El cine de iniciación sigue siendo un subgénero vivo que recorre temporadas de premios, con la estupenda ‘Belfast’ llevándose unos cuantos este año, no va a ser difícil encontrarse con alguno de vez en cuando y ‘El universo de Óliver’ no es el primer ejemplo de una utilización de la fantasía como bálsamo de la descripción de una realidad gris vista a través de los ojos de un niño, en este caso no es la Irlanda de los troubles, sino la Algeciras de los 80.
El debut de Alexis Morante no tiene tanto que ver con la obra de Kenneth Branagh, pese a que toque resortes de nostalgia similares describiendo un mundo agresivo con la imaginación como vía de escape, como con la ya no tan reciente tendencia a encajar la vía de Amblin en diferentes latitudes y recuerdos, con lo que tenemos una inevitable pandilla con niño gordo, hermano pequeño, gafotas y niña sin escrúpulos de jugar con chicos y, por supuesto, bicicletas.
Es curioso que se opte la óptica de ‘E.T.’(1982) —aunque se parezca muchísimo más a otros coming of age con cohetes como la extraordinaria ‘La fuerza de la ilusión’ (1992) u ‘October Sky’(1999)— para contar una historia en la costa del campo de Gibraltar, evitando la mirada imborrable de Mercero, pero la tendencia sigue al filo de la fecha de caducidad con el éxito de ‘Stranger Things’ y de ‘It’ (2017-2019), de la que no por casualidad habrá precuela en forma de serie de televisión. En España la tendencia no es ajena y se ha trasladado de forma catastrófica a dos series que eligen los 90 como opción nostálgica.
Fantasía bienintencionada
La película de Morante viaja hasta 1985 para contar la historia de Óliver, un niño con una gran imaginación que llega con su familia a Algeciras cuando está a punto de pasar el Cometa Halley. Con problemas en el nuevo colegio, en el barrio y en casa, encuentra consuelo en su abuelo, quien le anima a ayudarle a interpretar el mensaje del cometa y a conseguir viajar al espacio en el momento del fenómeno astrológico. Esto sirve como una cuenta atrás en el largometraje, que logra sincronizar las diferentes subtramas hacia un mismo punto.
La principal y más importante es la del problema de base en la familia de Óliver, su padre, un pícaro clásico español cuyas andanzas con el juego y sus deudas le acercan al Gran Vázquez. Su pelea interna tiene también un problema de base con su padre, que es donde reside el corazón oculto de la película, de tal forma que el viaje del niño tiene las claves para resolver el conflicto paternal de una generación por encima. Es en los momentos en los que seguimos a Miguel cuando la película toma cuerpo y justifica el mucho más convencional enfoque de los chavales.
La magia que conoce Oliver tira de clichés un poco revenidos, con esa niña gitana que tiene bichos mágicos o la idea de la fantasía como parte de la imaginación del niño, nunca bien desarrollada, mezclando sueños lúcidos con desvanecimientos, y una inclusión de elementos de género de forma casi obligada. Las ideas con la pandilla no van más allá de replicar lo visto en tantas otras, pero no tiene la chispa del ‘Cuento de Navidad’ (2006) de Paco Plaza, que sigue siendo pionera de este tipo de historias en la España de los 80.
Nostalgia de los 80 de marca blanca
Como en ‘Érase una vez en Euskadi’ hace en el País Vasco, ‘El Universo de Óliver’ describe muy bien la zona del sur de España y sus problemas, el racismo frente a los gitanos que tratan de integrarse, los primeros azotes del contrabando y la lacra del paro en un país recién salido de una dictadura que se encuentra que los problemas económicos siguen ahí. De nuevo, cuando mejor funciona la película es cuando integra ese escenario con la lucha de los personajes de María León y Salva Reina, un drama social bien construido aunque no se resuelva de forma satisfactoria.
El filo de lo ambiguo tiende a lo terrenal y ‘El universo de Óliver’ nos ahorra una carambola de coincidencias paranormales y siempre que hay alguna resolución de Hollywood acercándose toma decisiones más tibias, algunas veces con fortuna, como la resolución del partido con los gitanos, y su concordia sin melaza y otras con menos, como el momento prácticamente de anuncio de la Lotería de Navidad en el que se decide la redención de Miguel.
‘El universo de Óliver’ tiene encanto y una presencia visual sólida y competitiva, pero confunde el sentimentalismo con el azucarillo y acaba abusando de la banda sonora a granel de película de fantasía ochentera, tan monocorde y repetitiva que acaba arrebatando la emoción a los momentos que realmente se lo han ganado, ya que suena igual una persecución que un encuentro climático con el abuelo. Una lección a considerar, ya que no es algo menor sino un bache que convierte lo que podría haber sido una buena película en un simpático intento con bocetos de un cine diferente para España.
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