A estas alturas Pixar no sólo es el estudio de animación más importante del mundo (con permiso de los japoneses, claro está), y la empresa que salvó a la Disney de desaparecer, que se dice pronto. Sobre todo representa una garantía para el espectador: la de ir al cine y obtener ese lujo, o casi milagro, que es una buena película. Cuando el pasado mayo ‘Up’ era la encargada de abrir el Festival de Cannes (el acontecimiento cinematográfico más importante del planeta) obtenía la certificación de que Lasseter y sus muchachos habían derribado todos los prejuicios contra la animación.
El hecho era de mayor calado que cuando ‘Shrek’ fue presentada, con grandes alabanzas, en ese festival ocho años antes. Pixar, con su décimo largometraje, es algo así como la Arcadia soñada. Un grupo de animadores superdotados, que trabajan en equipo con total armonía, que suelen superar su anterior hazaña narrativa y que encandilan al público y crítica de todo el mundo. ‘Up’ es una joya, pero quizá también evidencie que estos grandes cineastas han alcanzado su techo, y la incógnita es si lograrán romperlo, pues su poderío también conlleva una debilidad.
Con ‘Toy Story’ practicaron el primer borrador de aventura animada total, con lógicas redundancias disneyanas, pero con un ingenio y una libertad que los herederos del gran Walt sólo han demostrado en su trayectoria en poquísimas ocasiones. Nacía un estilo nuevo de hacer películas, no sólo en cuanto a su proceso informático, sino en cuanto a la textura de la historia, al dinamismo narrativo. Este estilo se vio confirmado por la secuela de esa película y por ‘Bichos’. Pixar se asentaba con fuerza e inteligencia, y comenzaba a allanar el camino para futuros asombros.
Y llegaron, vaya si llegaron, con esa trilogía alucinante compuesta por ‘Monstruos S.A.’, ‘Buscando a Nemo’ y ‘Los increíbles’, tres aventuras muy distintas entre sí, que empequeñecían los grandes logros de las tres primeras a base de puro genio, de imaginación arrolladora, de guiones que se acercaban a la perfección. Con los personajes de Marlin y Bob Parr/Mr. Increíble, eran capaces, además, de construir caracteres de gran complejidad emocional y psicológica, con rotundidad pero también con sutileza.
Y tras el breve bajón de ‘Cars’ y 'Ratatouille' llegan dos películas arriesgadísimas y que comparten una estructura similar, además de un subrepticio mensaje ecológico y un arranque inolvidable.
Un relato itinerante
En esta ocasión el tono es abiertamente melodramático, además de construir un relato de itinerario que recuerda a la belleza sentimental de ‘Una historia verdadera’ (Lynch, 1999), pero esta vez con un anciano que nos trae reminiscencias poderosas de Spencer Tracy (en las dos últimas películas Pixar hay muchos homenajes al cine clásico estadounidense), un anciano que respira vida en cada plano, y con ideas cuadriculadas (además de aspecto cuadradado) que compartirá una aventura de destino impredecible con un crío rechoncho y adaptable (de aspecto redondo).
El guión, una vez más, raya en la perfección absoluta, y la puesta en escena está cuidada hasta el mínimo detalle, de modo que todo funciona con la exactitud de un reloj suizo. Cuando debemos reirnos nos reímos con ganas (sobre todo a través del perro Doug, lo más divertido de la película) con secuencias como el intento de Carl de deshacerse de sendos animales, y cuando hay que emocionarse bajamos todas las defensas y nos entregamos al arte del buen llorar, cargando quizá demasiado las tintas en el sentimentalismo. Nada falta y nada sobra en ‘Up’, una pieza de artesanía total.
Pero no sólo eso. El director y sus colaboradores saben apretar bien las tuercas y lanzarnos hacia un climax de acción y aventuras al alcance de muy pocos cineastas. Una vez Carl encuentra a su héroe (cuya relación no será todo lo cordial que esperaba…), la película nos regala varias secuencias de gran intensidad, y de portentosa pericia en la planificación y el montaje, auténticos subidones de adrenalina, con un ritmazo que no decae en ningún momento, sino que sube más y más arriba, hasta dejarnos exhaustos.
Sin embargo, y tal como ocurría en ‘Wall-E’, una desagradable certeza surge de las imágenes de esta gran película. Y es el fondo conservador y la conclusión conciliadora de una película que podría llegar todavía más lejos en la verdad de su historia, si fuera capaz de deshacerse de los condicionantes Disney, si pudiera cuajar un largometraje solucionado enteramente como los primeros minutos (sublimes) de ambas películas. Lo malo es que, si tenemos en cuenta lo carísimo que resulta llevar a cabo estas películas, al menos hay que asegurarse de seguir llegando a todo el público posible. De modo que podemos ser pesimistas en ese sentido.
Parece que Pixar ha alcanzado su techo: el equilibrio entre la calidad y la comercialidad, y no parece probable que puedan aumentar la primera sin arriesgar la segunda. Eso sí, que les quiten lo bailao. Ya son una leyenda.