Tal y como dice mi compañero Juan Luis en su reseña de 'Triangle' (id, Christopher Smith, 2009), el film ha llegado a Sitges compartiendo cartel con el posterior trabajo de su director, 'Black Death' (2010), sin que se sepa todavía la fecha de estreno comercial en nuestras salas, en caso de que eso suceda. De hecho, la película se encuentra editada ya en DVD en su país de origen —hablamos de una coproducción entre Reino Unido y Australia—, y en otros desde hace meses. Desconozco si la decisión al respecto tiene que ver con el enorme parecido del film con la ópera prima de Nacho Vigalondo, la pasable 'Los cronocrímenes' (2007), con la que el aficionado y buena parte de la crítica se han empeñado en comparar para detrimento del film que nos ocupa.
Sería interesante saber qué opina el propio Vigalondo de las semejanzas argumentales entre la película de Smith y la suya. Lo que está claro es que nuestro Nacho no inventó nada nuevo; anotemos: viajes en el tiempo que permiten desdoblarse al protagonista, y bucle espacio temporal con el que juguetear a diestro y siniestro. Todo eso ya estaba en un buen puñado de películas de ciencia ficción —sólo basta citar a Robert Zemeckis y su estupenda 'Regreso al futuro II' ('Back to the Future Part II, 1989), festival antológico sobre las paradojas temporales—, pero como siempre lo que importa es cómo se manejan dichos elementos. Y Smith ha demostrado hacerlo un poco mejor que Vigalondo.
El argumento de 'Triangle' nos lleva a bordo del yate de idéntico nombre en el que seis jóvenes, tres chicos y tres chicas, deciden ir a pasárselo bien en alta mar. Una vez lejos de la costa se enfrentarán a una misteriosa tormenta que hará volcar la embarcación, poniéndoles en una embarazosa situación. Una de las chicas ha desaparecido y el resto descansa sobre el casco a la espera de ser rescatados, posibilidad que se presenta cuando desde el horizonte hace acto de presencia un enorme trasatlántico al que suben. En el gigantesco barco parece no haber nadie, pero pronto empezarán a suceder cosas que escapan a la lógica.
Christopher Smith demuestra habérselo pasado en grande filmando 'Triangle', en la que la mayor parte de su metraje transcurre en el interior del gran trasatlántico, en el que a pesar de que las cabriolas temporales remiten directamente al film de Vigalondo, sobre todo en lo que respecta al personaje central que para no ser reconocido se cubre el rostro con un saco, el referente más directo del film es la hace poco comentada en estas páginas 'El resplandor' ('The Shining, Stanley Kubrick, 1980). Con ello Smith propone el mismo juego de espejos que posee la famosa película de Kubrick, al iniciar a desvelar datos importantes debido a un mensaje escrito con sangre en el espejo del aseo de la habitación 237. Por no hablar de que a la hora de mostrar la aparente soledad del barco, la cámara se sitúa cerca del suelo enfocando los majestuosos pasillos que recuerdan a los del hotel Overlook.
Antes del punto de inflexión del relato, aquel en el que el bucle temporal da comienzo de nuevo, Smith realiza una operación de índole visual, no original pues ya ha sido tratado con anterioridad, pero enormemente efectiva y coherente con lo que cuenta. Mientras Jess —una convincente Melissa George, que lleva todo el peso de la función, nunca mejor dicho— se mira al espejo al son de un disco rayado —una de las múltiples pistas del relato, al igual que enfocar a la actriz reflejada varias veces en distintos espejos, presentando una imagen múltiple de la misma—, la cámara se mete en el espejo pasando a mostrar lo que ocurre en él, dentro de él. Toda una declaración de intenciones que sirve a Smith para realizar un estimulante ejercicio visual alrededor de dicha idea.
Y es precisamente eso lo mejor de una cinta que cumple a la perfección con uno de los principales objetivos —no quiero decir con ello el máximo ni el único— del séptimo arte: entretener, aunque en este caso sea rizando el rizo argumentalmente, y olvidándose un poco de la dirección de actores, que, con la excepción de Melissa George, el resto sólo está para lucir cuerpo o cara bonita. Christopher Smith está más preocupado por lucirse con la cámara en el laberíntico interior del barco, aunque no termine de desarrollar toda la propuesta y la cosa no pase de ser un mero ejercicio de estilo. Eso sí, con apuntes tan atractivos y escalofriantes como el de un personaje yendo a morir al lugar donde yacen docenas de versiones de sí mismo.
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