‘Un ciudadano ejemplar’ (‘Law Abiding Citizen’, F. Gary Gray, 2009) es una película que en un principio iba a dirigir Frank Darabont —ya sabéis, el director de la película mejor valorada en la página del populacho y el que dicen tenía un guión impresionante sobre la cuarta aventura de Indiana Jones que fue rechazado por George Lucas— para acabar cediendo el testigo a Gray, que para el que esto suscribe sólo tiene una película que merece la pena, y mucho, ‘Negociador’ (‘The Negotiator’, 1998). Lamentablemente Gray no es Darabont y hubiera sido muy interesante comprobar qué habría realizado el director de ‘La niebla’ con el material de la presente película.
Me gusta pensar que tal vez hubiese metido mano en el lamentable guión de un señor llamado Kurt Wimmer, autor de una de las películas más sobrevaloradas por las nuevas generaciones, ‘Equilibrium’, por no hablar de pestiños como ‘Ultraviolet’ a mayor gloria de Milla Jovovich. Sin entrar en lo fastizoide de su argumento, en el que se prostituyen conceptos como ley, justicia o venganza, el libreto de ‘Un ciudadano ejemplar’ está lleno de insensateces desde su precipitado inicio hasta su delirante final.
La película da comienzo cuando la vida de Clyde Shelton (Gerard Butler) cambia completamente al no poder impedir el asesinato de su mujer e hija pequeña a manos de dos delincuentes de poca monta que más tarde son apresados. Debido a los típicos acuerdos legales, que casi siempre son resultado del fallo del sistema judicial, uno de los asesinos queda libre. Diez años más tarde Shelton pone en marcha un plan maquiavélico por venganza y hacer pagar a todo aquel que tuvo que ver con la libertad del asesino de su mujer e hija. La premisa suena muy interesante, y aunque no es novedosa, el hecho de tener a Butler y a Jamie Foxx acompañados de un buen plantel de secundarios, más la probada solvencia de Gray, hacían prever al menos una película entretenida sin más pretensiones.
Pero la verdad es bien distinta. ‘Un ciudadano ejemplar’ da comienzo de forma abrupta con una escena muy violenta en la que fuera de campo suceden cosas horribles. El espectador se mosquea con sólo pensarlo y no es para menos, dicha secuencia es una brutalidad que parece salida de la mente de un enfermo. Provocar por provocar. Tras mostrarnos levemente los entresijos de la justicia, donde abogados de buena reputación hacen acuerdos que van en contra de toda moral, nos meten una elipsis de diez años, casi nada. En todo ese tiempo, el personaje principal, el cual no ha sido ni presentado ni dibujado, ha aprendido leyes y un sinfín de cosas que le convierten en una especie de James Bond malvado con ecos de Hannibal Lecter.
Primer problema, los actores. Gerard Butler no es el actor adecuado para dar vida a alguien al que los deseos de venganza han consumido prácticamente. Sí, da el tipo para hacer de Leónidas, pero cuando se trata de interpretar a un hombre corriente es como si jamás hubiera actuado. No desprende simpatía ni transmite emoción alguna. Su personaje simplemente no me resulta creíble. A su lado un Jamie Foxx que nos desvela que los tiempos de ‘Ray’ (id, Taylor Hackford, 2004) parecen quedar muy lejanos. Antagonista de Butler venido a menos que parece quedarse en tierra de nadie. No queda claro si es abogado sólo por dinero, si realmente le importa que se haga justicia, o si es un cantamañanas aprovechado. Foxx está perdido y su química con Butler simplemente no existe. Con ello se desaprovecha por completo el enfrentamiento psicológico entre ambos personajes.
Segundo problema, el guión y la falta de fuerza del director. ‘Un ciudadano ejemplar’ podría haber sido una gran película criticando duramente el sistema penal a través de un relato de acción y suspense. El problema es que la historia es simple y llanamente absurda, y según va avanzando se va haciendo más y más ridícula, terminando de forma harto increíble. El plan del protagonista está lleno de incongruencias, como todo lo referente a su aislamiento. El haber planteado algo tan disparatado como lo que tiene preparado al otro lado de su celda no está mejorado por Gray, quien se limita a ser un casaplanos mediocre. Atención a los escandalosos falseos de tiempo en su parte final.
Con eso bastaría para echar pestes sobre la película, pero además hay un tercer problema de índole ideológica. El mensaje que transmite es insultantemente fascista, toda un falta de respeto a la moralidad e integridad —si es que éstas existen, que lo dudo— del mal llamado ser humano. Aquí no se trata de diferenciar entre ley y justicia —todos sabemos que no significan lo mismo—, aquí se trata de hacer apología del “tomarse la justicia por su mano”, algo así como los policías de ‘Harry el fuerte’ (‘Magnum Force’, Ted Post, 1973) pero llevado al extremo. Ya no sólo por todo lo hecho por Clyde, cuyo dolor le hace confundir venganza con justicia —y esto ni siquiera está bien tratado en el film— sino por lo que hacen al final los personajes de Jamie Foxx y Colm Meaney, una sobrada de mucho cuidado que convierte al film en un completo despropósito de nocivas consecuencias.