Las nuevas versiones de películas preexistentes no son algo que se le ocurriera a algún ejecutivo del Hollywood moderno para sacar dinero de cualquier sitio, sino que es una práctica que tiene una larga y variopinta tradición, aunque también es cierto que en su momento lo más usual no eran remakes propiamente dichos, sino que la tendencia dominante era la de volver a adaptar novelas u obras de teatro de éxito. El problema es que los últimos tiempos se ha unido a ello un aluvión de secuelas, reboots, spin-offs y demás fórmulas encaminadas a no correr riesgos con historias más o menos novedades –a día de hoy es prácticamente imposible innovar dentro de los cánones de la narrativa convencional- y eso está provocando un claro desgaste en el interés de algunos espectadores.
La otra cara de la moneda es que ahora un simple capricho de un alto ejecutivo de Hollywood no es suficiente para que un remake se materialice, ya que se rumorean tantos que muchos acaban descartados con gran facilidad. Sin embargo, el caso de ‘Un plan perfecto’ (‘Gambit’, Michael Hoffman, 2012) es bastante singular, ya que el primer intento de actualizar ‘Ladrona de por amor’ (‘Gambit’, Ronald Neame, 1996 1966) se remonta al año 1997, estando previsto que fuera Aaron Sorkin quien adaptara el guión original de Sidney Carroll, Alvin Sargent y Jack Davies, pero el proyecto no prosperó. Nunca sabremos cómo habría sido la película escrita por Sorkin, pero sospecho que sería bastante mejor que la anodina, engañosa y prescindible comedia que ha acabado siendo ‘Un plan perfecto’.
Los recuerdos que guardo de ‘Ladrona de amor’ son demasiado difusos –la vi cuanto ni siquiera era un adolescente y nunca he repetido visionado- como para establecer una comparación suficientemente fundada entre ella y su nueva versión, pero lo que sí es evidente es que Joel y Ethan Coen han alterado todo lo que han querido el libreto original y la jugada no les ha salido demasiado bien. No me gustaría calificar su esfuerzo en ‘Un plan perfecto’ como el propio de unos mercenarios, pero es la sensación que me quedó viéndola, ya que el presunto ingenio de sus diálogos se supedita a una discreta sátira de los modales ingleses por la confrontación de la que son objeto por la introducción de la pueblerina americana interpretada por una Cameron Diaz que lo único que aporta a la función es un acento resultón. Ya es más de lo habitual, eso sí.
Resulta curioso que una película que ni siquiera llega a los 90 minutos de metraje –lo habitual en los tiempos que corren es que se ronden las dos horas- tenga que echar mano de una extensa introducción en la que se cuenta al espectador cómo tendría lugar la estafa planeada por el personaje de Colin Firth si todo saliera a la perfección. Aún más desconcertante es que sea, junto a los inspirados títulos de crédito iniciales en la línea de los utilizados por ‘La pantera rosa’ (‘Pink Panther’, Blake Edwards, 1963) y sus secuelas, la parte más conseguida de ‘Un plan perfecto’, ya que la acción avanza con fluidez y sin atropellos, mientras que el barniz cómico de la misma, pese a ciertos excesos –Alan Rickman desnudo en su despacho para incidir así en la personalidad de su personaje-, funciona con precisión casi milimétrica. Son unos 5-10 minutos en los que ‘Un plan perfecto’ nos muestra su capacidad para ser una elegante comedia de estafadores con un gran reparto –sí, está por ahí Cameron Diaz, pero su importancia es anecdótica, ya que ni tan siquiera pronuncia una sola línea de diálogo-, pero la película no tarda en mostrar sus debilidades cuando su realidad se adueña de la función.
Imagino que más de un cinéfilo recordará ‘El robo más grande jamás contado’ (id., 2002), una simpática comedia de Daniel Monzón que giraba alrededor de un descabellado plan para robar el Guernica de Picasso del Museo Reina Sofía de Madrid. La mención a esta película no es gratuita –el título de esta reseña ya era una pista bastante grande al respecto-, pues me acorde bastante de ella mientras veía ‘Un plan perfecto’, perdiendo por mucho la segunda la imaginaria batalla artística entre ambas producciones. En ambos casos se incide mucho en el costumbrismo local, pero donde Monzón resultaba agudo y divertido, Michael Hoffman no sabe muy bien qué tono es el más adecuado para el relato y deja que la acumulación de desgracias para el protagonista funcione como único hilo conductor de la acción. Su confianza en el guión es tal que opta por una puesta en escena invisible que sólo sirve para que el despropósito propuesto por los Coen resulte aún más evidente. Poco importa que se recurran a momentos que coquetean peligrosamente con lo absurdo –Colin Firth en calzoncillos en la fachada de un edificio, la aparición del león, etc.-, ya que no se muestra interés alguno en dar congruencia al conjunto, algo que alcanza su máxima expresión en el tramo final de la película, donde se apuesta por un giro tramposo que aniquila cualquier paciencia que pudiera quedarle al espectador.
Otro de los grandes pecados de ‘Un plan perfecto’ es desaprovechar un reparto muy prometedor, ya que ni siquiera necesito saber el argumento de una película para querer verla si en ella podré ver a Colin Firth, Alan Rickman y Stanley Tucci –aunque este último está empezando a perder crédito después de ‘Jack el caza gigantes’ (‘Jack the giant slayer’, Bryan Singer, 2013) y la cinta que ahora nos ocupa-. El problema es que ninguno de ellos cuenta con un personaje que les permita lucirse, ya que el primero se limita a cumplir el expediente ofreciendo una visión paródica del típico gentleman inglés que ha interpretado en infinidad de ocasiones, el segundo da rienda suelta a los excesos para interpretar al jefe del primero y el que peor parado sale es Tucci, ya que da vida a un personaje excesivamente cartoonesco que no encaja nada bien en el tono de la película.
Siempre he sentido una gran debilidad por aquellas películas que muestran el planteamiento y la ejecución de un timo o robo, pero precisamente por ello he visto tantas que una tomadura de pelo como ‘Un plan perfecto’ no va a conseguir engañarme por el simple hecho de tener un buen reparto sobre el papel y el caché adicional que da el tener un guión de los hermanos Coen. Si una película no se sostiene por ninguna parte, va a la deriva y te engaña sin piedad, va a ser que el auténtico timo es con el que han conseguido que malgastemos nuestro tiempo viéndola.
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