Glen Powell consolida su imagen socarrona junto a una encantadora Daisy Edgar-Jones
La trampa de la nostalgia no existe, es más bien la trampa de las marcas conocidas y el terror de los grandes estudios a invertir en producciones originales y tratar de convencer al público, lo que lleva a movimientos mercantiles tan singulares como proponer una secuela del clásico de 1996 ‘Twister’, de Jan De Bont, una película que a lo sumo se recuerda como un hito simpático de los 90 pero nadie esperaba que cayera en el vórtice del revival.
Y lo cierto es que ‘Twisters’, la continuación dirigida por Lee Isaac Chung que se estrena el 17 de julio, no es tanto una secuela como un reboot en toda regla, ya que más allá de un dispositivo de estudio de tornados llamado Dorothy, en honor a la protagonista de ‘El mago de Oz’, absorbida por uno en el principio del clásico, no tiene ningún actor de la primera, de hecho está protagonizada por actores que viven una explosión actual entre un nuevo público como Glen Powell, Daisy Edgar-Jones y Anthony Ramos.
Lejos de aportar una nueva visión a la fórmula de persecución de tormentas con una mezcla de romance y desastres, el guion de Mark L. Smith se apoya en la muleta de los elementos conocidos y les da pequeños cambios canalizados a través de nuevos personajes. Un prólogo con la tragedia que forja a la protagonista, un triángulo amoroso complejo y el cambio de papeles en los “equipos” de cazatornados, que ahora coloca al protagonista en el equipo de “los malos”.
Acción, emoción, adrenalina y humor en equilibrio
No faltan reflejos de la primera como los coches con la música a todo volumen, algunos gadgets exponencialmente mejorados, y escenas paralelas como la del cine de la original. No hay ninguna de ellas que alcance el poder icónico de esa pantalla de autocine con Jack Torrance destrozando la puerta con su hacha, pero en general el ejercicio de mimesis tiene una implementación de los momentos icónicos con una capa nueva de efectos y espectáculo.
Lo bueno de ‘Twisters’ es que sabe captar lo que funcionaba en la original, incluso llegando a utilizar una fantástica fotografía en verdaderos 35 mm, con renovados efectos visuales que hacen fácil lo que antes era más difícil, completando con unos efectos de sonido apocalípticos que completan su experiencia envolvente de estar constantemente dentro de una tormenta. Una mezcla de lo viejo y lo nuevo que fluye como su vertiginoso ritmo.
Pero además, como en la primera, no descuida la inversión emocional gracias a puñado de nuevos personajes que enganchan y hacen levantar la sonrisa o preocuparnos por ellos, a pesar de lo improbable de sus aventuras, o que la opción de plantarse en medio de un huracán con un coche conlleva una irresponsabilidad que nos debería alejar de ellos. Lo grande de estas películas es que cuanto más estúpidamente osados son sus protagonistas mejor nos lo hacen pasar.
Tormenta de verano con aire fresco
Y así el nuevo grupo es un equipo de descerebrados con una pasión común contagiosa, como si los personajes en busca de fama de ‘Nope’ nos cayeran realmente bien y su pésimo gusto en música country-rock a todo volumen nos diera más razones para animarle a sus atrevidas incursiones en el centro del peligro. Al final, son esas secuencias de tormentas de última generación las que generan una experiencia visual intensa y apasionante, aunque, pese a que suenen como monstruos de un kaiju, no alcanzan la sensación de amenaza de la original.
Junto a la música, mucho más genérica que la perfecta imitación aventurera de ‘Tiburón’ de Hans Zimmer, el punto débil de ‘Twisters’ es la falta de anticipación de las borrascas, que en 1996 parecían sacadas de una película de terror, mientras que aquí solo vienen precedidas de un sencillo “oh oh, esta es de las grandes”. Falta esa visualización casi abstracta de los fenómenos meteorológicos como un próximo castigo de Dios, donde se echan en falta miradas al cielo con horror y escalofrío genuino.
Aunque esto no hace que sea menos sólida y entretenida. Su subtrama romántica funciona y da una mirada nueva al personaje femenino, y el socarrón que encarna Glenn acaba siendo ridiculizado con un mayor control por parte de una mujer que tiene el asa de su vida agarrado por el mango, hasta el punto, eso sí, de rozar el ideal Mary Sue de forma un tanto evidente, aunque siempre es preferible eso que no que fuera una hija del personaje de Helen Hunt a la que esta acompañara en su última aventura, a modo de doble check en los contratos de “legacy sequel” nostálgica en la que esta logra no convertirse. Un blockbuster ejemplar para animar una taquilla veraniega amenazada por el masdelomismo superheróico.
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