cine de animación trató de dinamitar el pasado con ‘Shrek’ (2001), a modo de chanza, de burla al modelo que precisamente hoy vuelve a ser el primer plato.
Ahora que la mitad de los entretenimientos de consumo masivo llevan su sello, Universos Star Wars y Marvel por delante, el monstruo, por fin, ha tomado aire y sacado pecho. Este es su cine de animación. Lejos de cinismos, de bromas demasiado dirigidas a los padres que llevan a sus hijos. Vuelven a sus narraciones por medio de números musicales y la pureza de sentimientos. Vuelven a crear su propio sistema métrico para autoevaluarse.
'Vaiana', aventuras mitológicas
Y como tal, juzgando por partes, las canciones no son demasiado especiales, resuelven de forma emocionante algunos pasajes y funcionan mejor cuando recuperan el sonido de las raíces polinesias del espectáculo. Resultan graciosas algunas de sus letras, pero el tema principal no deja de ser un descafeinado intento de repetir la catarsis emocional de la reina de las nieves. Afortunadamente, acompaña una imaginería visual que quita el aliento, una visión mística de las islas del pacífico que alcanza lo sublime.
La estructura de cine de aventura fantástica clásica, como aquellas películas de Simbad y mitología griega con sello Harryhausen, es deliciosa, y si bien recuerda en ocasiones a la imponente y reciente ‘Kubo y las dos cuerdas mágicas’ (2016), busca su espacio en la sorprendente limitación de localización minimalista, durante la mayor parte del metraje, a una balsa, como si fuera una versión para niños de ‘Waterworld’ (1995), en la que también aparecen piratas postapocalípticos sacados de una película de Miyazaki.
Lo que mejor funciona en ‘Vaiana’ son sus momentos de exploración de la cultura, mitos, y folklore de los mares del sur, y las propias desviaciones sobre el modelo Disney. Dentro de su esquema “princesa que se rebela contra su familia y se descubre a sí misma”, la ausencia de romance innecesario, la limitación del recurso cómico, la reivindicación de la mujer autosuficiente como figura ejemplar, son variaciones necesarias del dogma, que se autoreivindica con éxito desde la supremacía.
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