Estaba claro que Kenneth Branagh acabaría interpretando a Shakespeare. No un papel en una de sus obras, sino al propio William Shakespeare. Dejando aparte su prestigiosísima carrera teatral, solo en cine debutó como director con 'Enrique V' y, entre otras, ha adaptado 'Mucho ruido y pocas nueces', 'Hamlet' o 'Como gustéis', aparte de intervenir en adaptaciones ajenas como 'Otello'. Su carrera ha estado marcada por la obra del dramaturgo y su conocimiento del autor es profundísimo.
Por eso, ya con 58 años, tiene la edad apropiada para interpretar al Shakespeare maduro y retirado, y lo hace con la ayuda del guionista Ben Elton, viejo conocido y experto en comedia, como demuestran míticas creaciones suyas como 'The Young Ones' o 'La víbora negra' en la televisión británica. Elton, sin embargo, posee también un pulso envidiable para el drama de personajes con su descripción de un Shakespeare contradictorio y frágil y una familia que tiene mucho que echarle en cara.
Es evidente que Branagh estaba deseando poner las manos sobre un proyecto tan afín a sus intereses, tras encargos que ha ido solventando con mayor o menor fortuna, como 'Cenicienta', 'Jack Ryan: Operación Sombra' o 'Thor'. Y deja que se perciba: muy cómodo en una interpretación del dramaturgo que se siente cálida y cercana, inyecta en el desarrollo de lo que podía ser un duro drama histórico abundantes dosis de humor y ternura, todo gracias a una dirección de actores orientada a despertar la empatía del espectador.
'El último acto': Todo es verdad (o casi)
Los hechos que cuentan Branagh y Elton son, pese al título original de la película, 'All Is True' ('Todo es verdad', título alternativo de 'Enrique VIII') en parte ciertos y en parte interpretaciones de lo que siempre han sido conjeturas, como ciertas cuestiones relacionadas con el talento creativo del fallecido hijo de Shakespeare, Hamnet. Es precisamente ese hijo el que sobrevuela como un espectro que no puede descansar sobre las cabezas de la familia Shakespeare.
Ésta recibe a un dramaturgo cansado y profesionalmente devastado tras el incendio que redujo a cenizas en 1613 el Globe Theatre, tres años antes de su muerte. Fue tras el trágico suceso cuando Shakespeare se retiró con su familia (su mujer Anne -Judi Dench- y sus hijas Susanna -Lydia Wilson- y Judith -Kathryn Wilder-) decidido a llorar, con 17 años de retraso, a su hijo fallecido a causa de la peste.
Branagh y Elton, que conocen bien la vida de Shakespeare (aunque esta parte sea menos glamurosa que sus inicios o sus días de gloria), hacen bien en conjeturar e incluso inventar cuando la situación lo requiere. Solo así se dota de un arco narrativo precioso a la melliza de Hamnet, Judith, o nos brindan la mejor secuencia de la película: el encuentro de Shakespeare con el Conde de Southampton (Ian McKellen), dejándonos un increíble duelo de interpretaciones teatrales e inolvidables que valen por sí solas el precio de admisión.
Es un placer reencontrarse con un Branagh cómodo con lo que está contando, y no solo por el elemento shakesperiano, que no tocaba en cine desde 2006, en 'Como gustéis'. También es un cine a pequeña escala, de pocos escenarios y personajes, pero con un acabado visual exquisito, que va de la iluminación en las escenas interiores nocturnas (espectacular el empleo de las sombras a causa de la insuficiente luz de las velas) al toque casi onírico de los parajes agrestres que rodean la casa de Shakespeare.
La descripción antiespectacular de la Inglaterra isabelina, deteniéndose en las clases humildes, sus miserias y sus sinceras alegrías está entre los hallazgos de esta pieza de cámara. Una que no ha tenido la suerte de ser estrenada en salas en nuestro país pese a su superioridad frente a casi todas las películas del director en la última década. Podemos recuperarla, por suerte, en formato doméstico y algunas plataformas de streaming, y recordar que como el propio autor escribió, un hombre solo puede morir una vez. Pero esa es una historia que también merece ser contada.
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