Ah, la Navidad... una época de luz, color y sentimientos a flor de piel, adorada por un amplio sector de la población que se deja embriagar por su espíritu año tras año, hasta el punto de parecer estar viviendo su propia historia invernal dirigida por el mismísimo Frank Capra. Un modo de abordar estas fechas diametralmente opuesto al de todos los que nos situamos en la otra cara de la moneda, más próximo al del señor Scrooge de los primeros compases de la obra de Dickens.
Para este último tipo de personas, entre las que no dudo en incluirme, la temporada navideña se hace especialmente cuesta arriba, y esto afecta también a lo estrictamente cinematográfico; terreno en el que clásicos impepinables como 'Qué bello es vivir' pueden llegar a provocar una indigestión ante el exceso de azúcar y ñoñería que sólo puede ser contrarrestado con un puñado de títulos con más mala baba y actitud como pueden ser 'Gremlins', 'Krampus' o 'La jungla de cristal'.
Afortunadamente, en medio de este desierto de cinismo invernal, Jonathan Levine nos regaló en 2015 este pequeño milagro titulado 'Los tres reyes malos'; otra comedia salvaje cortesía del grupo de colegas de Seth Rogen, James Franco y compañía en la que el humor más cafre, las toneladas de drogas y la escatología habitual cohabitan con una sorprendente delicadeza capaz de insuflar una buena dosis de calidez hasta en los corazones más gélidos y antinavideños.
Cachondeo con corazón
Kyle Hunter, Ariel Shaffir y Evan Goldberg. Tras estos nombres se encuentran los responsables de exquisitas majaderías de la talla de 'La fiesta de las salchichas', 'Juerga hasta el fin', 'The Interview' o 'Supersalidos'; una carta de presentación que hace aún más difícil procesar que el trío de guionistas y productores, aliados con Levi —autor de la estimable '50/50'—, pudiesen dar a luz una película navideña que equilibrase tan bien los excesos humorísticos marca de la casa y la sensiblería de rigor en este tipo de cintas. El resultado es, cuanto menos, para enmarcarlo.
No cabe duda de que el principal reclamo de 'Los tres reyes malos' es poder disfrutar de su inspirado trío protagonista, compuesto por unos Seth Rogen, Joseph Gordon-Levitt y Anthony Mackie en su salsa, disparando a discreción diálogos pasados de vueltas e interactuando con un surtido de secundarios de lujo —no nos merecemos a Michael Shannon—; y aunque ver a Rogen hasta las cejas de drogas flirteando con James Franco es algo que no se paga con dinero, una vez te habitúas a las agujetas provocadas por las carcajadas, el filme alcanza una nueva dimensión en un tercer acto tan lúcido como inesperado.
Es en su recta final cuando el largometraje deja a un lado el cachondeo para redondear los arcos de sus personajes, culminando el relato con una oda al amor fraternal que amplía el significado de la definición de familia y ayuda a disipar ese amargor que la Navidad provoca a muchos de forma casi inconsciente. Un lazo que cierra uno de esos regalos que pueden no ser perfectos —de hecho, puede que no estemos ante el trabajo más inspirado de sus artífices—, pero que ilusionan una vez se abren y se aprecian en su totalidad.
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