'Una serie de catastróficas desdichas' conserva todas sus oscuras y macabras virtudes en su segunda temporada

'Una serie de catastróficas desdichas' conserva todas sus oscuras y macabras virtudes en su segunda temporada

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'Una serie de catastróficas desdichas' conserva todas sus oscuras y macabras virtudes en su segunda temporada

Pocas veces aquello de "si no está roto no lo arregles" encaja mejor que para una serie como 'Una serie de catastróficas desdichas'. Más allá del obvio "no gafemos lo que funciona bien", la sentencia encaja a su vez con la mecánica exacta, el humor afinadísimo, casi matemático, y la estética pulcra y estudiada donde nada falta ni sobra. Todo ello estaba en las proporciones justas en la primera temporada, y el espectador puede respirar aliviado: la alquimia se replica en la segunda.

Absolutamente todo lo que hacía grande a la primera temporada está aquí de nuevo. Desde el humor negrísimo, cruel hasta extremos que el espectador puede pasar por alto (camuflado de tópicos de novela infantil de aventuras o a golpe de caricatura) hasta las demoledoras caracterizaciones de un Neil Patrick Harris perfecto, pasando el rosario de secundarios estrafalarios y la ruptura constante de una cuarta pared ya prácticamente inexistente.

La serie sigue narrando las tenebrosas peripecias de los huérfanos Baudelaire, cuyos padres murieron en un misterioso incendio y cuya sustanciosa herencia les quiere arrebatar el Conde Olaf, maestro (relativamente) del disfraz. Entre niños que se comportan como adultos y adultos que se comportan como niñatos, la trama les sigue de casa de acogida en casa de acogida, siempre bajo la terrible sombra de Olaf.

Bajo ese esquema, la serie se permite levisimas novedades, como la aparicion de los mellizos (antes trillizos, algo de lo que la serie hará burla continuamente) Quagmire o el papel cada vez mas importante de Jacques Snicket (un grandioso Nathan Fillion, que entre su papel aquí y el de 'Santa Clarita Diet' está empezando a ser garantía de humor negro a la enésima potencia). Gracias a éste último y todo lo que conlleva su personaje se irán conociendo detalles acerca de los padres de los Baudelaire, cuya implicación en una mortadeliana trama de espionaje cada vez es mas evidente.

Es cierto que esta nueva temporada no tiene esa cualidad deprimente y abstracta del arranque de las desventuras de los protagonistas: aquel tono ominoso del oscurísimo primer encuentro de los tres niños y Olaf ya no está presente, pero es inevitable. La atmósfera de farsa macabra se acentúa aquí porque el misterio ya no existe: tanto los Badeulaire como el espectador conocen las intenciones de Olaf, así que se incide en que las tramas sean cada vez mas demenciales.

Horribles, angustiosas, pesadillescas y maravillosas desdichas

La serie tiene la fortuna de contar con dos férreas manos autorales. Por un lado, la de Barry Sonnenfeld, director de la mayoría de los episodios y productor ejecutivo de la serie, centrado en que la serie no se desvíe más de la cuenta de los extraordinarios libros originales de Lemony Snicket. Por otra parte, el propio Snicket, es decir, Daniel Handler, también productor ejecutivo y guionista de todos los capítulos.

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Juntos han conseguido difuminar la fina línea que separa lo mórbido de lo atractivo, lo humorístico de lo terrible: la esencia, en definitiva, del humor negro, y cuyos vericuetos Sonnenfeld ya diseccionó en las dos películas de la Familia Addams (especialmente la segunda, una de las mejores comedias de los noventa). La serie consigue mantener así ese equilibrio tan complejo entre la aparente ligereza argumental y el férreo aparataje estetico, quizá uno de los mas estudiados y complejos de las series actuales.

'Una serie de catastróficas desdichas' evoluciona en nuevas direcciones argumentales (con hallazgos tan espectaculares como la trama en el hospital o la cada vez más tronchante guerra entre los minions de Olaf y los espías de tercera categoría), pero siendo perfectamente reconocible como un todo. Independientemente del gusto de cada espectador (el esquivo sentido del humor, a veces digno de un forense, o el jugueteo indiscriminado con el absurdo, pueden no ser para todos), una cosa es indiscutible: ser concebida con un principio y un final (Harris ya ha dicho que la tercera temporada será la última) le beneficia en lo que respecta a tono y tensión narrativa.

Y en estos tiempos de series alargadas hasta lo indecente o generadoras de decenas de spin-offs, esa voluntad de contar una historia específica, concreta y estudiada a fondo como esta, hasta el más mínimo detalle, es un auténtico lujo.

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