El auténtico dolor que supone perder a alguien querido no se produce en el momento traumático de su muerte, sino en los pequeños detalles que, día a día, te van recordando su ausencia. Puede ser la comida que se ve en la tiendas y que ya no compras para esa persona, que haya menos ropa para lavar… Cosas tan intrascendentes y cotidianas que hacen que, sin embargo, vivir cada momento del día sea un desafío. Y un desafío muy doloroso. ‘Un hombre soltero’ nos cuenta la manera en la que un profesor universitario – deslumbrantemente encarnado por Colin Firth – afronta ese desafío después de la muerte de su novio.
Retrato de una época
En su debut como director, el diseñador de moda Tom Ford adapta la novela homónima de Christopher Isherwood, publicada en 1964 y que, en su momento, fue uno de los principales hitos del movimiento de liberación gay. Cuando se dan este tipo de datos, parece que la primera tentación es analizar hasta qué punto la cinta termina siendo excesivamente literaria o, por el contrario, logra adquirir una gramática cinematográfica propia. De forma concisa diré que, en líneas generales, Tom Ford logra con acierto lo segundo. Sin embargo, si cito el origen literario de esta película lo hago no tanto por la obra en sí como por su fecha de publicación.
¿Tiene pertinencia el adaptar un relato de 1964? En muchos aspectos, sí. Por una parte, el ser humano no evoluciona tanto como pudiese parecernos. Por otra parte, toda historia tiene un componente personal que no depende al 100% de su contexto y que, por tanto, es intemporal. Sin embargo, gran parte de la relevancia de la obra de Isherwood se basa en su carácter “fundacional”. Es uno de los primeros pasos del movimiento de la reivindicación homosexual, como ya he dicho. Y los primeros pasos son importantes, pero no dejan de ser “los primeros”. Por ese motivo, muchas de las cosas que ‘Un hombre soltero’ nos cuenta suenan a ya sabidas y otras, ilustradas en el 2010, suenan, simplemente, a acumulación de estampas de iconografía gay que no dejan de parecer puro museo o, en el peor de los casos, tópicos.
La apuesta visual de Tom Ford alimenta esta percepción: estamos ante un elegante diseñador de moda que no escatima esfuerzos a la hora de recrear toda la estética elegante de la era Kennedy, tan de moda hoy en día gracias a la serie ‘Mad Men’. Sin mayores reparos, el director aumenta salvajemente el sueldo de un profesor de literatura para que éste pueda permitirse el Mercedes más elegante, los trajes más sofisticados, una casa que parece diseñada por Frank Lloyd Wright en sus mejores días y un largo etcétera. Esta elegancia «canónica» se extiende también a muchos personajes, hasta el extremo de convertirlos en clichés. Especialmente en el caso de Julianne Moore: nos encontramos un estereotipo de mujer decadente escandalosa y alocada, tan paradigmáticamente del gusto gay, que entra de lleno en la caricatura y la inverosimilitud. Idéntica suerte corre el personaje de Kenny – un alumno del profesor, encarnado por Nicholas Hoult – que funciona meramente como símbolo de la belleza de la juventud. Y como un símbolo muy trillado.
La voz en off – el mayor peligro de las adaptaciones literarias – se usa únicamente al principio para establecer la situación y el punto de vista y al final, para redondear las conclusiones. En una decisión acertada, Ford ha apostado por una narración de hechos en donde el punto de vista del protagonista logra suplir todos los monólogos de la obra literaria. Además, aparte de la suntuosidad en la dirección artística, también ha apurado las posibilidades del montaje, encuadres, ralentís… para transmitir toda una serie de sensaciones sin tener que recurrir al off. En ocasiones, sobreutiliza ciertos recursos, con lo cual éstos pierden eficiencia, pero, en líneas generales, las decisiones de dirección son acertadas.
Colin Firth
Sin embargo, ‘Un hombre soltero’, con todo su carácter museístico, triunfa en un aspecto fundamental: su protagonista está vivo, es real, no está trillado, emociona a través de la contención… En resumen, Colin Firth está sublime. Dicen que era la primera y única opción de cásting y no es difícil creer que eso era cierto. Lo difícil es imaginarse a otro actor en ese papel. Ford logra, con una acertada planificación, focalizar la película en ese personaje. Cada vez que logra hacer pasar todo lo que sucede por el filtro de su mirada, la película cobra vida. Y eso es así en la mayoría de las ocasiones. Es cierto que, por momentos, y en errores clásicos de principiante, el autor desfocaliza la película para realizar planos fetichistas – como los reiterados insertos de Julianne Moore maquillándose, por poner uno de muchos ejemplos – que bajan la intensidad. Pero, en líneas generales, la película se pega a Firth y logra volar alto.
Sobre el final de la película ha habido cierta controversia. Sin entrar a destriparlo he de decir que, personalmente, no lo encuentro satisfactorio. No cierra un desarrollo del personaje y se siente como algo impuesto externamente a la acción. Incluso antepone de forma poco afortunada la mirada del director a la del protagonista en un intento de dotar de coherencia, a golpe de imágenes recurrentes, a una película que termina siendo más una colección de momentos.
Al final, lo que perdura de ‘Un hombre soltero’ es la genuina y contenida emoción que Colin Firth ha sabido insuflar a su personaje. Sufrimos su pérdida cada vez que aparece un flashback de alguna escena de felicidad con su novio, entendemos su desesperación cada vez que acaricia la idea de suicidarse, intentamos encontrar con él algo a lo que aferrarnos para superar cada instante del día. Es un buen bagaje para una película con más aciertos que errores y con más escenas emotivas que estampitas estetas de época. Un buen debut para Tom Ford, al que auguro más y mejores películas y toda una lección de Colin Firth, que merece, probablemente más que nadie este año, que le den el Oscar.
Mi puntuación: