'Un amor entre dos mundos', Romeo y Julieta del revés

'Un amor entre dos mundos', Romeo y Julieta del revés
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La propuesta que 'Un amor entre dos mundos' ('Upside down', Juan Diego Solanas, 2012) —si se me permite, horrible traducción del título original— planteaba, al menos sobre el papel, era a priori muy atractiva: una historia de amor imposible envuelta en un relato de ciencia-ficción dirigida por un realizador argentino con tan sólo un filme anterior, con un presupuesto de 60 millones de dólares que, sin llegar a ser el de una superproducción, permitía cierta holgura al cineasta para poder llevar a buen puerto su atractiva visión de dos mundos gemelos que son regidos por tres leyes:

1. Toda la materia es atraída por la gravedad del planeta del que proviene, y no del otro. 2. El peso de un objeto puede ser compensado por materia del mundo opuesto (materia inversa). 3. Tras un cierto periodo de tiempo, la materia en contacto con materia inversa arderá.

Pero ya sobre ese esquema argumental se podía entrever que el relato escrito por Solanas bebía, y no podíamos imaginar cuánto, del inmortal 'Romeo y Julieta' shakesperiano: los dos mundos opuestos, que aquí representan a los Montesco y a los Capuleto, están habitados por pobres y ricos, explotados y explotadores, y el amor de los dos amantes, cada uno perteneciente a uno de los planetas, no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir dadas las restrictivas reglas que el mundo de arriba, el de los adinerados, ha establecido al respecto del contacto entre sus habitantes y los del mundo de abajo.

Un amor entre dos mundos 1

Con estos mimbres, hubiera sido deseable una mayor voluntad por parte de Solanas de apartarse de los esquemas arquetípicos que rigen las historias de amor —y no estoy hablando ya de la de Shakespeare— algo bastante sencillo teniendo en cuenta el considerable peso que podría haber alcanzado la vertiente de ciencia-ficción del relato. Pero, en lugar de hacer descansar la originalidad del filme en el discurso narrativo, el cineasta argentino opta por abandonar toda esperanza de ser creativo más allá de la premisa de partida y se dedica a intentar epatar al respetable con la indudable fuerza visual que la cinta atesora de principio a fin.

La validez de 'Un amor entre dos mundos' resulta pues incuestionable en el territorio de la imagen por la imagen: aprovechando al máximo su presupuesto, la visualización de las reglas de gravitación y cómo estas afectan a los habitantes de un mundo cuando están en el otro son tremendamente imaginativas, tanto como lo es el gigante edificio de la compañía "Transworld" que conecta ambos planetas y cuyo piso central es una inmensa oficina dual, con los trabajadores de ambos planetas colaborando en un único espacio en el que, al levantar la vista, uno puede ver a su compañero colgado "boca abajo".

Un amor entre dos mundos 2

Ahora bien, en cuanto se rasca la superficie de la cinta y uno empieza a buscar fundamentos que hagan de ella algo más que un virtuoso ejercicio visual, es cuando la producción comienza a hacer aguas por todas partes, demostrando, como ya decíamos, que Solanas no tiene ni la más remota idea de cómo hacer para dar cuerpo a las tres líneas en las que se concreta su planteamiento. Sólo así se explican las muy diversas endebleces que acusa el relato, con puntales que se mueven entre lo completamente risible y lo directamente absurdo, abrigándose la historia en términos generales de un severo carácter de insustancialidad. Adherido a lo risible encontramos esa receta de su abuela (sic) que permite al protagonista burlar las leyes gravitatorias durante un cierto tiempo y el uso como maquillaje antienvejecimiento (sic) que éste pretende darle al invento para así poder cambiar su status social.

Arropado de una gravedad tan desopilante como incomprensible, el citado recurso argumental se queda no obstante en pañales cuando se empiezan a diseccionar a los personajes uno por uno, dándose el espectador de bruces con la vertiente más absurda del metraje a la hora de tratar de identificarse con alguno de los dos amantes. De un lado tenemos a Adam, encarnado sin convicción alguna por un Jim Sturgess que se pasea con cara de no saber muy bien cómo actuar con tanta pantalla verde de fondo y que consigue desde el primer momento que nos importe un bledo su obsesión por volver a ver a su amada Eden —sí, la elección de los nombres no podía ser más desafortunada—. Ésta, interpretada por Kirsten Dunst, se mueve por los mismos términos que su partenaire y la extrema apatía de la que hace gala sólo es comparable con la nula química que aporta a la historia de amor o el poco verismo que traslada a la amnesia que aqueja a su personaje. Junto a ellos, la perpetua y estúpida sonrisa de Timmothy Spall o la inútil aportación a la trama que supone ese "mentor" al que pone rostro Blu Mankuma completan un reparto que no hace sino poner aún más en evidencia lo frágil del desarrollo de la historia.

Una historia cuyos detalles se difuminan en la memoria con una velocidad increíble desde el momento en que se encienden las luces de la sala, indicador claro de que la cinta tiene serios problemas de base —en Estados Unidos su recaudación ha sido de unos exíguos 90.000 dólares mientras que a nivel internacional ha sumado ya 8 millones, una cifra ridícula— este fin de semana lo mejor que se va a poder ver en los cines es ese festival de sangre y visceras que otro sudamericano, el uruguayo Fede Álvarez, parece haber orquestado en torno al ya más que alabado remake de 'Posesión infernal' ('Evil dead', Sam Raimi, 1981).

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