Jean-Claude Van Damme fue una de las mayores estrellas del cine de acción de los años 90, pero hace bastante que su etapa de mayor esplendo quedó atrás. Eso no ha impedido que haya seguido trabajando con regularidad, pero también es verdad que la gran mayoría de sus últimos trabajos han pasado de lo más desapercibidos, por lo que su fichaje por Netflix para encabezar 'El último mercenario' se presentaba como una oportunidad de oro para volver a primera línea.
Para la ocasión se ha optado por una comedia de acción en la que el célebre actor belga no tiene problemas en reírse hasta cierto punto de lo que él mismo representa. No es algo nuevo, pues ya lo bordó en 'JCVD' y también dejó buenas sensaciones en la serie de corta vida 'Jean-Claude Van Johnson', pero aquí no da vida a una versión ficcionada de sí mismo. El resultado es bastante discreto, aunque el actor belga sí que da la talla.
Lo mejor, Van Damme
'El último mercenario' es una comedia de acción que rara vez consigue ser divertida más allá de lo que aporta Van Damme. Él está inspirado en su papel de padre ausente que regresa para proteger a su hijo pero sin decirle quién es realmente. Eso le permite mostrar cierta inseguridad en lugar de ser otro personaje invencible con poco que aportar más allá de las escenas en las que reparte estopa.
No obstante, es una pena que los momentos reservados para su lucimiento físico no sean más abundantes. Es verdad que el montaje de 'El último mercenario' no resulta especialmente inspirado potenciando el espectáculo, pero el protagonista de 'Timecop' demuestra que sigue en plena forma a sus 60 años, sobre todo en la secuencia que transcurre en una sala de recreativas que es la que más encanto tiene de toda la función.
Más allá de eso, Van Damme también es lo mejor en las escenas más relajadas, sabiendo primero exprimir el lado más misterioso del personaje para posteriormente jugar con esa relativa fragilidad a la que se expone e incluso aportando la credibilidad necesaria a ciertas soluciones de guion que a priori deberían haber dado pie a escenas rozando la vergüenza ajena.
Más sombras que luces
El problema es que hay muy poco a su alrededor que merezca sea rescatado. Hay apuntes curiosos como ese criminal obsesionado con el Tony Montana de Al Pacino en 'El precio del poder', pero acaba resultando una mera excentricidad en la que se reincide de forma repetitiva. Por lo demás, hay una clara tendencia a lo monótono que el guion firmado por David Charhon e Ismael Sy Savane intenta corregir a través del humor con escaso acierto.
El mejor ejemplo de ello lo tenemos con el personaje interpretado por Alban Ivanov, el cual cumple una función puramente cómica. En el mismo encontramos una especie de intento de buscar conectar con un público más familiar, desequilibrando así a 'El último mercenario' hasta el punto de que su vertiente más seria ya es imposible tomársela en serio. Por no hablar de su función para hacer avanzar la trama en varias ocasiones de forma un tanto caprichosa.
Al final el gran problema de la película no es tanto que no sea especialmente graciosa o espectacular como la sensación que transmite de no terminar de tener muy claro qué es exactamente lo que busca. Eso daña sus posibilidades como entretenimiento y no puedo decir que Charhon aporte nada especialmente estimulante desde la puesta en escena para dotar de cierta identidad a 'El último mercenario'. Ahí es una más, y visualmente también resulta un tanto plana.
De esta forma, esta producción francesa de Netflix acaba resultando delirante sin buscarlo realmente y para cuando llega la resolución, uno ya simplemente sigue ahí porque le ha dado pereza levantarse del sofá o tenía el mando demasiado lejos. Tampoco es que llegue a resultar ofensiva -aunque sí absurda, y no para bien-, pero es una lástima que desaprovechen a un Van Damme que sí sabe equilibrar su lado más contundente con una faceta más ligera y divertida.
En resumidas cuentas
'El último mercenario' podría haber sido un buen entretenimiento a mitad de camino entre lo cómico y lo contundente, pero a la hora de la verdad resulta una propuesta decepcionante en la que lo único que te saca alguna sonrisa es un Jean-Claude Van Damme bastante inspirado. Poco más aparte de eso.
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