Cierta cinefilia española es bastante parca en halagos formales, también parece bastante encasillada en una particularísima nostalgia que generó un temprano canon cinematográfico que las generaciones posteriores tuvieron a bien en derribar primero y mal después en no reparar críticamente en algunos olvidos. En todo caso, todavía vivimos en la bruma de algunas pasiones y entre aquella bruma de palabras vertidas, dogmas asentados, está presente la extraña certeza de que Billy Wilder es un gran cineasta.
Wilder no es, ciertamente, un gran cineasta, pese a que haya dirigido algunas grandes películas. Su cine cómico, por ejemplo, palidece al lado del de Mitchell Leisen. Parece de mal gusto compararlo con el de Preston Sturges. Su sentido de la comedia es ciertamente el de un miope si tomamos como referencia las que dirigió Howard Hawks. ¿Y frente a Frank Capra? Por supuesto, el gran maestro que desbancó siempre a Wilder en el terreno que más fértil fue, la comedia y también la comedia más bien agria, es Ernst Lubitsch.
Dicho esto, siento especial adoración por todas y cada una de las grandes lecciones del guionista Wilder y de su socio IAL Diamond, con el que escribieron libretos magníficos. Es muy posible que en manos de Lubitsch esos libretos fueran inconsumerables obras maestras, o que incluso si Hawks se hubiera decidido a firmar los más pesimistas, tuviéramos ahora más regalos para nosotros, pero poco importa.: Wilder puede ser un buen director, uno solvente, y dar a la comedia todo el fuego verbal necesario gracias a que se trata de un guionista excelente.
La película sigue las andanzas de un directivo de Coca Cola en el Berlín occidental, encarnado por un divertidísimo James Cagney, obligado a cuidar de la hija de su gran jefe (Pamela Tifflin). Al cabo de unas semanas, la descubre casada y embarazada por un apasionado comunista del Berlín oriental (Horst Bucholz) y deberá resolver el enredo antes de que aterrice su padre y superior (Howard St. John).
Con 108 minutos de duración, la película contiene tal cantidad de giros que el espectador no puede adivinar como van a suceder los enredos; la catarata de bromas sobre comunismo, misoginia, cultura mayoritaria norteamericana, capitalismo europeo, colonización de la Coca Cola y, en general, un nada benévolente sentido del cinismo y brutal pesimismo son bienvenidos y evitan cualquier propaganda sencillita. En su habilidad para diluir un giro de acontecimientos como catalizador de una opción narrativa, hay que buscar el mejor talento de Wilder.: os apuesto lo que queráis a que los tres giros de esta película hubieran hecho tres comedias contemporáneas bastante más simples y predecibles, en cambio Wilder se decide a contarlos todos.
Como director, Wilder está muy resolutivo en la persecución de la película, muy bien planificada e hilarante, y tiene un par de codazos visuales memorables (En especial, el gag visual referido a la costumbre de los trabajadores germánicos a estar bajo órdenes).: esta película es, antes que nada, una gran muestra de desprecio que sentía el cineasta por todos y cada uno de los alemanes, caricaturizados sin piedad.
Como Diamond y él son lo suficientemente misántropos como para retratar a una família americana de idiotas, el elemento con el que juega Wilder para hacerlos aceptables es cierta familiaridad (que no sé hasta qué punto funcionará en todo su esplendor con el público hispano) y a veces se permite algún apunte brillante (como cuando el protagonista mira al comunista y celebra que esté citando las ideas de Lincoln y Franklin) sin que ahonde en mayores observaciones.
Por supuesto, el referente sigue siendo Lubitsch y al lado de la obra maestra, que justamente coescribió, ‘Ninotchka’ (id, 1939) esta película ocupa un lugar menor, aunque se desvela capaz de mirar con agria madurez las grietas del capitalismo (todo puede ser comprado por su directivo protagonista) y del comunismo estalinista (un discurso ingenuo, exacerbado y servilista). Ya es mucho más de lo que hacen la mayor parte de comedias contemporáneas.
Ver 12 comentarios