Con pocas jornadas de diferencia, nos llegaban hace unos días dos apuestas que, saldándose con resultados bien diferentes, siguen dejando claro que el momento que el mundo del cómic está viviendo en la actualidad de cara a su traslación al mundo de las imágenes en movimiento es de tal envergadura que da la sensación de que, en cualquier instante, estallará como la burbuja inmobiliaria y al público dejarán de interesarle tantísimas adaptaciones de tebeos para la gran y la pequeña pantalla.
Dichas apuestas eran, de una parte, la horrenda puesta en escena del enfrentamiento entre los dos iconos más reconocibles del universo DC y, de la otra, la segunda temporada que la cada vez más influyente Netflix estrenaba sobre las aventuras de Matt Murdock y su alter ego; un Daredevil que con estos nuevos 13 episodios ha vuelto a demostrar, como ya hiciera con su espectacular primera entrega que, para empezar, el lamentable espectáculo al que asistimos en los cines allá por 2003 no era, ni mucho menos, el héroe de Hell's Kitchen que merecíamos ver.
En el salón mejor que en el cine
De acuerdo, comparar 13 o 26 horas —dependiendo si consideramos la primera temporada aislada o en conjunción con la segunda— con las menos de dos en las que se desarrollaba el filme de Mark Steven Johnson es completamente injusto cuando, si algo permite el formato televisivo, es ahondar a placer en lo que le venga en gana sin tener que ajustarse a la mayor velocidad con que han de exponerse los hechos en una producción cinematográfica.
Ahora bien, asumiendo el desnivel en lo que a duración respecta, no podemos pasar por alto la existencia de notorias diferencias que, en términos narrativos, de premisas de partida, de tratamiento de personajes y de concreción de la acción, sitúan a la producción de Netflix a muchas millas de distancia de lo esperpéntico y por momentos infumable que era la cinta protagonizada por Ben Affleck y Jennifer Garner.
Y ya que los hemos nombrado, comencemos por ellos, por unos personajes que en la película de hace trece años eran caricaturas mal dibujadas de sus contrapartidas aviñetadas y que, en la reinterpretación apadrinada por Steven S. DeKnight —el showrunner de la primera temporada de la serie— y Drew Goddard encuentran un mayor y más preciso ajuste a lo que las mejores versiones de Daredevil y Elektra han sabido ofrecer de mano de los mejores guionistas que han pasado por la cabecera de Marvel.
Ya en su momento, la elección de Affleck como Matt Murdock fue muy criticada incluso antes de poder asistir al despliegue de nadería que el actor —que mucho ha madurado desde entonces como se puede observar en su Batman...lo mejor de la cinta de Snyder— ponía en pie tanto en lo que concernía al abogado ciego como en lo que se refería al hombre sin miedo. Unas críticas que, a la hora de hablar de Charlie Cox, se han tornado en sinceras alabanzas hacia el magnífico trabajo del intérprete inglés.
Estemos hablando del abogado al que da vida Cox, lo hagamos del héroe que defiende las calles del característico barrio neoyorquino, o nos refiramos a la ambigua villana a la que han dado vida la ex de Affleck y Elodie Yu, lo que es evidente desde mucha distancia, es que la credibilidad que la serie televisiva ha aportado a los personajes es un matiz que Steven Johnson —recordemos, irresponsable de ese otro lamentable filme que fue 'Ghost Rider. El motorista fantasma' ('Ghost Rider', 2007)— prefirió omitir por completo en su acercamiento a los mismos.
Un acercamiento que, obviamente, no ceñía su pobreza a Daredevil y Elektra, sino que rampaba a sus anchas en los secundarios que encarnaban Jon Favreau, Joe Pantoliano o Michael Clarke Duncan. Y si el recuerdo de los dos primeros queda borrado de forma inmediata en cuanto uno ve lo que Elden Henson y Vondie Curtis-Hall dan de sí en la primera temporada de 'Daredevil' (id, 2015- ), si de quien hemos de hablar es del Wilson Fisk de Vincent D'Onofrio, entonces la brecha abierta por la serie se convierte en abismo insondable.
Porque, seamos francos, si grande es lo que Cox y sus compañeros llevan a cabo —y no debemos olvidar a Deborah Ann Woll como una magnífica Karen Page— lo que D'Onofrio pone en pie con Kingpin es de una entidad que comienza a escapar a cualquier tipo de calificativos, logrando el actor al que conocimos hace treinta años de manos de Stanley Kubrick, construir un villano carismático a manos llenas que, al mismo tiempo que nos aterroriza con sus acciones, es capaz de conmovernos y de provocar un fuerte sentimiento de compasión.
Menos siempre es más
Relegando a un segundo plano a esas entidades sin importancia que son los personajes —ya me diréis vosotros qué opináis del payaso que resultaba ser Bullseye— la apuesta de 'Daredevil' (id, 2003) volcaba todos sus esfuerzos en intentar epatar al respetable con sus secuencias de acción. Unas secuencias de las que es imposible borrar, por mucho que uno quiera, al Daredevil digital de la confrontación en la iglesia con el personaje de Colin Farrell y, por supuesto, esa absurda pelea callejera en la que Affleck y Garner intercambiaban golpes en un parque infantil.
Afortunadamente, 'Daredevil', la serie, no escoge ese camino y, apoyándose sobremanera en sus personajes, en cultivarlos y hacerlos cercanos, creíbles y tridimensionales —insisto en lo de Kingpin, muy grande— relega la acción propiamente dicha en su primera temporada a instantes seleccionados con impresionante criterio entre los que destaca la pelea en el pasillo que evoca a similares secuencias de 'Oldboy' ('Oldeuboi', Park Chan-wook, 2003) o de 'Redada asesina' ('Serbuan Maut', Gareth Evans, 2011).
Variando ostensiblemente lo que se dedica a los combates en su segunda temporada —en la que hay tortas desde el primer hasta el último episodio, aunque casi siempre fundamentadas, todo hay que decirlo—, incluso su mayor presencia en lo que se estrenaba el día 18 de este mes no resta protagonismo a seguir indagando en los protagonistas, en sus motivaciones —atención a lo que se hace con Karen en la segunda tanda de episodios, impresionante— y, en definitiva, en lo que hace que Daredevil sea Daredevil.
Otro tono es posible en el UMC
De hecho, es la aparición de Frank Castle —asombroso Jon Bernthal— en el arranque de la segunda temporada y lo que el Castigador implica en la doble vida de Matt/Daredevil, el catalizador que mejor define los intereses de la serie para trazar la fina línea que separa al héroe del vigilante. Una línea desdibujada en no pocas ocasiones por las grandes superproducciones del Universo Marvel Cinematográfico que sirve a 'Daredevil' para marcar un tono completamente diferente al que podemos ver en las traslaciones a la gran pantalla de las viñetas de La Casa de las Ideas.
Separado éste por completo del talante grave y serio de las cintas de DC —un talante que, como se ha podido comprobar en las dos producciones firmadas por Snyder, no funciona—, la decidida apuesta de Marvel por que sus filmes sean percibidos como un cómic en movimiento y atiendan a la levedad que siempre se le achaca a la disciplina artística en su vertiente superheróica, no encuentra reflejo en una serie que marca un discurrir bien distinto de lo que hemos podido ver en cualquiera de las cintas protagonizadas por algunos de los Vengadores.
'Daredevil', la serie', es oscura, violenta, adulta y nada complaciente, trata sobre asuntos mucho más cercanos —al menos en su primera temporada, la segunda toma en parte por derroteros algo más fantásticos— que se apartan de la "ligereza" de una gente con poderes tratando de salvar al mundo de una amenaza imposible y, en ese esfuerzo, logra establecerse como un paradigma que establece puentes entre el diferente enfoque que Disney y Warner han pretendido dar a sus respectivos cosmos en la gran pantalla.
Sin renunciar al humor, por muy diferente que este sea de los chistes y las puyas asociadas a Tony Stark, y entendiendo la "seriedad" como hay que entederla, el discurso de 'Daredevil' genera un modelo que no sería extraño comenzar a ver en todas esas numerosas adaptaciones de series de tebeos que todavía nos tendrán que llegar por parte de las dos majors —y de otras muchas productoras, por supuesto— en los años por venir. Mientras se haga con el buen criterio que hemos visto en Netflix, las pegas serán mínimas...o inexistentes.
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