Bernardo Bertolucci ha dejado un puñado de películas consideradas obras maestras que han reflejado distintos aspectos de sus obsesiones. En su muerte, se recuperan obras monumentales como ‘Novecento’ (1976) y ‘El último tango en París’ (1972), que le posicionan como la cara italiana más reconocible en la transformación del cine en los 70, en la que la voz de los autores y un celuloide más áspero se filtró en las grandes salas.
‘El último emperador’ (The Last Emperor , 1987) no parece representar, a priori, los principales signos de identidad de su cine anterior, y la imagen que queda de ella, perdida entre la apreciación popular de prestigio en los 80, es la de una de esas películas históricas suntuosas que no logra renovar su popularidad durante el tránsito intergeneracional. Pero ojo. Es una de las tres ganadoras del Óscar a Mejor Película que ganó cada una de las estatuillas por las que fue nominada, 9 en total, una cifra que solo han logrado otras 3 premiadas.
Vida de este chico
El estigma del cine de los ochenta ha borrado del imaginario popular muchas de las cintas de prestigio con menos seguimiento de culto y Bertolucci sigue siendo considerado por otros títulos anteriores o posteriores, pero lo cierto es que con su décimo filme demostró que en su corpus de trabajo podía manejar grandes escenas de hálito épico y alternarlo con sus señas de autor más reconocibles.
Bertolucci, siempre interesado en revoluciones fallidas y movimientos progresistas, cuyos ideales a veces son absorbidos por los sistemas que combaten como un sistema de autoinmunidad del sistema –por ejemplo, ‘El conformista’ (Il conformista, 1970)- y en esta ocasión, en su primera película después de un descanso de seis años, quiso crear un ambicioso retrato de los dramáticos cambios que ocurrieron en China en el siglo XX, desde el feudalismo, pasando por la república, hasta el comunismo.
‘El último emperador’ se basa en ‘De emperador a ciudadano’ (1957) la autobiografía del último emperador de China, Pu Yi. Era un material idóneo para permitir al italiano hacer un buen resumen de su habilidad para los dramas íntimos de personales hasta las epopeyas históricas a gran escala. La película sigue a Pu Yi a través de las diversas etapas de su vida: su ascenso al trono a la edad de tres años, su vida como playboy en Tientsin, en Manchuria bajo el control de Japón, su encarcelamiento y reeducación en una prisión comunista y finalmente su vida como jardinero.
Del poder absoluto a la humillación
Bertolucci recibió la libertad total de las autoridades chinas para filmar en La Ciudad Prohibida, que nunca antes se había abierto para rodajes en una película occidental, lo que le permitió tener acceso una gigantesca masa interconectada de pasillos, plazas, callejones y jardines. Además le proporcionaron miles de extras y trajes auténticos de la época. Pudo usar actores de habla oriental nativos, dando uno de las superproducciones Hollywood más extrañas, no solo por la dirección del italiano sino por tratar una figura histórica muy antiamericana del siglo XX.
Hasta cuatro actores diferentes dieron vida al emperador en diferentes etapas de su vida, desde Richard Vuu, de solo tres años, hasta John Lone, quien encarna a Pu Yi desde los dieciocho. La vida del personaje funciona como perfecto expositor de los cambios históricos que tuvieron lugar en China, pero Bertolucci mezcla lo histórico con cierta fantasía para representar una panorámica de esos tiempos tumultuosos durante el siglo XX con mayor impacto dramático.
Fue criticado en su momento, por ejemplo, por escenas como la de apertura, que describe el intento de suicidio de Pu Yi de forma inexacta. Un inicio que funciona como conductor a la toma el Trono del Dragón de Pu Yi con solo dos años y diez meses, tras ser elegido por la Emperatriz Viuda Cixi en su lecho de muerte, que aparece en ‘El último emperador’ como una especie de bruja demente con fastuosos vestidos dorados. Es tremenda la representación solitaria de la primera infancia del pequeño, sin afectos ni figuras paternas que le enseñaran ciertas responsabilidades.
El esplendor imponente de la dinastía Quing
Cuatro años más tarde, cuando el imperio fue derrocado por la Revolución de Xinhai y se funda la República de China, el emperador tuvo que abdicar toda autoridad a las fuerzas republicanas terminando, en un instante, 2000 años de dominio imperial y dejando a Pu Yi a merced de distintos tutores y dirigentes que le proporcionan casa en La Ciudad Prohibida. Durante la vida del emperador se suceden escenas de maldad, desviación sexual, perversidad, lesbianismo y consumo de drogas, que se dan la mano con la franqueza sexual del cine de Bertolucci, que en esta ocasión se muestra cauteloso con lo que elige mostrarnos.
Perfeccionando su visión de gran producción, Bertolucci ensancha el alcance de su panorámica para las escenas con miles de extras, que en aquel momento no se creaban digitalmente, a lo que hay que sumar la plasticidad de los trajes y accesorios históricos aleatorios, que también son auténticos, con lo que el diseño de producción de Ferdinando Scarfiotti hace un combo sublime con la fotografía se Vittorio Storaro, que brilla aún más por la narración a base de flashbacks y saltos entre la espectacular vida de la corte y el campamento carcelario.
A pesar de su colorido y opulencia de dorados frente a bermellón desplegados bajo cielos nublados, ‘El último emperador’ da una visión bastante oscura de China, a pesar de los cambios positivos en la vida de Pu Yi , cuando en la recta final de la película se convierte en un ser humano completo tras ser liberado de una prisión comunista en la que la reeducación mostrada es bastante dócil en comparación con otras ficciones políticas del régimen, aunque su estructura circular en su vida indica que, en cuanto al ángulo político, la pleitesía humillante a Mao muestra que ambas realidades, al final no son tan distintas.
'El último emperador': una obra puramente Bertolucci
‘El último emperador’ fue el intento del italiano de modelar una épica histórica a la manera del cine de David Lean, cuya influencia no solo se evidencia en el arco temporal sino en el casting de Peter O'Toole como tutor occidental de Pu Yi y el resultado es su obra con más riqueza cinematográfica, puesto que no solo es impresionante y absorbente a nivel visual sino que no deja de ser una obra puramente Bertolucci, quien desde ‘La cosecha estéril’ (La commare secca, 1962) jugaba con el contraste del pasado y el presente en una narración fascinante.
Por ello, su protagonista que se mueve entre lo trágico y lo patético, dentro de un mundo que cambia sin que él pueda encontrar su lugar, perdiendo todo lo que creía suyo, desde las figuras maternas a sus posesiones, y sólo tiene como asidero la memoria, la perspectiva del paso vertiginoso del tiempo que retrata cierto idealismo de apertura a través del canto de cisne de todo un sistema. ‘El ultimo emperador’ encaja en la obra del italiano, especialista en filmar el drama de la vulnerabilidad de los hombres ante un mundo demasiado grande y complicado, la búsqueda de la salvación, político-histórica o privada-espiritual con un movimiento pendular entre lo que se nos oculta y se revela.
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