Solo necesitamos veinte segundos de coraje irracional. Y te lo prometo, el resultado es algo magnífico.(Benjamin Mee)
Frases como la de arriba, dichas y repetidas con aire solemne, son parte del problema de ‘Un lugar para soñar’ (‘We Bought a Zoo’), el último trabajo de Cameron Crowe, un cargante vídeo de autoayuda de dos horas que pretende solucionar todos los problemas del ser humano con luz solar y buen humor. Y veinte segundos de locura de vez en cuando, para conseguir chicas es un método ideal (fans de Rooney Mara, apuntaos el consejo). Recuerdo que cuando fui a ver la película, hace ya un par de semanas, escuché notables reacciones de sorpresa cuando en los créditos finales hacen eso tan típico de las historias basadas en hechos reales, que es aclarar al espectador el destino o la situación actual de los auténticos protagonistas. La pregunta se extendió por toda la sala, más o menos formulada de la misma manera: ¿ESTO ha pasado de verdad? Bueno, no exactamente, Matt Damon sigue felizmente casado y no ha comprado el bonito zoo donde trabaja Scarlett Johansson en sus ratos libres. Pero sí, un tal Benjamin Mee se trasladó con su familia (mujer, hijos, hermano y madre) a un enorme terreno con doscientos animales que iban a ser sacrificados si nadie se hacía cargo de ellos. Eso es cierto.
Lo que cuenta ‘Un lugar para soñar’ no parece cierto en absoluto. Y es lo que importa, que la ficción parezca verdad. Sin embargo se percibe forzada, falsa, empujada con torpeza en una dirección: conmover al público de la manera más directa e inmediata posible. La graciosa versión infantil de Carla Gugino y el débil tigre moribundo son algunas de las toscas herramientas. La guionista Aline Brosh McKenna (‘El diablo viste de Prada’, ‘Morning Glory’) y el director (también coautor del guion) parecen caer en el error habitual de dar por sentado que al incluir un letrero de “basado en hechos reales” te cubres las espaldas, que el espectador va a asimilar las situaciones que le plantees sin oponer resistencia. Pero la fuente de la que bebe el guion solo debería ser un dato curioso, o una información para el que desee extender su conocimiento sobre la historia narrada. Nunca un comodín con el que justificar lo inverosímil. Que una película basada o inspirada en hechos auténticos resulte increíble es de lo más fácil, y por desgracia muy común; solo hay que exagerar las situaciones para hacerlas más dramáticas o más cómicas (forzar lo natural), simplificar las rutinas y los personajes, dulcificarlo todo y añadir algunos consejos vitales como los que vienen en los sobres de azúcar de las cafeterías (“quien lucha por sus sueños ya ha triunfado”, y toda esa basura). ‘Un lugar para soñar’ cae con torpeza en todos esos errores y algunos más.
Normalmente, y el que me lee a menudo lo sabe, no me interesa la historia de una película, no me gusta leer las sinopsis y suelo desviar la mirada de la pantalla cuando proyectan en cines los avances de próximos estrenos. Me interesa saber quién es el director, el guionista, los actores… los que han puesto su esfuerzo y su talento, pero no de qué va la película que han hecho, porque a menudo esa información crea expectativas que pueden ser perjudiciales para la experiencia del (primer) visionado. En numerosas ocasiones he comprobado que la principal razón que tiene la gente para no querer ver una película es el rechazo que les ha provocado el tráiler y/o el argumento (quién dirige parece ser un detalle irrelevante). En el caso que nos ocupa, ya sabía más o menos cuando me senté en la butaca qué tipo de historia iba a ver, había visto el tráiler, y aunque no esperaba nada maravilloso, y mi interés estaba en la puesta en escena de Crowe y las interpretaciones de Damon, Johansson y Thomas Haden Church, pensé que podía salir algo hermoso de la base argumental, si se manejaban con cuidado los elementos. Supongo que no soy el único que lo pensó, teniendo en cuenta el éxito de las memorias de Benjamin Mee. ¿Quién es este tipo que decide ocuparse de cientos de animales? ¿Puede una familia vivir en un zoológico? ¿Cómo afronta el fallecimiento de su esposa? Son preguntas que generan interés, se les puede sacar partido.
Sin embargo, las respuestas que da la película son pobres y decepcionantes. Para empezar, no se puede sentir empatía por un protagonista como el que interpreta Damon, un tipo perfecto que supera todo lo que le ponen por delante. Le recuerdan a cada minuto que es muy guapo, una gran persona y un periodista extraordinario, y él se ríe y manda todo a tomar viento. Esquiva proposiciones femeninas y se autodespide para empezar de nuevo (el jefe le ofrece una compensación y él la rechaza). Porque es Matt Damon y todo va a salir bien. ¡Pero su mujer ha muerto, qué pena! Hay una escena en la que Benjamin echa un vistazo a unas fotos de su mujer y Crowe obliga al actor a soltar una lagrimilla. Poco más sobre ese asunto, la consigna es seguir adelante, olvidar lo viejo. El padre viudo y desempleado decide trasladarse con sus críos a un nuevo hogar lejos de todo, un sitio diferente donde volver a empezar. Y elige un abandonado parque natural con 200 bestias. Se compromete a restaurarlo, sin experiencia ni dinero. Recordemos: es Damon, todo saldrá bien. A su llegada le espera nada menos que Scarlett Johansson, una empleada que dice que solo tiene tiempo para cuidar animales; disponible y receptiva. El hijo de Damon (Colin Ford) también tiene suerte, le espera con los brazos abiertos Elle Fanning, que no deja de sonreír a pesar del rechazo del insufrible chaval (que cambia por completo en una escena). La pequeña Carla Gugino (Maggie Elizabeth Jones), muy joven para tener pareja, se contenta con alimentar a los animalicos y hacer reír al personal con su encanto natural.
Pese a las tópicas situaciones que representan, los actores cumplen más o menos con sus papeles y salvan escenas donde otros habrían contribuido al hundimiento de la película, visualmente muy convencional. Crowe se apunta a la moda de los constantes destellos solares en la pantalla y abusa tanto del plano-contraplano como de los primeros planos, confiando en que su reparto (y la música de Jónsi) salvarán la papeleta; una puesta en escena rutinaria, sin imaginación. Me hace gracia cómo justifica el pastelazo que ha dirigido diciendo que “quería aportar alegría al mundo“. Vamos, una cura para los desempleados, marginados, enfermos y hambrientos de todo el planeta. No, más bien quería aportar dinero a su cuenta bancaria, volver al negocio y que se hablara de él, porque desde que ganó el Oscar por el guion de la sobrevalorada ‘Casi famosos’ (‘Almost Famous’), su carrera en el cine ha caído en picado. Seis años después de que ‘Elizabethtown’ pasara por las carteleras sin pena ni gloria, Crowe tenía la oportunidad de resurgir con este encargo de la Fox. Una historia que debía ser especial, divertida y conmovedora, un canto a la vida, que él convierte en una película del montón, cursi, simplona y manipuladora, un relato inverosímil donde los protagonistas no compran un zoo, sino un paraíso terrenal que parece sacado de un folleto de los testigos de Jehová (salvo por los animales enjaulados). Porque si eres bueno, Dios te ayuda. Ése es el mensaje de ‘Un lugar para soñar’.