Se estrena ‘Tres Mil Años esperándote’ (Three Thousand Years of Longing, 2022), el esperado, jé, regreso de George Miller al cine tras sacudir las salas de cine con la mejor película de la década pasada, ‘Mad Max: Furia en la carretera’ (2015), ofreciendo una pieza opuesta en intenciones, en tono y en ritmo. Con ella, el director vuelve a un terreno que ya pisó en ‘Las Brujas de Eastwich’ (1987) y puede verse como un reverso más sereno de algunos de sus mismos temas.
En aquella era el demonio el que visitaba a tres mujeres, desatando el deseo y la capacidad de dominarlo de las mismas, mientras que en esta ocasión esa pasión también se redescubre con un hombre en forma de ser fantástico, aunque ese elemento erótico se traduzca en una apreciación por el eros en su adscripción más amplia. En la película, el personaje de Tilda Swinton, Alithea, representa el Thanatos, parece convencida de que todos los mitos y relatos pueden explicarse a través de la lógica y la ciencia.
“Mito es lo que sabíamos en ese entonces, y ciencia es lo que sabemos hasta ahora” es lo que expresa Alithea —un nombre que recuerda a Athenea, diosa de la sabiduría— en su autoafirmación, expresando la necesidad de encontrar la verdad tras los cuentos, el fondo real que esconden, desmitificarlas, en definitiva. Si todas las historias son alegóricas y hay más en ellas de lo que parece, Miller sigue ese mismo motor en su nueva película, que no trata sobre un romance de fantasía, ni el poder de las historias, o cualquier otra frase hecha que se quiera buscar, sino la capacidad del ser humano de perder el contacto con su propia capacidad para dejarse llevar por ellas.
Un proyecto suicida que hace dos décadas sería común
Esto, paradójicamente sucede en la propia película, que puede ser percibida hoy como un proyecto suicida, como una masa difícil de asimilar porque no es espectáculo sobre espectáculo, por mucho que haya secuencias de fantasía, su corazón es la conversación de dos personajes, aunque esté plagado de imágenes preciosistas y colores para empachar la mirada, la idea esquiva el concepto de lo espectacular, apoyándose en una narración que fluye más como agua derramada que como una corriente de un cauce.
Miller y su coguionista Augusta Gore adaptan la novela de A.S. Byatt ‘The Djinn in the Nightingale's Eye’, una colección de cuentos vertebrados por el viaje de la Dra. Alithea Binnie, especializa en "narratología", que estudia la estructura narrativa. En medio de una conferencia en Estambul compra una botella de vidrio en un Bazar y luego la limpia con su cepillo de dientes eléctrico en su habitación de hotel, lo que hace que aparezca un djinn, interpretado por Idris Elba que se ofrece a concederle los tres deseos tradicionales, pero Alithea, que extrañamente no se inmuta ya que ha leído mucho como para saber que los genios pueden ser engañosos y los deseos siempre peligrosos.
Mientras se decide, ambos esperan con albornoces y él recuerda las veces anteriores en que fue liberado de su botella, con lo que la película retrocede a varias historias sobre sultanes tontos, príncipes enojados y concubinas astutas a lo largo de los siglos. Resulta que el djinn se mete repetidamente en problemas al tratar de ayudar a las mujeres, y de alguna manera Alithea se convertirá en una nueva prueba para él. En general, el núcleo está fuertemente influenciados por ‘Las mil y una noches’ en la que Scherezade busca entretener a un tirano para evitar que le mate.
La fantasía frente a la dictadura del razonamiento
Aquí aparece la Reina de Saba de la Biblia hebrea, imaginada aquí como una hermosa y esbelta reina negra (Aamito Lagum), criaturas con homenajes a ‘La cosa’, muertos, aspirantes a reyes con fijación con la obesidad y en general un mosaico de folclore, disfraces, criaturas, máscaras tribales y bailes, con las que Miller refleja una variedad de culturas orientales con escenas ambientadas en palacios y representaciones que van ubicándose siempre dentro de una pieza hablada y reflexiva, episódica y sin urgencia por llegar a redondear cada microcuento.
La forma del conjunto engaña, la intención no es crear una nueva ‘The Fall’ (2009), por mucho que ambas se parezcan en ocasiones, ni siquiera una ‘Las aventuras del barón Münchausen’ (1988) por mucho que aquí Miller se disfrace de Terry Gilliam. No hay una necesidad apremiante de que el dúo termine su charla en la habitación del hotel, porque no es la intención, es como si lo más importante de ‘La princesa prometida’ tuviera lugar en las escenas en las que el abuelo cuenta el cuento a su nieto, y en vez de un clímax al cuento se nos contara qué le pasa a ese niño y ese abuelo.
Por ello, el acto final ambientado en Londres se siente anticlimático, esquivo, pese a que en él se encuentre la parte más importante de los cuentos, la moraleja. El guion de ‘Tres mil años esperándote’ utiliza todas las conjugaciones de su estructura para mostrar una coda agridulce que acaba resonando con todo lo que nos ha contado el genio, demostrando que, en efecto, todas sus historias y fantasías tienen una base real, un desencanto que funciona de forma vaga y deslocalizada en el mundo actual, de alguna manera su protagonista comprueba que tenía razón, y la fuerza de la ciencia (la razón) comienza a desintegrar la fantasía, la capacidad de ser permeables a la imaginación.
Contra el sobreestímulo
De alguna manera Miller cuenta lo mismo que Michael Ende en ‘La historia interminable’, pero aquí la nada que se traga la fantasía es el ruido, los cientos de datos y microhistorias irrelevantes que surcan la atmósfera de un móvil a otro, de un satélite a otro. Un mundo en el que solo es capaz de sobrevivir un cine pragmático, utilitario y de estímulos inmediatos, sin sitio para películas como esta, en la que hay un constante esfuerzo por pisar el freno, dar oxígeno y no saturar de información sus silencios —la banda sonora aparece solo en momentos clave, casi diegética— ni sus imágenes claras, nunca funcionales por el hecho que serlo.
Miller va dejando pistas que se convierten en elementos clave para interpretar el final, como ese momento en el que Alithea traga saliva y descubrimos que la historia se va a repetir de alguna manera, su gramática visual está compuesta de detalles, pero nunca explicita el valor de los mismos, Miller aplica transiciones visuales llenas de imaginación, cambios de cámara y punto de vista y recursos de dirección que podrían pertenecer a una película mucho más espectacular, y sin embargo siempre acaba en un relato más íntimo, más pequeño.
‘Tres mil años esperándote’ supone casi un milagro, y un triunfo tan solo ya por existir como proyecto de pasión, por muy excéntrico y personal que sea, una de esas rarezas por las que luchan autores como las Wachowski, Gilliam o Cronenberg, y también una cuyo fracaso en taquilla es una prueba de que en un época dominada por Thanatos no hay tiempo ni interés para la fantasía exótica añeja, para lo extraño y lo inconcluso, piezas que nadan contra la cascada del sobreestímulo y la búsqueda de la claridad y las respuestas alimentada por series repletas de relleno y lógica. Nos equivocamos si vemos estos ejemplos como reliquias de otra época y no como el verdadero cine radical de nuestros días.
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