“Quizá sea un perro ovejero…sigamos adelante”- David (David Naughton)
Sin poder sacarme de la cabeza algunas creaciones de maquillaje y de efectos de la magistral ‘La cosa’ (‘The Thing’, John Carpenter, 1982), que me persiguen aún en sueños, me vienen a la memoria otras imágenes también horripilantes, que me dejaron conmocionado cuando las ví (hace ya tantos años…qué viejo se hace uno), de una película bastante inferior al filme de Carpenter, que sin embargo goza de algunos chispazos de buen cine, y que se estrenó un año antes que aquella. Me refiero, claro, a ‘Un hombre lobo americano en Londres’ (‘An American Werewolf in London’, John Landis, 1981), que junto con la ya nombrada y otros títulos de los años ochenta, colaboraron para proveernos de un buen arsenal de pesadillas por el resto de nuestras vidas, aunque no en todos los casos hablamos de cine de gran altura. Así sucede con esta extraña película (cada vez más extraña a medida que se aleja en el tiempo) que no se sabe muy bien si es de horror o de humor, o sendas cosas a la vez, como tampoco está muy claro si ambos géneros se alimentan o terminan destruyéndose mutuamente.
Es curioso que el mito de los hombres lobo no ha gozado, para qué engañarnos, de la densidad conceptual, de la evolución o de los numerosos títulos (algunos realmente importantes, como se encarga Alberto Abuín de señalarnos en su serie Vampiros de verdad) de los vampiros, que comparten con los hombres lobo un cierto universo gótico, lúgubre y luctuoso. Con decir que se considera a la muy mediocre ‘El hombre lobo’ (‘The Wolf Man’, George Waggner, 1941) la madre de este subgénero, queda dicho todo. De su espantoso remake ya hablamos en Blogdecine, y de otros títulos infumables (véase la serie ‘Underworld’ o la de los pseudo-vampiros que pueden caminar a la luz del sol…) mejor no volver a hablar. En el mejor de los casos, la figura del hombre lobo ha quedado casi siempre relegada a un segundo término, o ha protagonizado películas olvidables, en el peor de ellos. En la película de Landis, sin ser todo lo redonda que podría haber sido, se le hace un poco más de justicia, aunque sólo sea en el aspecto técnico.
Tampoco puede considerarse a John Landis un cineasta de referencia. En sus primeros años algunos promulgaron, muy temerariamente, que Landis iba a convertirse en un nuevo maestro de la comedia, a la altura de un Blake Edwards (casi nada…). El tiempo les ha quitado la razón, con Landis firmando una trayectoria muy pobre, y que ahora se encuentra en punto muerto. Pudo hacer ‘Un hombre lobo americano en Londres’ porque con ‘Granujas a todo ritmo’ (‘The Blues Brothers’, 1980) logró un gran éxito de público, y pudo reunir los diez millones de dólares (una cifra bastante alta en aquellos tiempos) necesarios para hacerla realidad. Levantó así un proyecto que llevaba escrito casi diez años, y que al parecer se le ocurrió asistiendo a un extraño ritual durante un rodaje en Yugoslavia. Se trata, sin ningún género de duda, de su película más redonda (lo que tampoco significa mucho, viendo su carrera…), que a pesar de sus limitaciones atesora no pocas virtudes (hallazgos visuales y temáticos, sobre todo) que, desgraciadamente, no han tenido continuidad en este maltratado subgénero.
Una maldición con toques de humor negro
En el estupendo comienzo, con esos dos estudiantes americanos eligiendo una mala noche para dedicarse al senderismo por los páramos de Yorkshire, ya conocemos uno de los grandes aciertos de la película: la sensacional y opresiva atmósfera creada por Landis, en sintonía con el operador Robert Paynter. Una atmósfera que se erige, en mi opinión, como uno de los pilares del éxito de la película. Pocas veces hemos percibido la niebla y la humedad británicas de un modo tan físico. Casi las sentimos en nuestra piel. Y es una atmósfera que va a impregnar todos los planos de la película, creando la sensación de frío interno, de congoja, sólo aligerada por momentos puntuales de puro humor negro, entre los que destacan los diálogos con el fantasma del amigo muerto (un estupendo Griffin Dunne, con la cara destrozada y progresivamente putrefacto…) que le advierte una y otra vez al protagonista, David, en qué se está convirtiendo y que le aconseja una sombría salida para evitarlo. Se repite una vez más, por tanto, la figura del hombre lobo como maldición, como intervalos no recordados de bestialismo, con lo que esto conlleva de aligerar al relato de carga moral, psicológica o metafórica, por desgracia. Al menos se tomaron el mito más en serio que otras veces.
Uno de los defectos más graves, bajo mi punto de vista, es la elección del actor protagonista, David Naughton, que carece del menor carisma, de fuerza y de ritmo. Buena prueba de ello es que es un intérprete que apenas ha hecho nada más relevante. Pero tampoco sobre el papel se trata de un personaje particularmente interesante, más allá del hecho de haber sobrevivido al ataque de un hombre lobo (y, por tanto, de convertirse a su vez en uno, en una simplificación extrema). Como se ha dicho muchas veces, el verdadero protagonismo lo acaparan los efectos de maquillaje, tan asombrosos que convencieron a la Academia de Hollywood de crear un premio regular para esta disciplina a partir del año de esta película (que, por supuesto, ganó el premio). Antes sólo se habían entregado algunos galardones especiales al trabajo, por ejemplo, de ‘El planeta de los simios’ (‘Planet of the Apes’, Franklin J. Schaffner, 1968). Lo cierto es que las escenas en las que no aparece el cadáver podrido de Jack o en las que David se transforma en lobo, son muy inferiores. De hecho, parecen una excusa con tal de ofrecer al espectador una orgía de horror y humor negro muy de agradecer. La historia adolece de un desarrollo anémico y de un final precipitado. Pero, claro, también goza de algunos momentos (la transformación, la antológica persecución por los pasillos del metro de Charing Cross, la matanza final…) inolvidables. Sólo por ellos merece mucho la pena ver esta película.
Conclusión e imagen favorita
Estimable película, que en modo alguno, para quien esto suscribe, es el gran título sobre hombres lobo que tantos quieren ver en ella. Se queda en interesante, pero creo que su mediocre guión acaba jugando demasiado en su contra, así como su actor protagonista. Al contrario que otros, sin embargo, sí considero notable la conjunción de horror y comedia, aunque en un par de momentos chirría ligeramente y está a punto de desmoronar el conjunto de manera irremediable. Mi imagen favorita es la de todo el mundo, supongo: el chaval transformándose en lobo. Una secuencia que ha pasado, con toda justicia, a los anales del género. No solamente está de puta madre hecha, hablando en plata, es que te estremeces participando del dolor (sumado a su propia estupefacción) del personaje al transformarse. No conozco a nadie a quien no se le pongan los pelos de punta viendo esa secuencia.