"Nunca te quedes sin golosinas."
Lo prometido es deuda: tras rememorar 'En los límites de la realidad', vamos ahora con otro film de episodios para disfrutar de noche, en casa y pertrechado tras unas mantas —a poder ser la misma noche de Halloween—. Directamente al mercado del DVD llegó hasta nosotros ‘Truco o trato’ (‘Trick ‘r Treat’, 2008) de Michael Dougherty.
Esto le hace preguntarse al crítico sobre los inexcrutables caminos de la distribución cinematográfica, que permite que se estrenen ese mismo año, y sin salirse del género de terror, cosas de la calaña de ‘La semilla del mal’, ‘Viernes 13’ (id, Marcus Nispel) o ‘Jennifer’s body’ (id, Karyn Kusama), y guarda en un baúl una joya como la película que vamos a comentar.
Premiada en multitud de festivales de cine fantástico, la ópera prima de Michael Dougherty, guionista de ‘Superman Returns’ (id, Bryan Singer, 2006) y producida por Bryan Singer, es un clásico instantáneo. Pequeñas miniaturas de terror que acontecen la noche de Halloween y que no dejan de cruzarse con gozosa promiscuidad a lo largo del metraje. Como si de una ‘Pesadilla antes de navidad’ (‘The Nightmare Before Christmas’, Henry Selick, 1993) de carne y hueso se tratara.
Pero cuidado. Esta noche la barrera entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos desaparece, y para evitar caer del lado de las sombras, hay que seguir unas normas: rodea tu casa de calabazas, pon una vela a los difuntos y cuando llamen a la puerta, acepta siempre trato. Nunca se sabe qué o quién se puede esconder tras un disfraz. Si quieres saber más, ‘Truco o trato’ es tu película.
Cuando pensamos en cine y Halloween inmediatamente nos viene a la cabeza el casi inmortal Michael Myers: una película fundacional firmada por John Carpenter, nada menos que siete secuelas y un reboot a cargo del bestiajo de Rob Zombie que asimismo goza de su correspondiente continuación se han encargado de perpetuar el mito.
Pues bien, ‘Truco o trato’ juega en otra liga: sus orígenes hay que buscarlos en los cómics de terror de la EC, Creepy, House of Mistery y demás, y, quizás, en los relatos de terror juvenil de R. L. Stine. Pero que no cunda el pánico: aquí las medias tintas y la corrección política brillan por su ausencia. Cinematográficamente, el referente más claro es ‘Creepshow’ (id, George A. Romero, 1982), pero a diferencia de aquélla, las historias comparten un espacio común y entre ellas no sólo hay un nexo, sino que unas invaden el espacio vital de otras, como si un ‘Vidas Cruzadas’ (‘Short Cuts’, Robert Altman, 1993) del horror se tratara.
El director, Michael Dougherty, crea un marco fabulosamente trazado de un exquisito aroma clásico y una caligrafía visual maestra: un pequeño pueblo celebra su fiesta de Halloween, una noche en la que todo puede suceder, sobre todo si no se acatan las reglas. El brutal arranque —algo deudor del de ‘Scream, vigila quién llama’ (‘Scream’, Wes Craven, 1996) — nos pone perfectamente en situación: esta es una noche especial, y el que no siga unas determinadas reglas, quizá no sobreviva.
Poco a poco, y con una fluidez narrativa envidiable, el director nos va presentando a los variopintos protagonistas del film: por un lado tenemos a una Anna Paquin escogiendo disfraz para la fiesta a la que va a asistir esa noche en compañía de sus amigas. El elegido será el de Caperucita Roja (‘En compañía de lobos’ no queda muy lejos). Sobre este segmento planea la sombra de un shlasher convencional: bellas jovencitas acosadas por un maniaco, ya que por las calles anda suelto un asesino — nada más y nada menos que un vampiro —que aprovecha la coyuntura de que medio pueblo esté disfrazado para cometer sus crímenes. Al respecto hay una secuencia modélica en la que una de sus víctimas cubierta de sangre huye y se mezcla con una multitud…también cubierta de sangre —falsa—. Realidad y ficción se confunden sin parar. Al final, los destinos de Caperucita y el lobo se cruzarán… aunque no de la forma esperada.
Por otra parte tenemos a un director de escuela —un gran Dylan Baker, el padre pederasta de ‘Happiness’ (id, Todd Solonz, 1999)— que resulta ser también un maníaco homicida en sus ratos libres…con la complicidad de su hijo pequeño. Esta parte nos brindará momentos de un humor negro realmente memorable. Llegados a este punto, hay que señalar que mientras asistimos al desarrollo de la historia en cuestión, no dejan de cruzarse personajes que más tarde conoceremos, o atisbamos con el rabillo del ojo ciertas acciones, pinceladas inquietantes de las que no tendremos explicación hasta más adelante, creando un juego lúdico en el que estamos encantados de participar, aparte de multiplicar la expectación por lo que más adelante veremos. Dougherty juega con el tiempo y espacios narrativos a la perfección.
Seguiremos a su vez, a un grupo de niños—una suerte de “Goonies“—que, a la búsqueda de emociones fuertes, harán una visita al lugar donde sucedió un luctuoso suceso: ocho niños murieron ahogados en un autobús escolar que cayó en un lago. De ahí surgió una leyenda, y nuestros aventureros cruzarán el mundo real para adentrarse en un territorio mítico: un acantilado rodeado de una perenne niebla y un ascensor que hace de conducto entre los dos mundos. Es ésta la parte más brillante del film, donde el director convierte un relato de iniciación en un gótico cuento de horror, donde la crueldad de la niñez luce en todo su perverso esplendor. La potencia visual de este abismo brumoso es apabullante.
Para terminar, un fantástico Brian Cox nos trae la última historia, que funciona como cierre y resumen a todas las anteriores. Su papel es el de una especie de Mr. Scrooge viejo y gruñón que no cree en Halloween, por lo que sufrirá una visita muy especial, y no serán precisamente los fantasmas de las navidades pasadas. Perfecto final para un cuento que termina. Apago la TV y pienso nostálgico en lo que me hubiera gustado disfrutar de esta película con trece años. Cine de terror hecho desde el conocimiento, el respeto y el cariño al género. Bravo.
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