La ciencia-ficción que no pone apenas acento en los efectos especiales o intenta que estos sean lo más naturalistas posible conforma una larga tradición del género, desde 'La naranja mecánica' a 'Doce monos', pasando por 'Primer'. Estrecheces presupuestarias o decisión estética: todas estas películas suelen poner el acento en el concepto, el mensaje. Al fin y al cabo, la ciencia-ficción es conocida también como "el género de las ideas", no "el género de los cromas."
Alexander Payne se acerca a esa variante que podríamos calificar como diametralmente opuesta a las ostentosas y periódicas space-operas con las que nos deslumbra periódicamente Hollywood, y usa la historia de un descubrimiento científico que puede reducir a las personas al tamaño de Airgamboys para lanzar unas cuantas reflexiones sobre la naturaleza de la humanidad, las miserias de la clase media y muchas otras cuestiones. Tantas, de hecho, que Payne parece uno de sus personajes, abrumados por las posibilidades del cambio de tamaño, y también se deja atosigar por la gran cantidad de discursos que tiene a su disposición.
En 'Una vida a lo grande', Payne cuenta (con la ayuda de su coguionista y colaborador frecuente Jim Taylor, aunque no coincidían desde 'Entre copas') cómo la invención de un suero que reduce extraordinariamente y de forma irreversible el tamaño de quien accede a inyectárselo cambia el mundo para siempre. Un matrimonio formado por Matt Damon y Kristen Wiig decide adentrarse en el mundo de los "pequeños", atraídos por la extraordinaria fortuna que (proporcional y automáticamente) poseen todas las personas reducidas.
Es solo el punto de partida de la película, que pronto da un par de giros de guion hacia un entorno psicológicamente hostil (pero no de otro tipo: esto no es 'El increíble hombre menguante'), aunque antes de eso, 'Una vida a lo grande' ha coqueteado con la sátira de la sociedad de consumo. La razón oficial por la que los reducidos cambian de vida es combatir el desastre climático; la realidad, que se convierten en millonarios. Payne lo refleja en la secuencia más abiertamente cómica de la película, con unos Neil Patrick Harris y Laura Dern convertidos en Ken y Barbie casi literales.
Sin embargo, cuando el personaje de Matt Damon se encuentra solo en el mundo reducido, el tono se vuelve, si no más grave, sí más reflexivo. Sigue habiendo comedia, a cargo de dos personajes deliciosos interpretados con cargante maestría por Christoph Waltz y Udo Kier, pícaros que están aprovechando las egoístas ambiciones de los nuevos ricos del tamaño de una ardilla para hacer fortuna. Pero se introducen temas paralelos a partir de la aparición de una inmigrante coreana (que llegó a Estados Unidos oculta en la caja de un televisor) interpretada con enorme aplomo por Hong Chau. Básicamente, que la riqueza genera desigualdades y que las utopías son, por definición, imposibles.
Encadenada al mensaje
De la mano del personaje asiático la película entra en una zona dubitativa, en la que abre demasiados frentes como para resultar efectiva, pero también que le otorga genuina originalidad. De hecho, uno de los principales entretenimientos a posteriori para el espectador es imaginar películas alternativas con los mismos elementos de 'Una vida a lo grande': una aventura de acción en una versión reducida de los Fiordos; una comedia romántica en chabolas diminutas; un retrato de la hilarante relación entre el estafador y su asistenta; o, en fin, lo que parece que va a ser al principio: una sátira anticapitalista con gente que cabe en un bolsillo.
'Una vida a lo grande' no es nada de eso, y es un poco todo, sin centrarse en ningún género, sin derivar el tono más allá del de un drama levísimo con toques de comedia amarga -y resortes argumentales de ciencia-ficción, claro-. Mucho menos compacta que 'Los descendientes' o 'Nebraska', posiblemente condenada dada su apariencia ligera a un eterno puesto de obra menor dentro de la filmografía de Payne, 'Una vida a lo grande' da gracias a esa segunda mitad desconcertante e irregular un paso en una dirección más arriesgada.
Dejando de lado la sátira política que Payne ensayó de forma mucho más agresiva en la ya lejana 'Election', el director opta por dotar de humanidad a sus personajes, pero sin perder el caracter suavemente irónico. Y ese es el gran triunfo de 'Una vida a lo grande': no necesita plantear la terrible incomunicación generacional de 'Nebraska' o 'Los descendientes' para describir conflictos humanos o plantear situaciones empáticas... en el contexto de una historia de gente reducida de tamaño.
Payne deja claro, en último término, un mensaje esperanzador (aunque, de nuevo, con códigos que flirtean, sin entrar en ello, con otro resorte narrativo: el de los dramas post-apocalípticos). Parece decir que da igual el tamaño, vamos a heredar miserias sociales pero también la grandeza moral que nos acaba convirtiendo en humanos. Y ahí es donde Payne se revela ciertamente innovador: decíamos que la elección de la ciencia-ficción sin efectos mayestáticos era todo un riesgo en estos tiempos de devoción al CGI hiperexpresivo.
Pues hay más: puede que la segunda mitad de la película sea menos concisa, más dubitativa que el tramo inicial, pero resulta reconfortante que a estas alturas, haya alguien con la suficiente fe en el género humano como para rubricar una feel good movie tan franca, ingenua y optimista como esta. Tendrá sus baches, pero desde luego es algo de lo que 'Una vida a lo grande' puede sentirse orgullosa.
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